Opinión · Dominio público
Ni Trump es Barba Azul, ni Hillary Juana de Arco
Autor de Política y geopolítica para rebeldes, irreverentes y escépticos, Akal, 2016.
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Augusto Zamora R.
Autor de Política y geopolítica para rebeldes, irreverentes y escépticos, Akal, 2016.
Implacable ha sido –sigue siendo- una generalidad de medios de comunicación con el candidato republicano Donald Trump, dentro y fuera de EEUU. Tales medios funcionan como una orquesta sincronizada -vaya usted a saber desde dónde o desde qué-, para caricaturizar a Trump e idealizar a Hillary. Las noticias y los análisis han convertido las elecciones estadounidenses en una simplista y maniquea lid entre “Hillary la buena” y “Donald el malo”. Hillary, moderna Juan de Arco, y Donald, un siniestro Barba Azul.
Poco tienen que ver tales noticias y análisis con la realidad de la política de EEUU. De entrada, debe entenderse que los presidentes, en EEUU, no suelen cambiar mayormente las líneas de mando del país, que mantienen inalterables sus constantes esenciales. El demócrata Kennedy inició la guerra contra Vietnam, la continuó otro demócrata, Johnson, y la elevó a niveles criminales el republicano Nixon. Ocho años de mandato de Barack Obama, primer presidente negro de su historia, no sirvieron para cambiar en nada la situación de los llamados afroamericanos (significativo, por demás, que a los blancos no se les llamen euroamericanos y que los indios sigan siendo vistos como no americanos). Bien al contrario, sus dos últimos años de presidencia estuvieron marcados por un repunte de la violencia policial contra sus ¿hermanos? de raza, al punto que la expresión ‘tiro al blanco’ en EEUU es un real y dramático tiro al negro. Intentar remover las raíces profundas del racismo estadounidense habría generado rechazo en demasiada gente, razón por la cual era conveniente dejar las cosas como estaban.
Trump, conocedor del peso de los votantes blancos (69% del total del censo) y del racismo visceral de muchos de ellos (véase la película de Alan Parker, Arde Mississippi, 1988), decidió hacer de la inmigración, sobre todo hispana, un tema electoral dado que, para esos votantes blancos, la mayor amenaza a su supremacía racial proviene de los hispanos, cuyo flujo incesante no hay forma de parar. Las cifras apuntalan el temor de los euroamericanos: los hispanos han pasado de 15 millones en 1980 a 55 millones en 2015 y llegarían a 100 millones en 2050. Estados hay (California, Arizona, Florida…) donde el auge de la población hispana está haciendo minoría a los euroamericanos. La imagen de un muro de 3.000 kilómetros que separe a EEUU de México alivia el horror de esos blancos, algo que no debería sorprender en esta Europa que, en dos años, ha llenado muchas de sus fronteras de alambradas, vallas, policías, soldados y perros para detener la marea de inmigrantes que huyen de la guerra y el hambre. Por eso resulta más que hipócrita criticar a Trump por proponer un muro -que no se construirá: una cosa es andar en campaña electoral, otra ser presidente-, muro que en Europa no es demagogia electorera, sino realidad apoyada por amplias capas de población devota del racismo.
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Es de preguntarse, por otra parte, si la campaña demoledora contra Trump (que no es santo de nuestra devoción, preciso es aclarar) no tiene sus raíces en una visión menos confrontativa del mundo, comparada con la de Hillary. Trump considera que interesa a EEUU entenderse con Rusia, limitar el gasto militar estadounidense para ‘proteger’ a países aliados (que los europeos, por ejemplo, corran con los gastos de su ‘protección’) y resguardar el empleo en el país, luchando contra la deslocalización y, por inevitable, poniendo vallas a los productos asiáticos, sobre todo chinos. Hillary ha caminado por otros derroteros. Apoyó la invasión de Iraq y la destrucción de Libia y es partidaria de que EEUU quite y ponga gobiernos donde considere menester. También cree que Rusia y China son enemigos mortales y que EEUU debe atiborrarse de armas para hacerles frente y mantener a cualquier costo su supremacía mundial. Para Hillary, EEUU sigue siendo “el país indispensable”, “un país excepcional”. “Estoy convencida de que, como decía Lincoln, seguimos siendo ‘la última y mejor esperanza de la Tierra’”. Y la “última y mejor esperanza de la Tierra” debe gobernar el mundo, incluso contra su voluntad, aunque para ello deba destruir todo lo que se le oponga. Si esa es la alternativa a los exabruptos de Trump, es de presumir que Trump es el mal menor, pues no hay nada más peligroso que los fanáticos, vístanse como se vistan o quieran ellos ser vestidos.
No debe olvidarse el peso demoledor que tiene el complejo militar-industrial en EEUU. Este país, aunque genera hoy el 18% de la economía mundial, realiza el 55% del gasto militar del planeta. 600.000 millones de dólares anuales, cantidad lo suficientemente abultada para cortar las alas a cualquier presidente que quiera afectar en negativo los intereses de este complejo, que nada tiene que ver con el de Edipo. 600.000 millones de dólares repartidos a dedo por el gobierno pues, por razones de ‘seguridad nacional’, ninguno de los grandes contratos está abierto a licitación pública. Para mantener ese gasto disparatado hacen falta enemigos y, si no los hay, preciso es inventarlos. Como en 1984, la premonitoria novela de Orwell, la consigna del complejo militar-industrial de EEUU es “la guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza”. Así EEUU llena Europa de bases y contingentes militares y quiere meterle a Rusia sus misiles en las costillas, esperando que Rusia reaccione y caiga en la trampa de una nueva carrera armamentista. Por eso envían sus portaaviones al Mar de la China, para crear un ambiente pre-bélico que justifique las inversiones militares del año siguiente.
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Otro dato debe arrojar pistas. El resultado de las últimas encuestas, que indicaban un gran repunte de Trump o, incluso, que ganaba a Hillary, hizo tambalearse a bolsas y mercados (que son lo mismo). Por la experiencia de España sabemos que, cuando las bolsas tiemblan, es que el establishment siente que se le mueve el piso. Alarma sin sentido: gane quien gane, una vez ungido, se integrará en el establishment y las aguas volverán a un cauce que nunca abandonaron. Pasa, simplemente, que Hillary es valor seguro y asegurado a lo largo de sus extensos andares en política, mientras que Trump, gallo de pelea, candidato salido contra los deseos del apparachik republicano, no goza –aún- de las bendiciones del establishment. Tranquilos, si gana, será otra oveja del redil, pues ni es, ni pretende ser, otro Lenin, ni su fortuna proviene de practicar la caridad.
De risa es que, en la campaña electoral, desfilen misses agraviadas por el súper macho que dice ser Trump. Tiene Hillary, en eso, el techo de cristal, pues su marido Bill no es, precisamente, ejemplo de respeto a las mujeres. Bill era incluso peor, pues para intentar tapar el hipócrita “escándalo Lewinsky” mandó a bombardear Sudán, destruyendo en el bombardeo la única fábrica de medicamentos del país. Es preferible un Trump haciendo de ramplón Tenorio que un Bill matando inocentes para tapar la apresurada felación de una becaria. En realidad, ambos son abominables, pero eso es lo que produce EEUU.
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Paga Trump el haberse expresado bien del presidente ruso, Vladimir Putin, la gran bestia negra de la OTAN, pues no perdona que Putin le haya parado los pies en Georgia, Ucrania y Siria. Haber afirmado que “Putin es mejor líder que Obama” hizo chirriar los goznes de la herrumbrosa y paranoica musculatura de la OTAN. No obstante, Trump dijo una verdad. Putin ha sido más inteligente que Obama y la Merkel, ya no digamos que Holland. Sería ese el punto desde donde Trump podría –subrayamos ‘podría’- ser menos dañino que Hillary. Con la señora Clinton en la presidencia de EEUU las posibilidades de proliferación de conflictos mundiales y armas se disparan. Con Trump hay una modesta esperanza de acuerdos con China y Rusia, es decir, de paz mundial.
Todo esto no deja de ser especulaciones. Como afirmaba hace pocos días el periodista Stephen Kinzer (no confundir con Stephen King), desde The Boston Globe, EEUU “no tiene la costumbre de comprometerse con otros países”. Lo suyo es el Big Stick. Esa es, al menos, la doctrina de Hillary. Puede que Trump, bisoño en estas lides, tenga más tendencia a buscar acomodos diplomáticos. Si no es así, habrá que dejar de lado libros y elucubraciones y dedicarse a cavar trincheras. Cuanto más hondas, mejor, que Rusia y China están cada vez más preparadas para poner en su sitio al “país indispensable” que –ya va siendo hora- sería bajado de su nube supremacista de la única forma que entiende: a misilazos. Y colorín colorado, el cuento se habrá acabado.
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