Opinión · Del consejo editorial
La expulsión de gitanos y la hipocresía de la igualdad
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ANTONIO IZQUIERDO
Catedrático de Sociología
Hasta ahora sabíamos que la ciencia social francesa o era republicana o se equivocaba. El principio constitucional de no discriminación por origen, raza o religión aconsejaba desestimar la etnia en el análisis de las poblaciones asentadas en Francia. Y a los investigadores que desempeñaban su trabajo en las instituciones públicas les convenía abrazar la ideología oficial. Claro está que la moralina se aplicaba según un doble rasero, porque las instituciones privadas sí que preguntaban en sus sondeos por el origen étnico. De este modo la igualdad era una doctrina pero no el resultado de una práctica.
Una nueva prueba de ese formalismo de la igualdad la acaba de proporcionar el Gobierno de Sarkozy mintiendo en tres idiomas: el de los despachos de la UE, el de la propaganda mediática y el usado en sus conciliábulos. Por cierto, también el Gobierno de Bucarest sabe de discriminación étnica, porque allí los gitanos nunca han sido respetados. Y en la cumbre de Bruselas hemos asistido a un coro de palabras altisonantes con el fin de camuflar la injusticia concreta, a saber: la expulsión de gitanos.
“No hablo de etnias sino de devolver a ciudadanos en situación irregular”, dijo el ministro de Inmigración. En realidad no importa en cuántos idiomas se mienta, porque el embrujo de las palabras ha sido histórica y repetidamente roto por los hechos. Precisamente por eso podemos aventurar que los mil gitanos que “voluntariamente” han sido repatriados volverán también por su propia voluntad a expatriarse y quizás con alguna compañía. Al fin y al cabo, algo saben sobre nomadismo.
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Un temprano y esclarecedor testimonio contra los gitanos lo encontramos en el Diario de un burgués de París, escrito en 1427, y abundantes datos sobre la discriminación social y el racismo actual respecto de los “ciudadanos inmigrantes y sus hijos” aparecen en el libro La República y su diversidad, de Patrick Weil. En él se muestra que no hace falta ser extranjero, ni francés naturalizado, ni practicar otra religión para sufrir la discriminación social, territorial y racial. Basta con ver cuántos franceses de ultramar, católicos pero no blancos, encontramos como directivos de empresas privadas.
Las expulsiones de gitanos revelan la hipocresía del Gobierno francés. Se trata de una política racista que ahonda la división entre los perdedores de la crisis.
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