Opinión · Dominio público
La izquierda conservadora
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Luis Yáñez-Barnuevo
Eurodiputado socialista
Ilustración de Javier Olivares
Felipe González llamó “izquierda conservadora” al Partido Comunista de la URSS cuando este se opuso frontalmente a los esfuerzos renovadores de Gorbachov. Tenía razón. La derecha en la URSS a finales de los ochenta era el PCUS. En general, el comunismo dejó de ser una fuerza de progreso –lo había sido sólo en algunos sitios y en determinadas épocas– cuando se opuso a las revoluciones de la libertad que acompañaron a la caída del muro de Berlín.
¿Está ocurriendo algo parecido en el PSOE? No exactamente, pero sí hay síntomas de esclerosis, de huida de la realidad. Hace muchos años que Juan Carlos Rodríguez Ibarra dijo que para ser concejal o diputado debería ser necesario haber trabajado en el mercado libre y haber cotizado a la Seguridad Social al menos durante dos años.
No se trata de crisis de la socialdemocracia, manida expresión que empezó a usarse en 1917-1919 (debate Lenin-Rosa Luxemburgo con el “renegado” Kausky de por medio), sino de crisis, espero que coyuntural, del socialismo español, porque pronto veremos a la socialdemocracia francesa, alemana y probablemente italiana ganar las elecciones. Ya nadie hablará, por el momento, de crisis de la socialdemocracia aunque esta deba reinventarse profundamente.
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Pero a diferencia de Francia o Alemania, donde por unos pocos años se cuestionó incluso si la socialdemocracia era la alternativa a la derecha o lo eran nuevas formaciones, sobre todo verdes, en España, con el peor resultado de su historia, el PSOE no tiene detrás a nadie que le pise los talones. Los pequeños podrán oponerse, aliarse al PSOE, complementarlo o condicionarlo, pero no va ser reemplazado como alternativa a la derecha por mucho que a unos pocos les gustara.
El PSOE es el gran partido de la izquierda española desde 1879 y eso son razones muy sólidas para continuar siéndolo. Mi generación creció en la supuesta ignorancia general del PSOE. Perdonen la anécdota, pero cuando en octubre de 1974 fui detenido e interrogado en la Dirección General de Seguridad por el siniestro comisario Conesa, este me preguntó con sarcasmo: “¿Pero tú te crees que en España alguien conoce eso del PSOE? ¡Eso murió en 1939!”). Menos de tres años después, “eso” obtuvo 118 diputados y el 30% de los votos, y ocho años después Felipe González era presidente del Gobierno y el PSOE tenía 202 diputados. Pero era verdad que el PSOE, sus diputados, concejales y militantes habían muerto en 1939, por fusilamiento, cárcel o exilio. El catedrático Julián Besteiro, sucesor de Pablo Iglesias, es el mártir-icono de aquel terrible final: murió en las cárceles franquistas en 1940 junto con su pueblo, sin huir, sin abandonar a sus votantes.
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El PSOE fue, sin duda, el partido más castigado durante la dictadura de Franco. Pero las raíces estaban ahí, y cuando volvió la libertad el PSOE volvió a renacer. Algunos dirán “eso es cosa del pasado”. Se equivocarán, porque la memoria histórica tiene una gran fuerza en el subconsciente colectivo. La UCD fue un conglomerado de intereses y después de hacer una gestión muy positiva desapareció porque no tenía un alma colectiva. El PSOE sí la tiene, hay un “patriotismo de partido” que no sólo comparten muchos de los siete millones de españoles que lo han vuelto a votar, sino una buena parte de los cuatro millones que han dejado de votarlo pero que volverán a hacerlo si le damos motivos para ello.
Eso sí, con “eso” solo no se ganan elecciones. El PSOE es su pasado, su presente, pero es sobre todo su futuro y este no se construye únicamente con llamamientos sentimentales. Si hacemos colectivamente una profunda transformación existen las bases para una recuperación política y electoral. Una condición necesaria es que se dé la palabra a la gente, a los ciudadanos. Ya hay movimientos en la red y fuera de ella que están indicando el camino, que no puede venir por
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reuniones de exministros o ex secretarios de Estado (¡están tan lejos de la calle que se les ocurren ese tipo de sandeces!). La segunda condición es que los socialdemócratas sepan construir un discurso claramente alternativo a la derecha neoliberal, un mensaje que sea a la vez realista, creíble, realizable y al mismo tiempo atractivo y movilizador.
En realidad ya tuvimos una experiencia parecida en las primarias en 1997, y fue como un rayo de luz y libertad porque las bases, en contra de las indicaciones del aparato, votaron masivamente a Josep Borrell. Pero el aparato quedó vivo y se encargó de frustrar la experiencia. El resultado fue la debacle de las elecciones de 2000. Y de aquellos polvos estos lodos. Por cierto, no olviden leer el nuevo libro de Borrell y Andreu Missé, La crisis del euro.
Ahora no podemos equivocarnos de nuevo, no hay margen. Ahora los más lúcidos y generosos cuadros medios del PSOE encargados de ello deberán organizar unas primarias libres y abiertas a todos los españoles mayores de 18 años a las que podrán presentarse cualquier socialista que cumpla unos sencillos avales y condiciones y en las que se elegirá simultáneamente secretario general y candidato a la Presidencia del Gobierno. Con una buena campaña competitiva pero no de descalificaciones mutuas, es razonable esperar que vayan a votar de uno a tres millones de españoles y quien sea elegido de esa manera tendrá enormes posibilidades de ganar las futuras elecciones generales porque España, no se olvide, sigue siendo progresista y no reaccionaria. Hacer otra cosa sería comportarse como una “izquierda conservadora” y seguir perdiendo.
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