Opinión · Otras miradas
Lo que queda de Cancún
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ESTHER VIVAS Y JOSEP MARÍA ANTENTAS
La cumbre de Cancún terminó la semana pasada en medio de un cierto desinterés general. Quizá porque su fracaso era previsible, los líderes mundiales quisieron evitar otro embarazoso fiasco hipermediatizado y optaron por dar al evento un perfil mucho más bajo que el de su predecesor en Copenha-
gue. No en vano, según la documentación dada a conocer por Wikileaks, el jefe del gabinete del presidente de la Comisión Europea, Durão Barroso, afirmó que Cancún sería como Pesadilla en Elm Street II, y ¿quién quiere ver esa película de terror otra vez?”. Razón no le falta.
Si en la grandilocuente cita danesa lo único en que parecieron ponerse de acuerdo los dirigentes de los principales países fue en “la urgente necesidad de no hacer nada”, como señaló el sociólogo Michael Löwy, Cancún se ha deslizado por la misma senda. Pero, al rebajar mucho las expectativas iniciales, se ha intentado presentar el acuerdo alcanzado como un gran avance. Sin embargo, este es en realidad la certificación de una vía muerta cuya única función es, en palabras del experto Daniel Tanuro, “hacer creer que hay piloto en el avión. Pero no hay piloto. O más bien, el único piloto es automático: es la carrera por el beneficio de los grupos capitalistas lanzados a la guerra de la competencia por los mercados mundiales”.
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Mucho ruido y pocas nueces es lo que hay detrás, por ejemplo, de propuestas como el anunciado Fondo Verde Climático. A la ambigüedad sobre su origen y su naturaleza, es decir, donaciones o préstamos, se añade el hecho de que el Banco Mundial será el encargado de administrarlo. No es precisamente una institución cuya trayectoria invite al optimismo. Otro tanto cabe decir de las reducciones de emisiones de gases de efecto invernadero contempladas, no sólo insuficientes sino carentes de un mecanismo de verificación adecuado. Tampoco el programa REDD (Reducción de Emisiones por Degradación y Deforestación) es un instrumento eficaz para la protección y reforestación de bosques, sino un proyecto que favorece su privatización.
En Cancún han colisionado dos lógicas antagónicas. De un lado, la del beneficio a corto plazo y el tacticismo electoral permanente, propios del capital y la política gestionaria encarnada por la mayoría de los gobiernos del mundo. Del otro lado, la lógica a largo plazo de la defensa de la humanidad, la vida y el equilibrio con la naturaleza, representado por el movimiento por la justicia climática. Una y otra marcan dos destinos alternativos para la humanidad.
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Salvar el clima requiere la adopción de políticas que toquen el corazón del actual modelo de producción, distribución y consumo, y no meros retoques cosméticos. El cambio climático plantea la necesidad de unir el combate por la justicia climática y por la justicia social, y de huir de las falacias del capitalismo verde y del barniz ecológico a las políticas social-liberales. En otras palabras, expone la urgencia de lo que el editor de la Monthly Review, John Bellamy Foster, llama “una revolución ecológica que necesariamente debe ser también una revolución social”.
La vacuidad del acuerdo alcanzado contrasta con la claridad de la declaración final del Foro por la Justicia Climática. En ella se demanda “una transición justa a un cambio profundo del modelo de producción y consumo” y se reivindican medidas como: compromisos de reducciones obligatorias de emisiones de gases de efecto invernadero para estabilizar el aumento global de la temperatura en un máximo de 1,5°C; reparaciones y compensaciones de la deuda y los crímenes climáticos cometidos en los países del Sur; y el fin de las falsas soluciones tecnocráticas y basadas en la economía de mercado, como los mercados de carbono, la energía nuclear y los agrocombustibles o el programa REDD.
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La visión a largo plazo de los manifestantes en Cancún contrasta vivamente con el trágico inmediatismo de los dirigentes políticos. Curiosamente, cuando el movimiento “antiglobalización” emergió abruptamente en 1999 en Seattle frente a la Organización Mundial del Comercio, la respuesta del establishment fue denunciarlo como un movimiento incoherente y falto de propuestas. Esta crítica fácil nunca fue verdad. Ideas y medidas no han faltado, como se ha podido comprobar en los múltiples foros sociales realizados. La crisis global mostró ya claramente que si alguien carece de ideas y soluciones, más allá de aferrarse a la conservación del modelo actual y de intensificar sus elementos más destructivos, son los principales gobiernos del mundo. El debate sobre el cambio climático ha puesto aún más negro sobre blanco esta realidad.
El movimiento por la justicia climática tuvo en Copenhague un trampolín perfecto para su lanzamiento y, poco después, avanzó un paso más en la cumbre alternativa de Cochabamba en abril de 2010. Cancún ha sido escenario de movilizaciones que, sin ser particularmente fuertes, son significativas. Pero ello no puede esconder la debilidad y la dispersión de las movilizaciones internacionales el 7 de diciembre, día de acción global, con unas pocas acciones simbólicas en algunas ciudades del mundo.
La toma de conciencia de la gravedad del cambio climático está ya muy extendida. Sin embargo, la variable fundamental es su cristalización en organización y acción colectiva siguiendo la estela de las calles de Copenhague, Cochabamba y Cancún, de donde ha vuelto a emerger un mensaje muy claro: para que no cambie el clima, hay que cambiar el sistema.
Esther Vivas es miembro del Centro de Estudios sobre Movimientos Sociales de la UPF
Josep María Antentas es profesor de sociología de la UAB
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