Opinión · Rosas y espinas
San Wojtyla contra la Ciencia
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Juan Pablo II va a ser canonizado mañana en Roma por haber curado, después de muerto, a Floribeth Mora Díaz. Esta señora costarricense, a sus 50 años, escuchó en sueños la voz del Papa muerto, y medio se curó del aneurisma cerebral por el que le daban poca --no ninguna-- esperanza de vida. También una monjita se sanó su Párkinson gracias a la santa intervención del pontífice polaco (esta no sé si después de muerto, pero me da pereza comprobarlo en el Lancet). Ambas acciones son consideradas milagro --no es para menos-- y justifican la inminente canonización del Santo Padre. Hasta aquí todo acorde con el rigor científico y la piedad religiosa que siempre han caracterizado a este periódico y, en particular, a este casto columnista.
El problema surge cuando vemos en la BBC que un chaval de 21 años murió este jueves aplastado por una cruz gigante erigida en honor a Wojtyla en el pueblo italiano de Cevo, y entonces ya surgen dudas sobre las perfectas sincronías entre razón y fe que siempre han sustentado nuestro catolicismo cientifista.
La cruz tenía 30 metros y estaba extrañamente inclinada, tal que si la hubieran diseñado como metáfora de la falta de vocaciones, el fin de las alegrías priápicas de los curas con los niños, o así. Los lombardos quisieron conmemorar con ella la visita de Juan Pablo II al pueblo en 1998, y lo único que han conseguido es enturbiar la canonización del polaco este domingo.
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Porque las otras turbiedades que rodean a Wojtyla no enturbian nada a los adalides de la fe. Nada enturbiarán la ceremonia de mañana las complicidades de Juan Pablo II con los curas y obispos pedófilos, su insistencia en negar el condón y propagar el sida, su persecución salvaje y quizá criminal a los curas pobres y progres de la Teología de la Liberación, la cantidad de hostias sagradas que repartió entre dictadores como Pinochet, y un eterno etcétera, que es como tienen de largo el etcétera los papas canonizados.
No. Si hay algo que hace peligrar la inmaculada belleza de la canonización de mañana es la cruz de Cevo, que ha aplastado a un pobre beato de 21 años que la admiraba. Si curar a una monja de Párkinson y a una costarricense de aneurisma es milagro, ¿no será la caída de la cruz señal de que en Juan Pablo II habitaba el demonio? Sería también una muy razonable conclusión, dirán los racionalistas. Craso error, esperpénticos apóstatas. La caída de la cruz sobre el chaval, cuatro días antes de la canonización del milagroso papa, es una señal que nos da San Juan Pablo II sobre los peligros del progreso y del estudio. Concretamente de los estudios de la física más elemental.
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Poniéndose racional y no excesivamente vengativo, la primera medida que yo propondría si fuera Papa sería excomulgar a Issac Newton, y obligar a los 1.200 millones de católicos que hay en este mundo a que no respeten nunca más la Ley de la Gravitación Universal, que tanto daño ha hecho desde su formulación. Al fin y al cabo, levitar tanto física como intelectualmente es costumbre muy arraigada desde tiempos inmemoriales entre los católicos más recalcitrantes y delgados.
No hay que olvidar que los peligros de la ciencia han perseguido constantemente a este Papa, en vida y ahora en muerte. Todavía se recuerda en las parroquias la estupefacción de la feligresía cuando se anunció, en 1994, que Juan Pablo reconocía el insignificante error cometido por la Iglesia al obligar a Galileo (1564-1642) a retractarse, bajo torturas inquisitoriales, de sus teorías heliocéntricas. Esta precipitación a la hora de readmitir a Galileo en la fe es lo que ha inspirado a Newton a arrojar la cruz curvada sobre el beato chaval, y descachondizar así la canonización del papa responsable de tal desaguisado. El asunto está más claro que el Principio de Indeterminación de Heisenberg. Por suerte aun quedamos en el mundo católicos con rigor moral e intelectual para que este hecho se interprete en la categoría científica que se merece, y no como diabólica señal. Que pudiera parecer, a ojos vistas.
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