Opinión · Otras miradas
Clamorosa maniobra
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NICOLE THIBON
La maniobra estaba clara, pero no se puede decir que haya tenido el éxito esperado. Se trataba de preocupar a los franceses con el fantasma de la inseguridad para que olvidaran su precaria situación económica, debida en parte a la crisis, al escándalo de unas finanzas arrogantes y enloquecidas, al enriquecimiento de los más ricos y a la distancia creciente entre los de arriba y los de abajo –durante los últimos siete años, el 0,01% de franceses más ricos aumentaron su riqueza diez veces más rápido que el resto de la población–.
“¿Habéis, pues, creído, hipócritas sorprendidos, que se hace befa del amo, y que con él se trampea, y que es natural recibir dos premios, ir al cielo y ser rico?”. Citar aquí a Baudelaire no daña a nadie y tal vez haga reflexionar a unos cuantos. Pero hay que precisar que el asunto de que los ricos vayan o no al cielo no nos preocupa de veras, y que el poeta no ha pensado sólo en los franceses sino en todos, inclusive en las iglesias.
Es sencillo constatar que en Francia la maniobra de la seguridad no ha dado el resultado esperado. ¿Tal vez se le fue la mano a Nicolas Sarkozy?
Al cabo de meses de campaña de criminalización tanto de los jóvenes como de los inmigrantes, con 8.030 expulsiones de rumanos y búlgaros sin permiso de residencia en lo que va de año –expulsiones contrarias a las leyes de la Comisión Europea y a la Constitución francesa–; de una campaña surrealista sobre la identidad nacional; del acoso a los gitanos o a personas viajeras, en general franceses, que se preguntan todavía qué les está pasando; del intento de “desnaturalización” de franceses que hayan cometido un delito grave... Después de toda esta constelación de maniobras que podría llamarse xenofobia de Estado, el resultado está a la vista: casi dos millones y medio de personas se manifestaron en toda Francia contra la reforma de las jubilaciones y se han lanzado varios preavisos de huelga.
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Es razonable pensar que la opinión no ha sucumbido a esta intentona de distracción con agrio sabor petainista. Un petainismo que resulta de lo más habitual cada vez que escuchamos la invocación de Francisco Camps a sus raíces valencianas con objeto de conseguir la reelección.
Basta echar una mirada honesta a las estadísticas para comprobar que las formas más violentas de delincuencia, como el homicidio voluntario, no aumentan en Francia desde hace años (hay unos 600 casos anuales, tantos como muertes en accidentes de trabajo), como tampoco ha crecido el número de homicidios voluntarios por parte de menores o los homicidios cometidos contra la policía (unos 30 por año). Y, de paso, asociar violencia e inmigración.
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En cambio, las estadísticas policiales aumentan regularmente gracias al aporte de la pequeña delincuencia –robos “de tirón”, ultraje al agente, tráfico y consumo de cannabis u otras drogas–, estadísticas que aumentan desde hace unos diez años en proporción directa con el acoso de la policía en los barrios “sensibles” –es decir, desfavorecidos–, en donde no se ha hecho casi nada para dar una oportunidad a una juventud inculta y desempleada.
Los disturbios de cierta periferia –que la clase política, los grandes medios de comunicación y los sociólogos más mediatizados han presentado casi unánimemente como brotes de fiebre nihilista, “ciega, autodestructiva y sin objeto”– han tenido invariablemente como hecho desencadenante “la muerte violenta de un joven, casi siempre salido de la inmigración, casi siempre durante una intervención policial”, tal como afirma el filósofo Pierre Tévanian en Las palabras son importantes. “En la periferia también hay un potencial enorme, raramente reconocido: vitalidad, solidaridad y formas de vida social, cultural y política inventadas ante la indiferencia general de los elegidos y de la gran prensa”.
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Se puede señalar también otra falacia: para lanzar la campaña de seguridad, el Gobierno sostiene haberse sentido no ya autorizado, sino impulsado por una demanda real de las “clases populares”. Pero está demostrado que la manera de formular las preguntas en un sondeo condiciona el resultado. Es, por ejemplo, capcioso, pedir la opinión sobre “la mendicidad agresiva” en lugar de “la mendicidad”, o sobre “el ultraje a la bandera” en relación a una pequeña trifulca de jóvenes durante un partido de fútbol.
El periódico L’Humanité demostró en 2002 que los mismos ciudadanos que en un sondeo habían confirmado en masa que la inseguridad iba en aumento ponían la seguridad en el décimo lugar después de los problemas del empleo, la jubilación, la pobreza y la contaminación, cuando la pregunta precisaba “para usted, en su vida, en su ciudad”.
Pero los sondeos sesgados cumplen una función precisa: hacer creer que hay una xenofobia creciente. A fuerza de inquietar al ciudadano, ¿acaso este no termina por asustarse?
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