Opinión · Punto de Fisión
Las mujeres como problema
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Estos días le han atribuido a Joan Rosell unas polémicas declaraciones en las que, al parecer, señalaba que las mujeres son un problema para encontrar trabajo, es decir, que cuantas más mujeres acceden al mercado laboral, más difícil es que haya trabajo para todos. Especialmente para los hombres. A pesar de que los números cantan y de que la aritmética berrea, la prensa se ha visto obligada a rectificar porque, según un comunicado de la CEOE, Rosell jamás había dicho tal cosa, tan sólo había subrayado que la presencia de las mujeres ha aumentado significativamente la tasa laboral en los últimos 25 años. La consecuencia lógica evidente (cómo no va a haber menos empleos para los hombres si las mujeres los están copando todos en lugar de quedarse fregando en casa) no salió jamás por la boca de Rosell, aunque lo pensara. Se trataba de una invención del periodista, que andaba duro de oído o había tomado dos copas de más.
Ocurre, sin embargo, que no es muy difícil creer que Joan Rosell soltara una rueda de molino semejante cuando cada vez que le colocan delante un micrófono sólo le falta hablar en latín medieval. Estos últimos años el presidente de la patronal ha expectorado, entre otros anacronismos, que los trabajadores actuales deben ganarse el puesto cada día y que el trabajo fijo es un concepto del siglo XIX; que España necesita reformas de las que duelen (no a él ni a la CEOE, evidentemente); que él invertiría antes en Francia que en España por la pésima gestión de los costes eléctricos; que habría que subvencionar a los funcionarios en vez de dejarlos que abarroten la administración pública consumiendo a manos llenas papel, luz y teléfono, etc. La noticia, en efecto, es que Rosell por primera vez haya sido capaz de callarse.
A veces los periodistas tenemos que recurrir a la ficción porque nos enfrentamos a personajes fantásticos. Con las mejores declaraciones de los tres últimos presidentes de gobierno podría rodarse una comedia de los Monty Python sin esforzarse mucho, mientras que algunos de los ministros del último gabinete parecen extraídos de la próxima entrega de Torrente. La política también es una cuestión de perspectiva y lo único que hace medianamente razonable a alguien como Joan Rosell es el recuerdo de su antecesor en el cargo, Gerardo Díaz Ferrán, que actualmente cumple condena a la sombra por haber resultado demasiado emprendedor y demasiado buen empresario.
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La perspectiva caballera también arroja un consuelo de tontos en el momento en que ampliamos el foco y comparamos nuestros particulares desastres con los que pululan por el resto del globo. Por ejemplo, este fin de semana, el embajador de Arabia Saudí en Washington ha respondido así a una pregunta sobre la curiosa política exterior de su país: "¿Dejar de bombardear Yemen? Es como pedir que deje de pegar a mi mujer". Este tipo tan chistoso, ataviado con su barba y su chilaba, parece la reencarnación de Antonio Ozores en aquella escena de Los energéticos, cuando Esteso y Pajares se quedan embobados mirando a un montón de huríes danzando en pelotas y el jeque Ozores les invita: "Podéis coger a la que más os guste y hacer lo que queráis con ella. O matarla si os apetece. Tengo más". El diplomático saudí remató su respuesta con una carcajada, que para algo es diplomático y saudí.
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