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Opinión · Rosas y espinas

Rajoy, cobarde

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Mariano Rajoy no quiere debatir. Está como cobarde, a pesar del arrojo que mostró siempre, de su ya lengendaria rambización del neoliberalismo. La Academia de Televisión le ha invitado a un debate a cuatro con los dos candidatos emergentes y el sumergente socialista, pero Mariano va a enviar a Soraya Sáenz de Santamaría a largar por la boquita esa suya. Al nada sospechoso diario El País también le ha negado el presidente la posibilidad de juntar a los cuatro tenores del 20-D: Mariano declinó el envite. Sin embargo, esta noche acudirá a debatir con los futboleros de la COPE las incidencias de la jornada de la Copa de Europa. Y el presidente también discutió y discutirá su proyecto epistemológico en los programas televisivos de Bertín Osborne, de Ana Rosa y tal. Extravagantes interlocutores selecciona nuestro amado líder para departir sobre el incierto futuro de España, de Europa y del mundo en estos avatares tan procelosos.

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Mientras los estadistas europeos más vulgares desperdician nuestro tiempo suspendiendo partidos de fútbol para evitar atentados terroristas, el presidente de nuestra gloriosa patria comenta las jugadas, los fueras de juego, los goles, la fineza de un remate y las tánganas. Y eso que prometía en campaña, allá por 2011, que iba a ser un presidente muy aburrido. Rajoy, mientras el mundo se destruye, está reinventando el debate estilo No-Do, donde el Generalísimo siempre asiste a la exaltación patriótica que supone que el Real Madrid vuelva a ganar la Copa de Europa a los conspiradores judeo-masónicos. O casi (al Barcelona que ni se le ocurra, por cierto).

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Hubo cierta e inexplicable estupefacción entre los periodistas que acudieron ayer al espectáculo organizado por el portavoz del PP, Pablo Casado, para explicarnos cual será la estrategia de campaña del cerebro que nos aclaró por siempre jamás que "un vaso es un vaso y una taza es una taza", en plan Winston Churchill.

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--Tenemos más de 30 peticiones de debates en periódicos, televisiones, radios y universidades --se justificó Casado.

--¿Es más fácil hacer un hueco en la agenda para asistir a un programa de Bertín Osborne que a un debate con los candidatos?, --preguntó un periodista muy poco profesional.

--Sinceramente, no lo sé --respondió el portavoz, quizá con menos porte que voz.

A Mariano Rajoy le ha cogido un poco a contrapié esto de que el lenguaje político haya cambiado. Y, sobre todo, que la gente quiera volver a escuchar y enterarse, a opinar y a discutir de la prima de riesgo, la nuca de Rato, del gato schrödingeriano de Pedro Sánchez y el tupé que le ha quedado a Luis Bárcenas de tanto esquiar a contra viento en Suiza. Este fin de semana, tres de los cuatro programas más vistos en nuestras televisiones fueron los informativos de Antena 3 y Telecinco y el Salvados de Jordi Évole sobre la muerte de la clase media. La gente moja política hasta en el share.

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Mariano Rajoy quiere permanecer ajeno a todo eso. Sabe que ya no puede impedir que el pueblo se entere de todo, como cuando Franco. Pero en su incomparecer recalcitrante al menos consigue que jamás nos demos cuenta totalmente de quién es él. O eso supongo. O eso supone Mariano.

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Ya decía La Fontaine que "las personas que hacen poco ruido son peligrosas", y este Mariano Rajoy nuestro debe de ser una de las personas más peligrosas del mundo. Negarse a hablar es la forma más perversa de obligar a que los demás se callen. Y eso, Mariano, no es precisamente la democracia. Con lo que necesitamos, en estos tiempos terribles, escuchar. Incluso, escucharte.

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