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Opinión · Posos de anarquía

El mal gusto de la realidad

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Algunos después de leer esta entrada seguramente me tachen de mal gusto, pero lo harán sin reparar en que no soy yo el que tiene mal gusto, sino esta puñetera realidad que nos presentan edulcorada o amarga a conveniencia del que la pinta. Y es que cada vez que veo no sólo la campaña de los cartelitos, sino el ruido mediático y, sobre todo, institucional que se ha generado con el secuestro de las niñas en Nigeria se me revuelve el estómago.

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Esta sensación tan desagradable emana de los efluvios de hipocresía y doble rasero que veo en buena parte de estos gestos. Ya no es sólo que a uno le dé por pensar que ojalá que a la primera dama (sí, en minúsculas) le haya dado por algo más que colgarse un cartelito, sino que inconscientemente piensa en todos los demás que la siguieron... como si se comieran un plátano y todos fuéramos macacos.

Vamos a ver, una cosa son gestos de solidaridad y otro subirse a un carro para salir en la foto. Y eso sucede, y quien lo niegue negará la verdad. ¿Cuántos de los selfies colgados en redes sociales esconderán tras de sí únicamente (y remarco el ‘únicamente’) la noble causa que demandan?

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Seré todavía más crudo, de peor gusto para muchos: Viendo las muestras de solidaridad y la movilización tanto de nuestro Gobierno como del resto de la Unión Europea con estas niñas secuestradas por Boko Haram, ¿qué mensaje se transmite? Se lo diré yo, allanando el camino: “Devolvednos a nuestras niñas... y que se queden allí, que como se les ocurra venir a Europa las rebanamos con unas concertinas en el mejor de los casos o las ahogamos a pelotazo limpio en el peor”.

¿Mal gusto? En absoluto, sencillamente, es una cuestión de dejarse de medias tintas y llamar a sus cosas por su nombre, porque al tiempo que la UE está demandando la devolución de estas niñas, está financiando una nueva valla en Marruecos plagada de concertinas de arriba abajo con una alfombra de bienvenida de cinco metros de ancho de pinchos y cuchillas. Y lo más triste: seguramente, todo ello financiado con fondos de Cooperación que en lugar de contribuir a que en los países pobres que hemos esquilmado sus habitantes no tengan la necesidad de emigrar a este falso sueño europeo, lo destinan a evitar que entren a toda costa.

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¡Pero eh! Devolvednos a nuestras niñas.

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