Opinión · Dominio público
El dilema de América Latina
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Mientras los europeos se han asomado a 2011 con más temores que certezas en materia económica, una gran parte de los latinoamericanos verá 2010 y 2011 como dos de sus mejores años. América Latina no sólo no sufrió lo peor de la crisis, sino que en 2010 ya consiguió recuperar el crecimiento anterior a la misma, que la Comisión Económica para América Latina y el Caribe
(CEPAL) estima en el 6%, el más alto desde 2004. Para 2011, por su parte, el organismo es más austero y proyecta que el crecimiento de la región disminuirá al 4,2%. Aun así, en el marco de la desvencijada economía global, las proyecciones son halagüeñas.
La resistencia de América Latina a la crisis se explica en que esta vez la región siguió una actitud macroeconómica previsora y contracíclica que se sumó al aumento continuado de la demanda de materias primas en los últimos años y a la subida de los precios del petróleo y los minerales.
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El aumento en la participación de las materias primas en las exportaciones en América del Sur, México, República Dominicana y los países de la Comunidad del Caribe
(CARICOM) ha hecho que el primer decenio del siglo XXI sea el de la “reprimarización”, una vuelta a la explotación de los recursos naturales en una región que cuenta con el 15% de las reservas de petróleo, gran cantidad de minerales, un cuarto de la tierra cultivable y el 30% del total del agua dulce del planeta.
De hecho, lo extraño es que a finales de los noventa, los productos primarios representaran únicamente el 26% de las exportaciones, cuando en los años sesenta y setenta fueron casi el 70% de las mismas y hoy en día son más del 55%. Esta caída y recuperación se explican en el aumento de los precios de los principales productos: petróleo, cobre, soja, café, banano, hierro y acero, directamente relacionado con el crecimiento de la economía china, que se ha convertido en el primer destino para las exportaciones de Brasil y Chile y en el segundo para las de Argentina, Costa Rica, Cuba y Perú. Para valorar la importancia de los recursos naturales, baste decir que el 90% de los latinoamericanos vive en países que son exportadores netos de bienes primarios. Pero como no todo lo que brilla es oro, la región ya ha perdido varias veces la oportunidad de aprovechar sus recursos para alcanzar el desarrollo. Pese a su riqueza natural y crecimiento económico, sigue siendo la más desigual del mundo.
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Aunque los presidentes parezcan confiados en la tasa de crecimiento y en que el producto de las exportaciones soporte el grueso del gasto social, hay muchos motivos para la cautela. Hace falta obrar con prudencia, basándose tanto en la experiencia de otros periodos de auge –cuya oportunidad terminó desvaneciéndose– como en las debilidades de un modelo productivo tan susceptible a las variaciones de la economía internacional.
El marcado dinamismo de las exportaciones de materias primas no se ha visto acompañado por un crecimiento igualmente dinámico de los servicios asociados en materia de logística, mercadeo y biotecnología, entre otros. Además, los sectores primarios son de escaso valor agregado y con remuneraciones al trabajo muy bajas e inestables, por lo que no necesariamente repercuten en mejoras en el consumo interno y la calidad de vida de los trabajadores. Estos sectores también sufren más fuertemente la volatilidad de los precios y el deterioro de los términos de intercambio, lo cual los hace altamente susceptibles en un mundo que se debate en lo que se ha denominado la “guerra de divisas”.
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Por otro lado, aunque se ha desplazado el esquema de producción Norte-Sur por uno Sur-Sur es posible volver a caer en modelos económicos tipo centro-periferia, esta vez con China en el eje, lo cual no representaría más que un retroceso en el posicionamiento económico global de la región. Finalmente, con la reprimarización, América Latina está colocando mayor presión sobre su base de recursos naturales, intensificando sus costes ecológicos y ambientales.
Convertir el auge de las materias primas en una oportunidad o caer en la “maldición de los recursos” está, ahora más que nunca, en manos de los gobiernos latinoamericanos. Es indispensable aprovechar el aumento de los recursos para afianzar un gasto social que fundamente transformaciones estructurales, evitando quedarse en políticas de subsidios masivos y asistencialismos que, a la larga, no traen más que
desestabilización una vez que se terminan los recursos para sostener los subsidios. Una fiscalidad sana y progresiva es una de las metas más importantes. Hace falta enlazar la producción primaria con el desarrollo de servicios asociados y con la innovación necesaria para aprovechar plenamente las ventajas comparativas y evitar el coste medioambiental.
Es también importante consolidar el comercio regional –en el que tienen un peso del 80% las exportaciones de manufacturas provenientes de pequeñas y medianas empresas, que son las grandes generadoras de empleo de calidad– y, finalmente, manteniendo las políticas macroeconómicas austeras y previsoras. América Latina no puede olvidar ni la tendencia cíclica de la economía ni la fragilidad del sistema económico global, tanto por las variaciones en el mercado de divisas como por la posibilidad de una nueva crisis financiera.
Para 2011, los gobiernos latinoamericanos deberían hacer una larga lista de buenos propósitos, y aprovechar que se han roto los paradigmas y que esta vez pueden ser los protagonistas de un giro en la larga historia de oportunidades perdidas de la región, para, de una vez por todas, transformar los indicadores económicos en verdaderas mejoras sociales.
Erika Rodríguez es Coordinadora del Panel América Latina OPEX de la Fundación Alternativas.
Ilustración de Iker Ayestarán
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