Opinión · Posos de anarquía
El reto de Libia
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Cuando Gadafi tomó el poder tras derrocar la monarquía de Idris en 1969 , instauró la Jamahiriya, que podría traducirse por 'estado de masas'. La máxima que rige este 'régimen', tal y como el propio dictador explica en su Libro Verde, es que " la representación es un fraude". En realidad, se trata de una manera zafia de enmascarar una dictadura, negando la existencia de partidos e, incluso, calificando su creación de acto de traición. La consecuencia directa de este régimen es que Libia carece de instituciones en las que la sociedad civil pueda verse reflejada.
Dicho de otro modo, la sociedad carece de experiencia en coordinación y organización. Eso, lógicamente, ha estado presente desde que estalló el conflicto, con ataques rebeldes más guiados por las entrañas que por un estratega militar. Así, los rebeldes siguen atascados a unos 25 kilómetros de Misrata y a unos 200 al este de Tripoli. A ello se suma que quienes sí que están preparados y tienen recursos y capacidad de planificación han errado estrepitosamente en sus cálculos. Si algo se ha evidenciado en los cuatro meses en los que la Comunidad Internacional ha intervenido es que se subestimó el poder de Gadafi, incluso a pesar del creciente número de deserciones que al parecer está sufriendo. El conflicto está enquistado.
Quizás por eso, los rebeldes comienzan a ceder parcelas que cuando arrancaron la guerra parecían imposibles: Mustafa Abdel Jalil, el que fuera ministro de Defensa de Gadafi y que ahora lidera el Consejo Nacional de Transición (CNT) ya ha comunicado que el dictador podría permanecer en el país si entrega todo el poder. Para ello, sería necesario llegar a un acuerdo, pues el Tribunal Penal Internacional ya ha lanzado una orden de arresto contra él.
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El anuncio puede suponer un punto de inflexión y choca frontalmente con el imperativo impuesto hasta ahora por la OTAN, que se mantenía firme al exigir la salida de Gadafi antes de iniciar cualquier contacto -lo que sin duda perpetuaba el conflicto-. Ahora, quizás, sea posible llegar a un alto el fuego, condición indispensable para negociar.
Sin embargo, incluso en el caso de que se produjera, el pueblo libio se enfrenta a un reto colosal: reconstruir su país y, sobre todo, alumbrar unas instituciones que lo gobiernen y que no ha tenido en los últimos cuarenta años . Tres son las principales tribus que se 'disputan' el poder -Qadhadhfa, Magarha y Werfella- y de su coordinación y buen entendimiento dependerá el futuro de su nación. Pero existe otro factor en la ecuación: ¿dejará la Comunidad Internacional que sea el pueblo libio, y sólo el pueblo libio, quien decida el quién, el cómo y el cuándo de ese proceso institucional o se entrometerá bajo la excusa de extender la Democracia por el mundo?
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Quizás se entrometa pues ha invertido mucho en el conflicto y eso sería, de nuevo, otro grave error de cálculo.
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