Opinión · Dominio público
Antes de que sea demasiado tarde, acción y reforma de la ONU
Ex ministro de Educación y ex director general de la Unesco
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Federico Mayor Zaragoza
Ex ministro de Educación y ex director general de la Unesco
Miremos a los ojos de nuestros descendientes, de los niños y de los más menesterosos y procedamos, con gran firmeza, a actuar frente a quienes, en la vorágine de las irresponsables políticas económicas actuales, podrían conducir a la humanidad a una situación inadmisible desde todos los puntos de vista. Tanto el Papa Francisco en su valiente Encíclica “ecológica” –“… es ahora tiempo de acción”- como el Presidente Barak Obama -“nuestra generación es la primera que hace frente al cambio climático… y la última que puede reducirlo y resolverlo” (¡)- han alertado sobre los riesgos de la situación y perspectivas futuras y han urgido la adopción de medidas.
Es especialmente inaplazable una gran acción educativa, a todos los niveles, para tomar conciencia de las responsabilidades actuales, para pasar de súbditos a ciudadanos plenos, y para anticiparse, ahora que la tecnología digital ya lo permite; para lograr total igualdad de género, auténtica piedra angular de la nueva era. Esta debería de ser la gran misión a encomendar a las Naciones Unidas, a través de la UNESCO, para conseguir, tanto en las escuelas como en los parlamentos, en los consejos municipales y en los gobiernos, personas “educadas”, es decir, “libres y responsables”, como establece el artículo primero de la Constitución unesquiana. Educación para ser, educación para aprender a ser y no a tener, como preconizan con tanta insistencia informes, como los PISA, derivados de organizaciones estrictamente económicas y comerciales. Hay que inspirarse en las reflexiones de Paulo Freire, Edgar Morin… que son las que afianzan la autoestima, la creatividad, el pleno ejercicio de las facultades distintivas de la especie humana.
Lo que hoy acontece a escala mundial (escasas ayudas a Haití, Nepal…, desatención a los refugiados, a los inmigrantes, reducción de la ayuda al desarrollo, la amenaza nuclear, la impunidad internacional en los tráficos de toda índole…) sólo podría resolverse con unas Naciones Unidas refundadas, plenamente respetadas por todos los países.
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La guerra de Siria, de Yemen, de Somalia,… la situación en Ucrania… la reacción frente al llamado Estado Islámico, que requiere una contundente y concertada acción a escala mundial, en lugar de las opacidades (ayudas a los terroristas por razones “intra-religiosas”) son realidades absolutamente insostenibles. Por otra parte, unas Naciones Unidas eficaces y “torres de vigía” hubieran permitido que la “primavera árabe” hubiera desembocado en situaciones muy distintas a las actuales.
Las Naciones Unidas han debatido y aprobado en diversas ocasiones Estrategias internacionales para la reducción de desastres naturales (1989, 1994, 1999, 2005, 2012…); se han utilizado como espacio de estudio y discusión, pero las recomendaciones han caído siempre en el saco roto de la sociedad de los “mercados”. Lo que debemos tener en cuenta es que entre 2002 y 2011 se produjeron 4130 desastres registrados, resultantes de riesgos naturales, en todo el mundo, en los que fallecieron 1.117,527 personas…
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Desde hace dos décadas, por primera vez en la historia, los seres humanos han dejado de ser invisibles, anónimos, silenciosos, obedientes… confinados tanto territorial como intelectualmente en espacios muy limitados y, de forma progresiva, están haciendo realidad el principio de la Carta de las Naciones Unidas: “Nosotros, los pueblos”… Ahora ya es posible la refundación del Sistema de Naciones Unidas, basado en la representación de la sociedad civil, en la representación de los Estados junto con la representación popular. Sí, ahora ya es posible la transición a una economía solidaria basada en el conocimiento para un desarrollo global sostenible y humano.
Las grandes prioridades a escala global establecidas por las Naciones Unidas: alimentación, acceso al agua potable, salud, cuidado del medio ambiente, educación para todos, paz, no pueden llevarse a la práctica si no existe una gobernación local e internacional genuinamente democrática. Además de terminar con la amenaza nuclear, sería muy conveniente que se garantizara la seguridad a través de las pertinentes alianzas siguiendo las directrices de un Consejo de Seguridad ponderado en composición y funciones, y fuera posible poner en práctica lo que constituye el gran proyecto patrocinado por el International Peace Bureau de Ginebra: desarme para el desarrollo (“disarmament for development”). Bastaría con un “recorte” del 35% del presupuesto bélico actual para que se produjera, en muy pocos años, esta gran transformación social a escala global. Hoy ya es posible la transición de una cultura secular de imposición, violencia y guerra (“si vis pacem, para bellum”) a una cultura de encuentro, conciliación, alianza y paz. Hoy ya es posible la gran transición histórica de la fuerza a la palabra, por las voces unidas en un gran clamor popular a escala planetaria, para que el siglo XXI sea, por fin, el siglo de la gente. Voces unidas para que pronto concluya la actual contradicción entre democracias a escala local y una plutocracia recubriendo el espacio internacional, en la que los tribunales internacionales, generales o específicos, no son reconocidos, o lo son sólo en determinadas ocasiones, por lo poderes hegemónicos.
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James A. Paul, fundador de la NGO Working Group on the Security Council, ha escrito en un artículo reciente sobre el 70 aniversario que ha llegado el momento en que la humanidad requiere la adopción de medidas muy enérgicas y que, en lugar de esperar los desastres que se avecinarían por la ausencia de una sabia gobernación mundial, los ciudadanos deben “pedir ahora un organismo efectivo y fuerte a escala mundial, democrático y proactivo, que proteja el medio ambiente, asegure el adecuado tratamiento de los conflictos y mejore la situación del mundo en su conjunto”.
El profesor Juan Antonio Carrillo, que fue un gran valedor del Derecho Internacional y hoy sigue iluminando con su obra los caminos que debemos recorrer sin demora, advirtió ya en 1998: “… es indispensable contribuir a la búsqueda de un orden internacional basado en la equidad, la solidaridad y la noción de comunidad internacional. Estos propósitos, que recuerdan los expresados en el artículo primero de la Carta de las Naciones Unidas, pueden parecer ingenuos y utópicos. Pero constituyen la base de mi firme convicción de que cada ser humano, cada comunidad humana, tiene la obligación positiva de ser el guardián de su hermano en el mundo injusto, desbocado y convulso que nos ha tocado vivir”. La realización histórica de este ideal exige, como es obvio, la institucionalización de la comunidad internacional en su conjunto, esto es, el tránsito de un orden internacional basado en la dependencia de los Estados soberanos a uno orden de interdependencia, basado en el totus orbis de la comunidad internacional. Está claro que no han faltado referentes. No han faltado lúcidas alertas, iniciativas, propuestas. Lo que sucede es que, hasta ahora, los “pueblos” estaban silentes. Ahora pueden hablar. Y van a hacerlo. Se avecinan cambios radicales.
Hace algunas semanas envié al Presidente Barack Obama, una carta en la que expresaba mi convicción de que, especialmente en concertación con el Papa Francisco, podía desencadenar un rápido movimiento a escala mundial en favor de la celebración de una sesión extraordinaria de la Asamblea General de las Naciones Unidas en la que se adoptaran las medidas apropiadas para evitar alcanzar puntos de no retorno, tanto en procesos medioambientales como sociales. En la misma sesión se decidiría una “hoja de ruta” para, en el menor tiempo posible, refundar un multilateralismo democrático, unas Naciones Unidas que hicieran realidad el principio de la Carta -“Nosotros, los pueblos”- mediante una Asamblea General que constaría de un 50% de representantes de Estados y un 50% de representantes de instituciones de la sociedad civil, al tiempo que al Consejo de Seguridad actual se añadiría un Consejo Socioeconómico y un Consejo Medio Ambiental. No existiría veto pero sí voto ponderado. En cuestiones especializadas, se tendrían en cuenta el rigor científico. Así, en materia de medio ambiente se atendería al Panel Intergubernamental contra el Cambio Climático (IPCC).
En estos momentos estamos procediendo, con varias instituciones de gran prestigio, a elaborar una propuesta que catalice, mediante el apoyo de la comunidad artística, de la comunidad científica, de la comunidad docente y universitaria, y con gran clamor popular, la puesta en marcha de un Sistema de Naciones Unidas capaz de asegurar una gobernanza mundial a la altura de los desafíos actuales.
A esta Asamblea General se sometería, en un breve plazo, el texto final de una Declaración Universal de la Democracia, único contexto en que es posible el pleno ejercicio de los derechos humanos, de la igual dignidad de todos ellos. Sería el “nuevo comienzo” que preconiza en su último apartado la “Carta de la Tierra”. Sería legar a las generaciones venideras un mundo en que las horrendas y ensangrentadas imágenes de mujeres, niños y hombres abandonados a su suerte no volvieran a repetirse. En que la habitabilidad de la Tierra seguiría en condiciones aceptables para una vida digna. En que la cooperación y no el enfrentamiento sería la norma. Sería celebrar los setenta años con el inicio de la transición histórica de la fuerza a la palabra.
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