Opinión · Del consejo editorial
Más allá de la coyuntura: el mileurismo infecundo
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ANTONIO IZQUIERDO ESCRIBANO
Catedrático de Sociología
Una sociedad malograda es aquella que pone serios obstáculos a que se realice la fecundidad que desean las mujeres en edad de procrear. Porque los hijos que se tienen constituyen una síntesis de la felicidad individual y social. De modo que la fecundidad frustrada, bien sea por defecto o por exceso, mide cuán castrante es la organización de la vida social. Cuanto mayor sea la diferencia entre la fecundidad real (1,4) e ideal (2,2), menos se puede sostener que un país, es decir, sus habitantes, va bien.
Acaban de aparecer los datos del Movimiento Natural de la Población que elabora el Instituto Nacional de Estadística. Habría que cambiarle el nombre a esta fuente de información, porque la dinámica no es espontánea, sino que se encuentra férreamente cohibida. Una buena prueba de ello es que la fecundidad se ha mantenido en un estado de desesperanza durante los 14 años de intenso crecimiento económico. La fecundidad coyuntural, entre 1995 y 2008, apenas ha repuntado de 1,2 a 1,4 hijos por mujer. Hace cinco años que disminuyen las nupcias y se pospone el compromiso, de modo que la prole está siendo tardía y, por ende, escasa.
Si nos atenemos a la encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas sobre Fecundidad y Valores en el siglo XXI, las razones que aducen las mujeres son la insuficiencia de los ingresos y la dificultad de congeniar el trabajo con la vida familiar. En la trastienda de la respuesta se alude a la indecente tasa de contratación temporal que soportan los jóvenes y a la inestabilidad de su carrera laboral, es decir, bajos salarios y trabajos precarios.
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En otras palabras, se produce un choque entre el hijo como bien duradero y la ausencia de la seguridad en la colocación. Todo lo cual ha determinado el retraso en la emancipación, en el matrimonio y en la llegada del hijo. Un empleo desclasado en el que el trabajo no se adecua a los estudios, una independencia que se alcanza a destiempo y un ajetreo ocupacional que impide a las parejas encontrar el sosiego conveniente para procrear y criar conforme a los ideales.
Hace tres décadas que España experimenta cambios en la estructura familiar, que es el recipiente que contiene el preciado bien de los hijos. El fracaso natalicio que hoy nos llama la atención es el resultado de un entramado social descapitalizado que se tambalea sobre un modelo económico improductivo y que se expresa en un mileurismo infecundo.
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