Opinión · Tiempo real
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Quien no vio la eliminación de Roger Federer ni la de Jordi Nadal hace unas semanas en Montreal se perdió un brillante ejemplo de esa cualidad rara en nuestros tiempos masturbatorios: la tenacidad. No sólo la de los eliminados, que a partir del primer set respiraron hondo y parecieron haberse dicho: “Este partido lo pierdo”, pero siguieron jugando con su maestría habitual sin ceder hasta la mismísima derrota. Me refiero también a la de quienes los eliminaron, cuya mirada no menos decidida no escondió su preocupación al descubrir, al mismo tiempo, que iban a imponerse sobre sus contrincantes, los mejores.
Dando el peor ejemplo de prejuicio nacionalista, los comentaristas españoles cantaron victoria mucho antes de que los hechos les quitaran la razón; adujeron que la pista, la temperatura o la humedad no eran las adecuadas para los tenistas españoles (o latinoamericanos); que el público canadiense era muy mayoritariamente favorable, según el caso, a los jugadores francófonos o a los anglófonos; que los espectadores, como anglófilos o como francófilos, estaban en contra de los “latinos”; etcétera: los lugares comunes de quien quiere ganar, teme perder y alega, curándose en salud, razones atenuantes muy poco deportivas. Cada vez que la bola del “otro” salía de pista, para los periodistas había cometido “un error”; pero si era la del “nuestro”, la bola se había “escapado” –como si la bola tuviera voluntad propia–.
El asunto cobró tintes grotescos cuando, poco a poco, los comentaristas fueron constatando las ovaciones que recibían tanto los “otros” como los “nuestros” cuando la jugada era muy buena; y cuando fueron comprendiendo que, aunque Montreal estuviera en la provincia de Québec, lejos estaba de ser puramente francófila, y que aunque el torneo tuviera lugar en Norteamérica, el público lejos estaba de ser puramente anglófilo. Y que aunque el argentino Del Potro y el francés Tsonga terminaran por perder el torneo, fueron ovacionados por el público…
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Es verdad que Canadá es un terreno un tanto confuso para quienes son propensos a clasificar a la humanidad según las lenguas. Pero no es menos cierto que la contradicción entre periodistas es buena cuando engendra discusión, no cuando se debe al chauvinismo de unos y otros zopencos.
La humildad y el deportismo con que, tanto Federer como Nadal, felicitaron con un abrazo a quienes los acababan de eliminar del campeonato fueron conmovedores, pero el mejor deporte es el que se hace al margen de las banderas.
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