Opinión · Punto y seguido
EEUU y Rusia frente a Chechenia
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Mientras se busca respuesta al “por qué y cómo dos jóvenes chechenos nacidos en Kirguistán y nacionalizados estadounidenses deciden, al parecer, atentar contra EEUU en su propio suelo”, la cuestión chechena regresa al escenario político.
El pequeño enclave, de un millón de habitantes, es una compleja sociedad compuesta por distintos grupos étnicos de credos musulmán, cristiano y judío. Durante su larga historia, la tierra fértil de Chechenia ha sido conquistada por los árabes, tártaros, mongoles, otomanos, persas y, al final, por los zares rusos. Hoy lo que atrae a los extranjeros es su subsuelo lleno de petróleo, gas, oro, diamante y cobre, además de su ubicación estratégica: está entre Georgia y el Mar Caspio.
De mayoría musulmana sunní, el pueblo checheno resistió a ser islamizado hasta finales del siglo XVIII, cuando al convertirse optó por un Islam místico y sus enseñanza de no violencia. Estaba cansado de tantas guerras. Ahora el wahabismo, llegado de Arabia Saudí y Turquía y vestido de guerrillero, avanza creando no solo dolor y conflicto. Además genera una síntesis tan curiosa como la aparición de chiíes wahabíes. De las cerca de 2.600 mezquitas y 140 escuelas teológicas que existían en esta tierra en 1930, y fueron cerradas en 1944 por el gobierno central, unas 80 han vuelto a abrir sus puertas y han construido la mega mezquita Ramzan Kadyrov, capaz de albergar a 10.000 fieles.
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Desde Lenin hasta Putin
Fue con la revolución Bolchevique del 1917 y el derecho de autodeterminación de los pueblos que impulsó Lenin cuando Chechenia disfrutó de la más amplia autonomía y empezó a salir del subdesarrollo. Llegaron la sanidad, el agua potable, la luz, la alfabetización… y también la rusificación de su cultura, como el cambio de su alfabeto persa/árabe al cirílico. La Segunda Guerra Mundial acabó con la paz. Hitler quiso dominar aquella rica región invitado por los líderes religiosos que en su odio hacia el comunismo ayudaban (en todo Oriente Próximo y Asia Central) al avance de los alemanes. Toda la población fue acusada de traición por Stalin y los 350.000 chechenos fueron deportados a Kirguistán, Kazajstán y Siberia Oriental. Murieron miles en el camino. Aunque les permitieron regresar en 1956 nunca olvidaron aquel injusto castigo colectivo.
Más tarde, los líderes nacionalistas quisieron aprovechar la caída de la URSS en 1991 para separarse, olvidando que un pueblo pequeño y estratégico y sin salida al mar no podría independizarse de las potencias: iban a caer bajo el control de Washington, como ha sucedido con otras repúblicas ex soviéticas. .
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La crisis económica, el aumento de la brecha entre los pobres y los ricos, la escasez de alimentos o el desempleo se convirtieron en caldo de cultivo de los movimientos totalitarios religiosos que declararon la guerra a Moscú. Durante los conflictos de los años 1999 hasta 2009, la guerra sucia empelada por ambos bandos destrozó la vida de sus gentes, destruyendo ciudades, aldeas y hogares.
El Kremlin pensó entonces: Si la OTAN invade Afganistán en nombre de la lucha anti-terrorista, ¿por qué él no podía hacer lo mismo con Chechenia?
Los terroristas chechenos apoyados por EEUU y Arabia Saudí apuntaban a los objetivos rusos dentro de la Federación, nunca fuera. Carece de sentido ahora atacar en Boston al enemigo de su enemigo.
En 2001 secuestraron un avión de pasajero ruso con 174 personas a bordo y ¿dónde lo llevan? ¡A Arabia saudí! Su asalto a un teatro de Moscú en 2002 dejó 170 muertos y la toma de la escuela de Beslán en 2004 otros 350. Para los “conspiracioncitas” dichos atentados eran obra del FSB, el Servicio Federal de Seguridad, sucesor del KGB, cuyo fin sería justificar el control militar y político de Kremlin sobre el Cáucaso Norte y sus oleoductos, además de atraer la simpatía de EEUU hacia su implacable política en esta región.
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Estas tragedias podrán ser utilizadas por EEUU y Rusia en favor de una alianza contra el extremismo islámico. Moscú acogerá los Juegos Olímpicos del Invierno de 2014 en la ciudad Sochi, situada entre las montañas nevadas del Cáucaso.
Moscú y Chechenia
La Rusia de hoy no es la de hace 20 años, cuando la desintegración de su espacio significó menos territorio y una crisis de identidad.
Ya que el petrolífero Azerbaiyán -en persa «El guardián del fuego», patria de Zaratustra y hoy país chií-, es socio de la OTAN y de Israel, Rusia intenta hacer frente a las provocaciones de EEUU, Arabia y Turquía en Eurasia, con una combinación de palo y zanahoria, coerción e integración. Un estado independiente Chechenia-Daguistán, no solo sería aliado de Washington, sino que le privaría de una parte del mar Caspio y sus inmensos recursos.
Los chechenos ya no piden autodeterminación. Quizás estando dentro de la federación rusa tengan más posibilidades de prosperar que de convertirse en otro Afganistán subdesarrollado liderado por talibanes chechenos y dominado por la OTAN.
El gobierno de Ramzan Kadirov, próximo a Moscú, ha podido controlar la violencia, ha amnistiado a los rebeldes arrepentidos y los ha integrado en la vida social, y ha reconstruido las zonas arrasadas, aunque los señores de guerra siguen con sus acciones “de baja intensidad” en toda la región.
Los nacionalistas, muy fuertes en los 90, perdieron posición en favor de los islamistas, en parte por los errores de Moscú y de las fuerzas laicas de la república, y de la injerencia del occidente y de Arabia. Es anecdótico que los nombres de los dos supuestos terroristas chechenos de Boston, no sean religiosos: Dzhokhar, “Esencia”, es el nombre del primer presidente de Chechenia independiente, el nacionalista Djokhar Dudaiev (1944-1996), y el de su hermano Tamerlan, la deformación fonética de Teymur, el héroe mogol (s. XIV) de apodo Lang, cojo en persa.
Putin, que recupera la influencia rusa sobre una parte del espacio soviético utilizando el patrimonio histórico común y las necesidades económicas mutuas, procura no cometer el error de Mijaíl Gorbachov de “concesiones sin contrapartida” a Washington, a quien advierte que jugar en su patio trasero puede tener una consecuencia inmediata como alterar el flujo de su gas natural que llega a Europa, como en invierno de 2009.
Obama y Chechenia
En 1893 llegan a esta tierra las empresas petrolíferas francesas e inglesas. En 1942 les siguieron los alemanes y, a partir de la caída de la URSS, aparecen las estadunidense tentadas por los pozos petrolíferos del Mar Caspio.
British Petroleum y otras empresas estadounidenses, con el objetivo de esquivar Rusia, han invertido miles de millones de dólares en la construcción (y también en la seguridad) de tubería Bakú-Tiflis-Ceyhan (BTC), que une desde 2006 el Mar caspio al Mediterráneo. Con sus 1.768 km, es el segundo oleoducto más largo del mundo, el primero es el Druzhba "amistad" en ruso, tiene 4.000 km y distribuye el petróleo ruso a lo largo de Europa.
El Cáucaso es, para EEUU, un trampolín para acceder a las inmensas reservas del petróleo y a los mercados del espacio ex soviético. A demás, allí puede contener el poder energético de Rusia, el primer productor de gas natural y el segundo mayor exportador de petróleo del mundo.
Washington, mientras lanzaba su “guerra contra el terror”, recibía con satisfacción al terrorismo checheno, liderado por el saudí Ibn al-Khattab. Apoyados por el Comité Americano para la Paz en el Cáucaso, los activistas islamistas fueron entrenados por el ISI (Interservicio de la Inteligencia Paquistaní, vinculado con la CIA). La Casa Blanca había hecho lo mismo años atrás con los muyahidines afganos y los Talibán y años después lo hacía con los “rebeldes” al qaedistas de Libia y Siria.
Los neoconservadores acosan a Barak Obama para que endurezca su política exterior, sobre todo contra Rusia, China e Irán. ¡Los bombardeos de los drones sobre media docena de países del mundo les sabe a poco!
La estrategia de EEUU, que estando lejos de la región no puede establecer el control sobre ella, ha sido de perro hortelano: impedir que Rusia tampoco consiga dominarla. La Administración Obama, que se distancia del intervencionismo bushiano, trata de atraer la cooperación rusa en los asuntos más trascendentes como el programa nuclear iraní y la crisis siria, sin dejar de reforzar, discretamente, su presencia en el Cáucaso Sur.
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