Opinión · Tierra de nadie
El parto, bien; tienen una décima
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Igual que hay gente que desprecia los céntimos, había otra que pensaba que las décimas sólo eran importantes en las carreras de 100 metros y en la Fórmula 1. Pero la realidad demuestra que valen mucho más que su peso en oro porque una sola de ellas te saca de la recesión, insufla optimismo, hace quedar bien al presidente del Gobierno ante sus colegas y supera a cualquier fertilizante en eso del cuidado de los brotes verdes. Una décima es un regalo del cielo, aunque de la que adorna el PIB español del primer trimestre de 2010, según el Banco de España, nos hayamos enterado bien entrado mayo.
Este desfase entre el presente y la estadística tiene múltiples inconvenientes. Llevamos más de un mes acarreando el sambenito de ser los más torpes de los países ricos cuando podíamos haber cogido nuestra décima y restregársela por la cara a la OCDE, el FMI y a la Comisión Europea. De hecho, ahora mismo quizás estemos creciendo otra décima sin darnos cuenta, porque las nuestras son décimas extremadamente discretas que huyen de los focos y del papel cuché. Y estaríamos el doble de orgullosos y Zapatero no cabría en sí de gozo y alguno de los brotes verde sería ya una brizna de hierba hecha y derecha, la envidia de cualquier césped.
Los detractores de esta décima dirán que no sirve para nada, ya que al mismo tiempo que se engendraba otras 286.000 personas iban camino del desempleo. Y llevarán razón, aunque en su descargo habrá que recordar que un grano nunca hizo granero pero ayuda a esa molinera llamada Elena Salgado, quien, después de tanto fracaso, podrá presumir al fin de acertar en sus previsiones. A una décima no se le puede pedir que mueva el mundo, y menos sin darle antes algún punto de apoyo.
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Tenemos, por tanto, a un presidente satisfecho y a una vicepresidenta ratificada en su diagnóstico, que en la letra pequeña dice que las seguiremos pasando canutas. El resto contemplamos la escena con escepticismo. La décima es muy mona y la coma le favorece, pero ni nos da trabajo, ni paga las facturas, ni hace que nos escandalicemos menos cuando los banqueros que claman por el recorte de las pensiones se jubilan con 85 millones de euros. Esta décima nos ha costado un riñón y ahora nos piden que nos apretemos el cinturón. Se entiende por qué los ricos suelen llevar tirantes.
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