Opinión · Tierra de nadie
El abrazo de Genovés, el del oso y el de Vergara
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Uno está donde quiere o donde le dejan, aunque a veces sea el mismo sitio. Sometido a distintos empujes desde sus flancos, el PSOE ha terminado por hacerse hueco en el centro, que es un territorio hacia el que todos han cabalgado alguna vez para ganar las elecciones y las partidas de ajedrez. No está solo en esa meseta, pero entre dar la batalla a su izquierda con una mano atada a la espalda o arrastrar a la derecha a Ciudadanos, una fortaleza donde el PP se ha encastillado y absurdamente se ha puesto sitio a sí mismo, no ha tenido más remedio que compartir el espacio.
Rivera está feliz con los nuevos vecinos sin pensar que entre el abrazo de Genovés que ejercía de testigo en la firma del acuerdo de investidura de Pedro Sánchez y el del oso sólo hay unas elecciones de por medio. Lo que ahora son reproches por haber servido de báculo al PSOE pronto serán dentelladas que pondrán a prueba sus pantorrillas. El de Ciudadanos se ha empeñado en jugar a ser Suárez aunque parece que nadie le ha explicado como termina el cuento.
Siendo verdad que Sánchez se encamina a la derrota en la batalla de la sesión de investidura de la próxima semana, ha ganado ya de saque varias casillas fuera y dentro de su partido, donde, salvo descalabro imprevisto en la consulta a la militancia, no habrá quien le tosa. La guerra, por otro lado, no ha hecho sino comenzar y las lanzas de hoy pueden tornarse cañas en los dos meses largos que restan hasta que deban convocarse nuevos comicios por imperativo legal. Llegados a ese punto no sería descartable un tercer abrazo: el de Vergara.
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La vida no será fácil para Sánchez aunque tampoco es un camino de rosas para el resto. Podemos se ha entretenido mucho tiempo en deshojar la margarita y, si no media otro golpe de efecto campanudo, se ha abocado a sumar sus votos a los del PP para impedir que Sánchez sea presidente. Nadie puede obligar a los de Iglesias a tragar con las ruedas de molino de un acuerdo incompatible con su ideario, pero es que el pacto del PSOE-C’s no es ni mucho menos reaccionario.
De hecho, y con todos los peros que pueden ponerse a un pacto que soslaya el problema territorial y no impone un giro radical a la política económica, da soluciones a la emergencia social en la que subsisten amplias capas de la población. No es un mal acuerdo para quienes carecen de ingresos, a los que se asegura un mínimo vital vinculado a la formación hasta que encuentren trabajo; ni para los desahuciados por la crisis, a quienes se reconoce el derecho a un alquiler social acorde a sus circunstancias económicas; ni para los parados mayores de 52 años, que disfrutarían de un subsidio hasta que encuentren trabajo o se jubilen; ni para los cuidadores de dependientes, que podrán reincorporarse a la Seguridad Social; ni para las madres demandantes de empleo, que cobrarían un subsidio de seis semanas; ni para las mujeres en general, a los que se reconocerían dos años de cotización por cada hijo; ni para los autónomos, que pagarían 45 euros y no más de 300 cuando sus ingresos reales no superen el salario mínimo; y así.
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Hay, como se ha dicho, muchas cosas objetables y algunas que no lo son tanto. Desacraliza el déficit público, ofrece un amplio catálogo de medidas anticorrupción, de despolitización de las instituciones y de democratización de los partidos, pone coto a las puertas giratorias, vuelve a universalizar la sanidad para nacionales e inmigrantes, amplia los permisos de maternidad, elimina los copagos y promete más recursos para luchar contra la violencia de género.
Criticable por no proponer la derogación inmediata de la ‘ley mordaza’ o la reforma laboral, lo cierto es que anula los aspectos más controvertidos de la ley de Seguridad Ciudadana e insufla nueva vida a los sindicatos y al diálogo social. Tras la denuncia de Podemos de que se rebajaba la indemnización por despido en los contratos temporales, se asumió el error horas después y se corrigió. Más difícil es aceptar que impone el contrato único cuando en realidad propone tres y vuelve a judicializar los despidos. Sin ser perfecto, el acuerdo está dentro de los márgenes aceptables para cualquier partido socialdemócrata europeo.
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Se dirá razonablemente que el centro no es el lugar más adecuado para una fuerza que se supone de izquierdas, aunque tal y como está el patio todo es cuestión de perspectiva. El sitio tiene la ventaja de la maniobrabilidad y el inconveniente de que te pueden llover piedras desde cualquier punto. Así está el juego.
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