Opinión · Dominio público
Un intelectual libre
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SAÏD EL KADAOUI
El 9 de junio pasado me llevé una gran alegría al saber que se le había concedido el Premio Príncipe de Asturias de las Letras de este año al escritor Amin Maalouf.
Es un reconocimiento merecido para un intelectual que algunos tachan de incómodo, pero que para mí, desde que leí su ensayo Identidades asesinas en 2000, es una voz sabia y reconfortante que me proporciona un refugio intelectual muy de agradecer. Y, por encima de todo, es un buen ejemplo de intelectual libre. Sus críticas son siempre razonadas y nada sectarias, no se casa con ninguna corriente dominante, no forma parte de ningún establishment y, precisamente por eso, muestra como pocos la complejidad del mundo en el que vivimos.
Es difícil sintetizar en un artículo su propia complejidad personal e intelectual. Tanto su biografía como su obra beben de dos mundos separados por el mar Mediterráneo y por tantos y tantos años de recelo y de rivalidad. Toda su obra es, a mi juicio, un diálogo profundo y fructífero entre estos dos mundos que forman parte de su vida. Los dos le pertenecen y los dos se parecen más de lo que están dispuestos a admitir y, sobre todo, los dos no tienen más opción que la de entenderse y
cooperar, si lo que se quiere es encarar el futuro.
La parte que me gustaría resaltar es su contribución decisiva en la tarea de explicar la complejidad identitaria de las personas y de los pueblos. En su último ensayo, El desajuste del mundo, cuando nuestras civilizaciones se agotan, afirma algo tan inquietante como cierto. Dice que actualmente hay que contar con un adversario de altura: esas identidades dañadas durante tanto tiempo y que se han vuelto dañinas.
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En el caso del mundo árabe, afirma que anida en él un sentimiento de fracaso, de humillación, de destierro permanente y de eterno perdedor. “El mundo árabo-musulmán se hunde cada vez más en un pozo histórico del que no parece que vaya a ser capaz de salir”, sentencia. Tanto la identidad nacional como la identidad individual de las personas está dañada, razón por la cual mucha gente está atrapada en un movimiento pendular que oscila entre el deseo de librarse de la propia identidad y el deseo de afirmarla en contra de todos.
En cuanto a Europa, muestra su admiración por considerar en la experiencia de la Unión un ejemplo de la utopía que se cumple. Pudo aparcar los odios acumulados, las disputas territoriales, las rivalidades seculares y dejar que los hijos y las hijas de quienes se mataron entre sí conciban el futuro juntos. Pero, ahora que parece cansada y dividida, es la hora también de recordar que él ya lleva tiempo sosteniendo que la cuestión del acoplamiento de la población migrante y de sus hijos es la gran batalla de nuestra época. Cree que es absolutamente necesario devolverle a toda esta gente la dignidad social, la dignidad cultural, la dignidad lingüística y ayudarlos a que asuman en paz su identidad dual y su papel de nexo. Esto último es de vital importancia, a mi juicio, si queremos tender puentes entre estos dos mundos que se piensan y se miran con demasiado recelo.
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Un apunte antes de continuar. Siempre que escribo la palabra dignidad me acuerdo de algo que afirmaba el escritor y Premio Nobel de literatura Wole Soyinka y que da una idea de su importancia. Decía que la dignidad es la otra cara de la libertad.
En su ensayo Identidades asesinas, Amin Maalouf decía que la palabra clave es “reciprocidad”. Reconocerse los unos a los otros, respetarse y, por supuesto, criticarse y demarcar los límites que garanticen una convivencia pacífica.
Maalouf considera que en este siglo ya no podemos hablar de forasteros sino de “compañeros de viaje” y cree que debemos ser capaces de construir una civilización común con la que todos podamos identificarnos, con la soldadura de los mismos valores universales, si no queremos naufragar juntos en una barbarie común.
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El Príncipe de Asturias de las Letras es un premio, a mi juicio, merecido para un escritor que, además de escribir buenos libros, nos ha ayudado a entender la complejidad del mundo y de las personas que lo conforman. Un intelectual que nos señala el camino. Un camino, todo hay que decirlo, lleno de obstáculos.
En esta misma semana en la que se le ha otorgado el premio, hemos tenido varios ejemplos de ello. En las elecciones holandesas celebradas el 9 de junio, Geert Wilders, el líder del xenófobo Partido de la Libertad, ha logrado un espectacular ascenso en comparación al resultado que obtuvo en 2006. Ha pasado de tener nueve escaños a conseguir 24 con un discurso antimusulmán. Tal como recogía este mismo periódico el 10 de junio, después de saberse los resultados, Wilders se jactaba ante las cámaras afirmando que “un millón y medio de personas votaron por nosotros y por nuestros planes para una mayor seguridad, menos inmigrantes y menos islam”.
Por otra parte, el mismo día de la concesión del premio supimos que once mezquitas de las ciudades de Tarragona y de Barcelona, próximas a la corriente salafista, anunciaron medidas para impugnar las mociones de diversos ayuntamientos contra el velo integral. Y, finalmente, el día 12, leímos en la prensa que en el Vendrell (municipio de la provincia de Tarragona) se había decidido restringir el uso del velo integral con un protagonismo especial del partido populista y xenófobo Plataforma per Catalunya (PXC), que celebró el acuerdo afirmando que era el primer paso contra la “invasión” musulmana.
Los extremistas alimentan el discurso del adversario. Saben que se necesitan para seguir creciendo.
La alternativa está en escuchar las opiniones de gente como Amin Maalouf y tratar de frenar la barbarie que volvemos a tener a la vuelta de la esquina.
Saïd El Kadaoui es escritor. Autor de la novela ‘Límites y Fronteras’
Ilustración de Patrick Thomas
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