Opinión · Tierra de nadie
El Parlamento y la calle
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A Bono se le han echado encima lo suyos, los otros y los de más allá por su propuesta sorpresa de comprimir en dos días los plenos del Congreso y liberar los jueves para el trabajo en comisión o para el solaz del resto de sus señorías, que ese día huyen en estampida con sus maletas al acabar la sesión con la misma energía con la que salen al recreo los niños de Primaria. En cualquier otra ocupación a jornada completa sería prácticamente imposible sacar adelante en dos días el trabajo de tres, pero hete aquí que quienes se oponen a la iniciativa no lo hacen porque la carga sea inasumible para sus espaldas sino para que no se diga que tienen más tiempo libre que un jubilado.
Es verdad que no se tiene constancia de que los diputados sean víctimas recurrentes del estrés, y hasta es posible afirmar que algunos de ellos curran menos que el ángel de la guarda, pero el verdadero problema de la institución no es que los plenos duren más o menos días sino unas normas de funcionamiento que, en lo esencial, permanecen inalterables desde 1982 tras fracasar los sucesivos intentos de reforma del Reglamento de la Cámara.
Los tímidos avances registrados en las sesiones de control al Ejecutivo y su formato tipo 59 segundos aunque sin micrófono retráctil enmascaran un aletargamiento que no hace sino alejar al Parlamento de un debate político que hoy se hace en la calle y no en sus tribunas. ¿Es presentable que con la que sigue cayendo sobre el país la única actividad de este pasado jueves fuera la reunión de un puñado de diputados con una delegación de la República Checa? ¿Qué impide que puedan formularse preguntas al Gobierno sobre la marcha o que las comisiones de investigación sean un derecho de las minorías y no una concesión de la mayoría?
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Existe una ponencia sobre el estudio de las especificidades de Ceuta y Melilla, y ya terminó sus trabajos otra no menos interesante sobre los efectos para las Cortes del Tratado de Lisboa. La lucha contra el fraude fiscal o la economía sumergida no han merecido ni una triste subcomisión. Es lo que tiene seguir de cerca las preocupaciones de la ciudadanía.
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