Opinión ·
La Europa de los mercados
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Fernando Luengo
Profesor de Economía Aplicada de la Universidad Complutense y miembro del colectivo econoNuestra. Coautor del libro Fracturas y crisis en Europa (Clave Intelectual-Eudeba)
Una crisis tan profunda y persistente como la actual, tan desigualmente repartida entre países, regiones y grupos sociales, hubiera exigido una intervención contundente por parte de la Unión Europea (UE), inspirada en los principios que, en teoría, son consustanciales al proyecto comunitario: convergencia y cohesión social.
Justo lo contrario de lo sucedido. En lugar de una toma de posición sustentada en esos principios, nos encontramos con políticas promovidas desde la troika (¿esto es lo que queda de Europa como proyecto?), que incorporan un diagnóstico de la crisis sesgado e interesado. La materialización de esas políticas han acrecentado las desigualdades y la polarización social, convirtiendo en retórica vacía el ideario comunitario; nada que ver con una Europa ciudadana y democrática.
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Si la situación requería una UE más solidaria y cohesionada, ahora tenemos una UE más insolidaria y fracturada, donde prevalecen las prácticas no cooperativas. No hay otra ley que la del más fuerte, la de aquellos países o grupos que tienen capacidad para imponer sus designios en las instituciones comunitarias. Siempre ha sido así, pero ahora con una muy marcada diferencia: los espacios de consenso y los contrapesos son prácticamente inexistentes.
Resulta muy ilustrativo al respecto la resistencia, activa y exitosa, por parte de las economías más ricas, lideradas por la alemana, a que se pongan en común recursos que pudieran financiar intervenciones comunitarias de mayor calado. La continua presión llevada a cabo por los países que contribuyen en mayor medida al presupuesto se ha visto recompensada: También aquí se han introducido recortes.
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Antes de seguir, una precisión sobre la supuesta generosidad de los países ricos, los cuales sostienen sobre sus espaldas los presupuestos con los que Bruselas implementa políticas que benefician sobre todo a los que cuentan con una renta por habitante menor. Dejemos a un lado que una parte de esos recursos son capturados por grandes empresas y consultoras que cuentan con la logística, la influencia y los contactos para acceder a los complejos e intrincados concursos comunitarios. Los grandes países son también los que más se han beneficiado de un proceso de integración económica, el comunitario, que cada vez más ha descansado en los mercados. La unión económica y monetaria ha situado a las firmas más competitivas, buena parte de las cuales procede de estos países, en las mejores condiciones para acrecentar sus beneficios, transnacionalizando la cadena de creación de valor, ampliando la escala de producción y aumentando las ventas. Recordemos, igualmente, que la economía alemana ha cosechado superávits con la mayor parte de sus socios comunitarios, especialmente desde la implantación de la moneda única.
El presupuesto de la UE, que no expresa sino la voluntad política de implementar políticas comunes, ya se había reducido antes del estallido de la crisis, hasta situarse en un 1% del PIB comunitario (muy lejos de los recursos que, por ejemplo, maneja el presupuesto federal estadounidense). ¿Qué significa adelgazarlo todavía más? Supone, en primer lugar, un claro mensaje político enviado desde Bruselas: No existe otro proyecto europeo que el promovido por los mercados y las élites. Las instituciones comunitarias, al seguir la senda de los recortes en unos fondos que ya eran a todas luces insuficientes, renuncian a asumir un papel destacado en una salida de la crisis que necesitaría de la aplicación de un importante plan de inversiones públicas y un sustancial aumento del gasto social comunitario.
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Los recortes en los dineros de Bruselas, además de entrar en colisión y apuntar exactamente en la dirección contraria de una Europa más ambiciosa y estratégica, perjudica más a aquellos que en mayor medida se beneficiarían de un proyecto comunitario con un formato más redistributivo que mercantil, los más débiles. Aquellas economías cuyas finanzas públicas no lo permiten o que permanecen atrapadas en el bucle de las políticas de austeridad, no podrán implementar las políticas que antes se cubrían con fondos comunitarios. El resultado: una Europa más fracturada social y productivamente.
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