Opinión · Punto de Fisión
Se equivocó Antonio Hernando, se equivocaba
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Cuando vi a Antonio Hernando por primera vez en el Congreso de los Diputados, me sorprendieron sus gafas. Llevaba unas brillantes gafas de color fucsia, morado o violeta que parecían un objeto de propaganda podemita, un guiño descarado al enemigo, aunque, pensándolo despacio, más raro sería que las llevara de color rojo. Luego, al estudiar otras fotos del personaje comprobé que las gafas cambiaban según la ideología, el lugar y el momento; había un amplio surtido de gafas negras, metálicas, de pasta, encajadas en el rostro de Antonio Hernando. Se podía atribuir tal profusión de colorido a un gesto innato de coquetería de no ser porque la barba, la calva y el peinado eran invariables. Comencé a sospechar que todas esas gafas eran la misma gafa, que se trataba de una gafa camaleónica, adaptada a la peculiar naturaleza política de su propietario.
Hay muchos Hernandos dentro de Antonio Hernando, el Toni Cantó del psocialismo patrio, el hombre que un día apoyaba a Pedro Sánchez y al día siguiente lo estaba apuñalando por la espalda. Este veletismo flagrante es harto común en política, no hay más que recordar cuando Pablo Iglesias llamaba a Garzón "cenizo amargado" o cuando Jose Mari Aznar hablaba catalán en la intimidad. Pero lo cierto es que -incluso dentro del PSOE, donde el viento cambia de la noche a la mañana según sople la OTAN- la rapidez con que Hernando gira el volante produce vértigo. Su discurso a favor de la abstención durante la primera sesión de investidura de Mariano fue una obra maestra del doble-pensar orwelliano, una pieza oratoria de primera magnitud en la que, al intentar nadar y guardar la ropa, se quedó en pelotas, mojado y tiritando. Las gafas, eso sí, no le temblaron ni un milímetro.
Se enfadó mucho cuando Gabriel Rufián, recordándole su promesa de hacía sólo unos meses -"no apoyaremos a Rajoy en la investidura y tampoco nos vamos a abstener", aseguraba en junio en una entrevista en la cadena Ser- lo llamó traidor a la cara. Un adjetivo que lo equiparaba a la larga lista de los Judas, los Quisling y los Bruto que en el mundo han sido, pero que a Hernando le viene grande, mucho. "Me equivoqué" confesó ayer a los periodistas, "al identificar la gestión de un resultado electoral complejo con un tema ideológico, político y ético". En efecto, él es más bien un patinador de la política, un bailarín de la ética, un malabarista de las ideologías, una matrioska con sucesivos hernanditos unos dentro de otros.
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"Es prácticamente imposible que apoyemos los presupuestos generales" dijo ayer, otra negativa que habrá que poner en cuarentena, a ver si se transforma en un tal vez o en un aplauso. Dos negaciones afirman en inglés, en su boca vete a saber. Fue una lástima que en la primera votación de investidura Mariano desperdiciase media hora de discurso en contestarle porque, como dijo el poeta Alvaro Muñoz Robledano, le hubiera bastado con una pregunta ciceroniana: "Disculpe, señor Hernando, pero esta opinión que ahora tiene ¿le va a durar hasta cuándo?"
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