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Opinión · Otras miradas

Las otras mujeres del 2 de mayo

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Sofía Castañón

Secretaria de Feminismos Interseccional y LGTBI de Podemos y diputada por Asturies

La víspera del 2 de mayo pienso en los brillos de las tijeras y las navajas. Todo lo que era para coser, para remendar más que bordar, pasaba a estar al servicio de la lucha, en rebelión contra el hartazgo, en pie de protesta ante la ocupación francesa. Mientras el ejército español tiene orden de no salir de los cuarteles, y mientras dos capitanes de artillería hacen de la decisión heroísmo y del heroísmo leyenda, las mujeres salen a la calles armadas con lo que en otros momentos unía. Coser, a veces, implica previos tijeretazos.

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Quedan menos de un puñado de nombres propios de aquello. Manuela Malasaña. Clara del Rey. En otra parte, Agustina de Aragón. Como otras veces, igual que en Asturies entonamos la canción de Aida Lafuente, que respondía ante el fascismo con el nombre de comunista y libertaria, pensar en los nombres propios de la Historia es aceptar una visión patriarcal del mito.

Como hicieron las francesas en los procesos previos a la Revolución Francesa, saliendo a la calle, demandando pan, protestando por la carestía de la vida por oposición al lujo real desde la lógica de ser ellas quienes no podían mantener a sus familias. Como resultó en Francia tras la lucha, las mujeres no lograron sus derechos ciudadanos y volvieron, de hecho, a un punto más reaccionario en sus condiciones de vida. Como entonces, tras las peleas que libran hombres y mujeres por igual ante el poder, llega la Constitución de 1812, la más avanzada del momento y el referente del liberalismo progresista español todo el siglo XIX, y sigue sin recogerse la condición de ciudadanía para las mujeres.

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Y esto va a seguir así después porque, aunque tras el retorno del rey en 1814 y el inicio de un reinado retrógrado y absolutista el marco de derechos constitucionales desaparece para todo el mundo, tampoco en el breve Trienio Liberal de 1820 a 1823 o a raíz de la coronación de Isabel II y el Estatuto Real de 1834 o la Constitución de 1845; esto cambia. Ni siquiera, en España, tras la Revolución de 1868, que aunque empieza a hablar ya de mejorar la educación y situación de las mujeres no las piensa en el texto constitucional en pie de igualdad.

Se parece un poco a la Historia de la Cultura, del Arte o de la Literatura. Las mujeres como objeto al que cantar, que plasmar, al que dedicar la obra. Pero nunca vistas como creadoras, o sólo excepcionalmente, reconocidas como la excepción. La política ha andado en la misma tónica: las mujeres encarnamos esos conceptos de justicia y libertad en forma de estatuas, pero no podemos disfrutarlos porque cuando llega el momento de poner sobre el papel, la letra se vuelve pequeña y las más de las veces desaparece.

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Pensar el 2 de mayo con nombres propios nos coloca en la contradicción de que es necesario tener presentes a las mujeres heroicas (que ya hay muchos señores en nuestros libros de texto) pero es más necesario entender aún, desde una mirada social y consciente de cómo nos cuentan la Historia y qué excluye el relato de cómo hemos logrado nuestros derechos y cómo han sido esas batallas y esas luchas, que son personas anónimas quienes han sostenido cada reivindicación y cada enfrentamiento con el poder. Tener presente que las mujeres han salido a la calle, empuñado armas, trabajado en la clandestinidad, mantenido la resistencia de los fugados al monte, y que además se las ha puesto a planchar las pancartas mientras otros firmaban comunicados, se han quedado a recoger los ceniceros al final de las asambleas ilegales durante el franquismo. Tener presente, tenerlas presentes, sabernos herederas y comprender lo que implica estar a la altura: la pelea que nos queda, la de nuestros derechos que no puede esperar a mejor momento.

La víspera del 2 de mayo pienso en el Día del Trabajo, en que las peleas habrá que darlas desde el lugar en el que la sociedad coloca a las más vulnerables. Pelear como heroicos varones blancos occidentales nos ha traído derechos, pero no todos y no a todas. A las mujeres de las que no recordamos el nombre, más que nunca, nos debemos. Estar, y ser muchas, en las instituciones con esa certeza: a ver si alguien nos niega que eso es motor transformador.

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