Opinión · Dominio público
Hoy cumplo ochenta años
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JORDI PUJOL
Hoy cumplo 80 años. Sé que por diversos conductos se han querido organizar actos de homenaje con motivo de este aniversario. Y comprendo que alguno de estos homenajes hubiera tenido su lógica. Es muy normal que cuando alguien llega a los 80 años se le manifieste reconocimiento o afecto, o simplemente el deseo de un feliz aniversario.
En mi caso, cumplo los 80 años con buena salud y contento con la familia que tengo. Que se ha ampliado hace muy poco, por cierto, con dos nietos más. Y con muchos amigos, a pesar de ser yo persona más bien reservada. Y con muchas muestras de consideración y afecto.
Los cumplo también con la satisfacción de haber estado siempre al pie del cañón y al servicio de aquello que he amado y en lo que he creído. Con éxito o sin éxito. Con acierto o con desacierto. Pero creo que siempre en coherencia conmigo mismo. O así quisiera que hubiese sido.
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Por tanto, no tendría ningún motivo para desairar a aquellas personas que me habían querido homenajear. Y aún más en la medida que algunos me resultan especialmente próximos y apreciados. Y a pesar de todo no lo he querido. ¿Por qué?
Porque yo soy como el chico de la hondonada.
Para aquellos que no hayan leído un libro mío que escribí en la cárcel, y en el que se cuenta la historia del chico de la hondonada, se la voy a contar.
El chico de la hondonada vivía en un oasis. Era su casa. Había aprendido allí las canciones de niño. Había vivido en el
oasis con sus padres y sus hermanos. Y con los amigos. Amaba aquel oasis. Pero era un oasis amenazado. Por la arena del desierto, que avanzaba. Por las caravanas de comerciantes de esclavos. Amenazado también por el cansancio y el desánimo de los mayores.
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Por eso decidió un día dejar el oasis, andar a través del desierto, en dirección al mar. Y hacia los grandes palmerales a la orilla del mar. Que estaban muy lejos. Pero que eran un lugar de libertad.
Era consciente de que había pocas probabilidades de llegar. Porque el desierto era enorme e inhóspito. Con todo tipo de peligros. También el de los bandidos del desierto. Con los que, llegado el caso, también estaba dispuesto a luchar, más por el honor que por una victoria improbable. Y aquello sería probablemente el final de su marcha hacia la libertad.
Pero incluso en el caso de una derrota, en el sentido convencional de la palabra, su aventura podría llegar a significar una victoria de otro tipo: la de haberse atrevido a salir del oasis, la de haber avanzado a través del desierto, la de haber dejado tras sí un largo rastro de pisadas. Cada una de estas nuevas pisadas era ya una victoria.
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Con la condición de que, viendo aquellas pisadas, otros chicos del oasis saliesen también para atravesar el desierto. Y con la condición de que no las borrase el viento.
Esta sería su victoria.
Efectivamente, los bandidos del desierto le atacaron. Luchó contra ellos. Fue un combate más por el honor que por una victoria todavía imposible. Y le hicieron descender a una hondonada profunda de la que no podía salir. Su combate había terminado. Y había terminado bien. Bien, por el rastro de pisadas en la arena. Bien, por la esperanza recuperada de nuevo. Bien, por el honor salvado.
Yo soy como el chico de la hondonada. Que había andado un buen trecho del camino. Él ya no haría más de lo que había hecho. Ni pedía nada. Pedía tan sólo que no se borraran las pisadas que él, y otros como él, habían dejado en el desierto. Que la tormenta de arena no las borrara. Y pedía también que alguien, o que muchos, continuaran dejando pisadas. Un largo rastro de pisadas. Siempre en la buena dirección, en la que lleva al respeto hacia su pueblo, a la paz para la gente del oasis y a la libertad.
Y si una larga columna de chicos del oasis se pusiera en marcha y en su camino hacia el mar hubieran pasado cerca de la hondonada, no sería necesario que se acercaran a saludarle. Ni a darle las gracias. No haría falta que resonase ninguna trompeta de homenaje ni ningún canto de aleluya. Que no se desviaran. Que no se detuvieran. Simplemente, que continuaran andado. Este será el homenaje. Que caminaran. Y que caminaran hacia el mar. Repito: este será el homenaje.
Dicho esto, sólo quiero añadir otra cosa. Hay un punto en el que yo no soy como el chico de la hondonada. Yo no estoy solo. Y estoy contento. Porque el camino me ha hecho feliz. Y porque me siento muy acompañado por los míos, que me quieren. Porque he entregado el relevo, y creo que bien. Por la mucha gente que me tiene afecto.
Que sepan que esto me conmueve y que se lo agradezco mucho.
Jordi Pujol es ex presidente de la Generalitat de Catalunya
Ilustración de Patrick Thomas
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