Opinión · Dominio público
Otra vuelta de Tuerka al discurso político
Universidad de Sevilla
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María Márquez Guerrero
Universidad de Sevilla
El título del artículo de Pablo Iglesias en el diario Público, “La centralidad no es el centro”, constituye en sí mismo un enunciado paradójico. El Diccionario de la RAE define centralidad como “condición de central” y Central: “relativo al centro”, ambas voces son polisémicas. La paradoja es un magnífico recurso para crear expectación: el texto proporcionará los datos necesarios para disolver la solo aparente oscuridad del título. Estamos ante otra vuelta de tuerca sobre el discurso político, una nueva reflexión metalingüística, en este caso, sobrevenida por la necesidad de definir conceptos fundamentales que identifican políticamente a Podemos.
La referencia al deseo de ocupar la centralidad por parte del grupo ha suscitado muchos comentarios y ha generado suspicacia por la supuesta ambigüedad ideológica de la formación. Los votantes de izquierda critican la falta de sinceridad política, visible, para ellos, en el hecho de evitar conceptos de la izquierda clásica, como clase obrera, lucha de clases, anticapitalismo, revolución, etc. Por su parte, los votantes de derecha les acusan de mentir, de ocultar su auténtica posición política, a la que, con frecuencia, definen como “bolivariana”, “populista”, “radical”, “antisistema”, etc. Se imponía, por tanto, una clarificación del concepto, sobre todo ante la irrupción de nuevas fuerzas que también aspiran a ocupar la “centralidad”, como hemos oído afirmar a Ciudadanos e incluso al mismo PP.
En su definición de centralidad, la RAE recoge las diversas acepciones del término: por un lado, aquellas que hacen referencia a la equidistancia entre dos extremos: “Que está en el centro físico”, “Dicho de un lugar: que está entre dos extremos”; por otro, aquellas que señalan al elemento principal, el que ejerce su acción sobre todo un ámbito: “Esencial, fundamental, básico”. En su artículo, Pablo Iglesias, utiliza el término en este último sentido: la centralidad equivale a poner el foco en las cuestiones que se consideran esenciales, claves en el actual contexto en el que vivimos, a saber, dos postulados básicos del 15M y de los movimientos que le sucedieron: “el rechazo de unas élites políticas percibidas como corruptas”, y “la reivindicación de los derechos sociales y la soberanía como base de la democracia”. El objetivo de Podemos, en este contexto, fue articular “un discurso centrado en la defensa de la justicia social y la denuncia de las élites responsables de la injusticia”. Suyo es el mérito de haber identificado a los responsables de la crisis humanitaria que padecemos, hecho que supone la condición básica de cualquier posibilidad de transformación: diagnóstico de la situación e identificación de los responsables. Es este un discurso efectivamente centrado, como lo confirma la acepción 4ª de esta voz en el Diccionario: “Basado en un determinado principio u objeto de interés, o dedicado especialmente a él”. Adjetivo que, aplicado a persona, es dicho de alguien “que piensa o actúa equilibradamente y sin dispersarse”. El núcleo semántico parece ser la focalización o concentración en los objetivos esenciales, contenido muy lejano del que aparece en la 1ª acepción de “centro”: “Punto interior que aproximadamente equidista de los límites…” Y también, lógicamente, de la acepción 4ª de esta misma entrada: “Tendencia o agrupación política cuya ideología es intermedia entre la derecha y la izquierda”.
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Iglesias trata de deshacer una ambigüedad perfectamente explicable en el contexto social, político y cultural en el que vivimos. Las palabras actualizan su significado, desarrollando un sentido concreto, en función de los contextos en los que se utilizan; estos sentidos, que en principio se incorporan como connotaciones al significado lingüístico, pueden llegar a constituir parte de él cuando el empleo repetido los consagra. Es una de las causas de los cambios semánticos, como ya señaló S. Ullman. El término mismo de “democracia” fue usado en el franquismo con el adjetivo de “orgánica”. La pérdida de su significado originario por este y otros usos puede explicar la necesidad de añadir actualmente los adjetivos de “real” o de “representativa”, que, desde el punto de vista estrictamente lingüístico, podrían parecer redundantes. Lo mismo podríamos decir de muchos otros conceptos como, por ejemplo, “socialismo”, “liberal”, etc. En este sentido, y en un plano teórico diferente, que remite a la tradición psicoanalítica, la teoría relacional del discurso de E. Laclau y Ch. Mouffe habla de “significantes flotantes”, términos cuya carga significativa flota indeterminada y solo adquiere contornos definidos en función de los elementos con los que se articula. Si consideramos que las palabras no son solo las herramientas con las que se construye el discurso político, sino el ámbito mismo en el que se constituye, entendemos que la política puede definirse como actividad discursiva y, además, mediatizada. Los medios de comunicación se han convertido en agentes políticos de primer orden. La inmensa mayoría de los ciudadanos vivimos la política a través de la información que recibimos de ellos, que son quienes determinan la agenda, la jerarquía, la relevancia y el silencio sobre los temas de la actualidad. La lucha por la hegemonía política se convierte así en una conquista discursiva, concretamente de los “puntos nodales” capaces de incluir a todos esos significantes flotantes y dotarlos de una nueva identidad. A este respecto, sirve como ejemplo magnífico el realizado por Podemos con términos como “patria”.
Una conquista, que ha resultado más controvertida, es la del concepto que nos ocupa, la “centralidad”. La ambigüedad era previsible, igual que el equívoco a que podía dar lugar, hecho que se trata de evitar con esta publicación, tal vez algo tardía; no obstante, absolutamente necesaria y audaz, sobre todo tras la aparición de otras fuerzas que hablan explícitamente de su voluntad de ocupar “la centralidad”. A las acepciones que hemos señalado, habría que añadir, al menos, otra más que se deriva de una metáfora implícita en el discurso de Podemos: la del juego, dramatización o puesta en escena, expresada en términos tan usados como el de “tablero”. Si partimos de una concepción discursiva y relacional de la política, la centralidad implica la articulación de un discurso que se convierte en foco, que ocupa la posición dominante en el escenario político, una jerarquía espacial y temporal, que políticamente se traduce en una hegemonía ideológica, conceptual. En este sentido, claro que Podemos ha conseguido hacerse con la tan deseada centralidad en la medida en que “articuló un relato que explicaba la crisis y que ofrecía la alternativa en clave social a la que había renunciado la socialdemocracia”. Que la centralidad, así entendida, ha sido lograda es constatable con solo atender a los medios de comunicación, donde tienen una presencia absoluta, aunque en la mayor parte de los casos sea para refutar sus tesis, y, sobre todo, para descalificar con falacias argumentativas (especialmente con argumenta ad personam) las propuestas ideológicas del grupo. Pero ciertamente ocupan el mayor ámbito imaginable del espacio enunciativo de los medios. Y han articulado un discurso que envuelve a todas las fuerzas políticas, del que no es posible escapar: inevitablemente, los antagonistas han de tenerlo en cuenta, refutarlo, hacer referencia a él, citarlo…, un conjunto de voces y de ecos que multiplica exponencialmente su eficacia. Y la solución no pasa, como quería Esperanza Aguirre, entre otros, por no darles la palabra, por condenarlos al silencio. Ya no es posible dejar de pensar, ni un segundo, en el elefante, como señalaba G. Lakoff, quien explicaba el avance de la derecha norteamericana como resultado de las estrategias comunicativas de los republicanos, los cuales conseguían con sus discursos activar esquemas mentales, estructuras conceptuales inconscientes que, sin embargo, determinan nuestro comportamiento, a veces, incluso en contra de la lógica de nuestros propios intereses. Con anterioridad, el prestigioso lingüista nos había ilustrado sobre los marcos (frames) a través de los que percibimos la realidad y que condicionan nuestra conducta: Las metáforas en las que vivimos (traducido literalmente del inglés). Podemos ha conseguido activar en una gran parte de la población una metáfora de la clase política como casta de la que ya nadie puede prescindir. En este sentido, no se puede poner en duda la centralidad de su discurso.
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Cabe reflexionar, sin embargo, por qué razones se ha mantenido sin dilucidar hasta ahora el sentido preciso del término “centralidad”, por qué no se ha tratado de disipar antes el equívoco al que inevitablemente daría lugar. Quizás la propia estrategia comunicativa del grupo aconseja el uso espontáneo, y no la reflexión metalingüística. O tal vez, las asociaciones inevitables que el término podía despertar en el inconsciente colectivo se consideraron rentables, sobre todo teniendo en cuenta la intención de atenuar cualquier indicio de clara confrontación con el sistema con el objetivo de alcanzar la victoria. Es, sin embargo, una opción que puede generar inconvenientes, pues presenta como evitable lo que es, de hecho, una realidad establecida: la confrontación. Ya vivimos enfrentados, como la crisis ha puesto en dolorosa evidencia. Es sobre esa base de antagonismos, clarificados por ellos, sobre la que se pueden plantear o no medidas políticas. Si se evita la referencia explícita a ella, puede ocurrir como en Grecia, que súbitamente se haga evidente al llegar al poder y no encontrar salida a las promesas electorales por la oposición de la oligarquía financiera.
¿Qué ocurriría si, en lugar de atenuar la confrontación, se les dijera a los ciudadanos que vivimos en ella y que la única posibilidad es partir de ella para poder superarla? Probablemente, el miedo dejaría en sus casas a muchos de los votantes deseados. Pero también es cierto que esa verdad desnuda transmitiría el convencimiento de que solo la movilización de la población puede transformar la realidad. Un mensaje así, tan alejado del electoralismo, mantendría viva la conciencia de los ciudadanos, preparados para seguir actuando siempre, eso sí, respaldados institucionalmente por la agrupación.
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Sin embargo, la crítica mayor que se puede hacer a este uso del término centralidad tal vez sea la de que actualiza una dicotomía que ellos han denunciado como trasnochada: “izquierda” vs. “derecha”, conceptos con respecto a los cuales se define la “centralidad” en el inconsciente colectivo. Y la activación de estos conceptos tiene como consecuencia que se acentúe el estigma de la “ambigüedad” ideológica atribuido a Podemos. Por todo esto, tal vez “transversalidad” sea una palabra más precisa. Transversal, “que se halla o se extiende atravesado de un lado a otro”, puede designar el movimiento que atraviesa y engloba el plano horizontal, el de los de abajo, frente al de los de arriba. Eso sí, esta acepción no rehúye la inclusión de los extremos. Sin embargo, el término “transversalidad” no presenta los inconvenientes que hemos analizado para “centralidad”; es sencillo (puede definirse con precisión y claridad) y unívoco, ventajas que son fundamentales cuando se trata de alejar sospechas y ganarse la confianza de los ciudadanos. Y, además, lo más importante de todo, incide en una idea básica: no se trata solo de ocupar el espacio central del escenario político, la porción más amplia posible del arco parlamentario; a largo plazo, la victoria está en la permanente movilización de los ciudadanos. Los medios de comunicación generan una ilusión que identifica a la democracia con las votaciones. Sin embargo, Podemos emerge cuando los ciudadanos ya no tienen a quién votar, porque la crisis económica ha revelado como idénticos a los que parecían antagónicos. Este hecho llevó a la tan comentada “desafección de los ciudadanos” hacia la política y abrió la posibilidad de un cambio dentro de las instituciones; Podemos supo canalizar las aspiraciones de todos los que padecemos las medidas de austeridad. De ahí que no pueda olvidar que la base de su reivindicación no está construida centralmente sobre un discurso audaz, sino, sobre todo, sobre la rebeldía de los indignados. Su acción política no puede dejar de partir de ellos; de construirse atravesando la línea horizontal donde estamos todos los de abajo. Como señalaba Pablo Iglesias en su artículo: “Llegamos hasta aquí llamando a las cosas por su nombre; debemos seguir haciéndolo”.
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