Opinión · Punto y seguido
La sexualización de las atletas "musulmanas" y el velo
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Algunos sectores progresistas en Europa han aplaudido con entusiasmo la presencia del velo en las olimpiadas de Río 2016. Digo del “velo” ya que las atletas procedentes de los países de Oriente Próximo, sin exhibir su creencia religiosa, llevan participando en las competiciones deportivas internacionales desde el principio del siglo pasado. La denominación “países musulmanes” como etiqueta política para referirse a esta región del planeta (la única señalada por su “fe”) nace a finales de 1970, cuando gracias a la Guerra Fría la extrema derecha islámica avanzaba en las fronteras de la URSS, y a su paso imponía el velo a las mujeres –musulmanas o no-, declarando su nuevo estatus: el de subgénero. El uso de esta etiqueta que aumenta el peso de la religión en la vida pública sólo consolida el poder de las élites que la instrumentalizan “como el opio del pueblo”. Antes de esta fecha, es difícil (¿imposible?) encontrar imágenes de deportistas “musulmanas” con el velo. Por ejemplo, las cuatro atletas iraníes –tres “musulmanas” y una armenia-, que estuvieron en Tokio (1964) y compitieron en gimnasio rítmico, salto de altura y lanzamiento de disco, llevaban el traje reglamentario, sin que el mundo “musulmán” se hundiera por la exhibición de sus curvas.
Las normas establecidas sobre el atuendo de los deportistas en los grandes eventos -que están dirigidos principalmente al público masculino-, han cambiado gracias a la lucha del movimiento feminista contra los estrictos códigos de vestimenta diseñados para las atletas. ¿Sabían que ninguna deportista de EEUU pudo asistir a los Juegos Olímpicos de Estocolmo (1912) porque su gobierno no les permitió competir sin faldas largas? En los torneos de 1870 en EEUU, las nadadoras tuvieron que llevar pantalones, faldas y blusas con mangas largas. ¡Imagínense el peso que tenían que arrastrar y las maniobras que debían realizar para no ahogarse!
En este mismo país, la esgrimista estadounidense Ibtihaj Muhammad ganó, con la cabeza cubierta, el título de la “deportista musulmana de 2012-”. Es otra curiosa modalidad de dividir a los ciudadanos, además de por su color de piel, por su clase social. En otra tierra, Irán, las promotoras del “feminismo religioso” organizaron entre los años 1993 y 2005 Los Juegos de Mujeres Musulmanas con la participación de 24 países, en los estadios sin asistencia masculina. Fue un fracaso, obviamente.
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Sin duda, hay un nexo directo entre la vestimenta de la mujer, sus derechos como ciudadana, y su relación con el poder, como bien describe la expresión española de “¿Quién lleva los pantalones en tu casa? Ignorar esta realidad sólo retrasa las reformas imprescindibles al respecto.
Datos para reflexionar
- Los primeros países en enviar mujeres a las Olimpiadas fueron Francia y Suiza. Corría 1900. Los últimos, Arabia Saudí, Qatar, en 2012, y eso bajo la amenaza del COI de excluirles de las competiciones si no lo hacían.
- De los 10.500 atletas asistentes en los juegos del Río, 4.800 eran mujeres, todo un récord histórico, número que no refleja la desigual en su distribución entre los países representados. 14 de ellas destacaron por su velo, al tiempo que pocos analistas cuestionaron la responsabilidad de los gobiernos del medio centenar de “países musulmanes” en esta profunda brecha de género en el deporte. Las cámaras buscaban el morboso atuendo: el pelo suelto de Marwa Amri, la primera mujer tunecina ganadora de una medalla de bronce, en lucha libre, no vendía.
- EEUU fue el país, no sólo con mayor número de mujeres atletas, sino también con más mujeres en su equipo que hombres: 292 de los 555, y con muchas afros en sus filas, aunque a las órdenes de poderes blanco-masculinos.
- China llevaba a 289 mujeres a Río y sus mujeres (desconocemos su credo) arrasaron en medallas. Mientras, la India, el país con el que podría compararse, sólo ganaba dos premios, y eso gracias a sus mujeres Sakshi Malik bronce en lucha libre Last Sunday, Dipa Karmakar y Sindhu, plata en bádminton.
- 120 países regresaron a casa sin una sola medalla, entre ellos Austria y Marruecos. Este país obtuvo un oro en los juegos de Los Ángeles 1984, por el mérito de Nawal El Moutawakel, la primera marroquí (se desconoce su religión, ya que es un asunto privado, como debe ser) y también la primera africana en ganar un oro.
- Siria, en guerra, no participó. El recuerdo de Ghada Shouaa, la campeona del mundo en heptatlón en Gotemburgo, 1995, sigue vivo.
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Que las atletas cubriesen su cabeza “pero participen” no resuelve el problema de la profunda y grave discriminación que las deportista sufren como género. Incluso con una medalla colgada al cuello, ellas carecerán de cualquier derecho sobre su cuerpo o sobre el hijo que traen al mundo, siendo objeto de leyes redactadas hace miles de años. Arabia Saudí envió a dos mujeres en 2012 a Londres sólo para acallar las críticas internacionales. Desde entonces no ha habido ningún cambio en su política hacia el deporte femenino.
Barreras al desarrollo del deporte femenino
- Sentencias religiosas, como: “El movimiento del cuerpo de la mujer provoca al hombre”, y por lo tanto peca ella y le hace pecar a él.
- Considerar que el deporte es una afición indecorosa para la mujer, igual que el baile.
- Que el lugar de la mujer está en casa, y no exhibirse, allí fuera, ante los extraños.
- La indiferencia de las autoridades hacia la salud física, y por ende, la salud mental de las ciudadanas.
- El alto precio de los clubes para el bolsillo de las clases trabajadoras.
- La falta de instalaciones adaptadas a ellas. En Arabia Saudí no hay ningún espacio deportivo para las mujeres, ni uno de los 150 clubes deportivos las deja entrar, obligándolas a mover su cuerpo en los “pisos francos” de forma subterránea. En los colegios, las niñas no realizan educación física. La inactividad de la mujer en este país ha provocado un grave problema de sobrepeso en la población femenina.
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Si el ingente dinero y tiempo que dichos países dedican al debate sobre el velo de la mujer se hubiera invertido en la sanidad, educación o paz en la región (cosas que no dan beneficio de las élites gobernantes), el mundo sería otro.
Tanto el burquini como los diminutos bikinis de las jugadoras de voleibol de playa son representaciones sexualizadas de las deportistas. Unas y otras, sometidas a las mismas normas sociales sexistas, son retradadas en los medios por motivos ajenos a su habilidad, técnica o logros, y sin ningún respeto hacia su persona.
Por qué es tan difícil de entender que las diferencias biológicas no pueden ser un pretexto para que el hombre goce de un sinfín de placeres mundanos y privárselos a ellas, para “salvaguardar la honra de la religión y la familia”. El velo es sólo un símbolo del estado de Apatheid de la mujer como género.
La mujer no podrá emanciparse sin que su vestimenta se despoje de la misión moral asignada por los patriarcas de las tribus, quienes temían perder el control sobre la mujer y con ello el poder. Hay que devolver a los tejidos su sentido original: proteger el cuerpo humano de las inclemencias del habitat.
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