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Opinión · Otras miradas

La energía nuclear en “el mundo de las muchas crisis”

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Juanjo Álvarez

Miembro del Área de Ecosocialismo de Anticapitalistas y del Movimiento Ibérico Antinuclear 

Hace cinco años se adjudicó a la candidatura presentada por Villar de Cañas el proyecto de Almacén Temporal Centralizado (ATC) de residuos nucleares. Se trata de un proyecto lanzado y financiado por la empresa pública ENRESA y con cargo a nuestra factura de la luz, para dar salida a los residuos generados por la industria de energía nuclear en el Estado español. En su momento, el proceso de elección de emplazamiento para el cementerio nuclear –no es el único en el estado, pero sí el primero de sus características, ya que es el único que permitiría almacenar residuos de alta actividad– fue polémico y más parecía una lotería mal organizada que un proceso serio en el que se gestionaba una cuestión de seguridad clave para todo el territorio peninsular. Y finalmente se eligió Villar de Cañas: premio para un municipio que debería llevarse, de acuerdo a lo que el gobierno difundió y a lo que la economía dominante viene a decir, un grueso beneficio en forma de inversiones y creación de puestos de trabajo.

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Hoy, cinco años después, hemos tenido conocimiento de un terremoto en la localidad de Yebra, a apenas 85 km de distancia de la ubicación del ATC autorizado y, lo que es más significativo, junto a un pueblo que presentó su candidatura y que fue aceptado al concurso. Más aún, la vicepresidenta del Gobierno, al presentar el resultado del concurso,[1] insistía en que todos los emplazamientos analizados eran “aptos” para alojar el popularmente llamado “cementerio nuclear”.  Así que habrá que creer que aquella comisión ministerial que podía solicitar todos los informes científicos que considerara necesarios dio por bueno un emplazamiento con riesgo sísmico, algo que ya se sabía en aquel momento y sobre lo que ya alertaban los ecologistas.

¿Es seguro almacenar residuos de media y alta actividad radioactiva en una zona con riesgo de terremotos? La respuesta evidente, la que cualquiera puede tener en la cabeza, es que no, por supuesto que no lo es. La respuesta de la industria será más elaborada; sin duda, alegarán que la solidez y los sistemas de seguridad son suficientes, que el riesgo sísmico es bajo y que por lo tanto no hay ningún riesgo para la zona. Sin embargo, son ya numerosos los accidentes y catástrofes nucleares. Three Mile Island (EEUU) en 1979, Chernóbil en 1986, y Fukushima en 2011 son los más importantes, pero ha habido más, también en territorio español: Vandellós, como recordarán, sufrió un incendio en la zona de turbinas calificado como incidente grave, y ya en 1970, una serie de errores humanos provocaron un vertido de residuos radioactivos al Manzanares y, desde ahí, al Jarama y al Tajo.

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Siempre habrá accidentes, dirán algunos. Cierto, siempre los habrá. Precisamente por eso, la tecnología nuclear es una herramienta de aprendiz de brujo que entraña riesgos inasumibles para la especie humana y no podemos asumir más incertidumbre. Los accidentes son y serán incontrolables, y sus consecuencias también lo son. Para hacernos una idea de la enorme distancia entre el peligro de la industria nuclear y la capacidad técnica para gestionar este riesgo, baste recordar que lo mejor que ha encontrado esta industria millonaria para almacenar los residuos es… meterlos en cofres de hormigón.

Aún hay otro dato clave en este punto: la cuestión económica. Cuando se inicia el proceso para elegir un emplazamiento que acogiera el ATC, uno de los argumentos era que se ahorraría una enorme cantidad de dinero que se está pagando actualmente para sacar esos residuos fuera del Estado. Ese mismo argumento fue utilizado por Soraya Sáenz de Santamaría cuando se hizo pública la elección de Villar de Cañas como emplazamiento. Pero ¿por qué es eso un problema para el gobierno? Endesa, por poner un ejemplo, obtuvo un beneficio neto de 1411 millones de euros el pasado año, similar, por ejemplo, al de Fenosa (según informe Energía 2017, del Foro de la Industria Nuclear Española, la patronal del sector). Pero las eléctricas apenas pagan sus residuos, sino que es el estado -a través del recibo de la luz- el que se encarga en su mayor parte, a pesar de los enormes réditos que esta actividad proporciona al sector privado. La energía nuclear, en contra de lo que se dice en muchas ocasiones, no es más barata: está más subvencionada.

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Y un último punto, la cuestión del cambio climático. No son pocas las voces que han planteado las nucleares como solución, y, sin embargo, hay que matizar mucho esta propuesta. En primer lugar, porque su aplicación obvia que la nuclear sólo aporta energía en forma eléctrica, por lo que el transporte y otros sectores necesitarían de una electrificación de la red mundial de suministro de energía que no está a nuestro alcance, pero sobre todo porque, si cambiamos las emisiones de CO2 por la producción masiva de residuos radioactivos ¿qué viaje ecológico estamos haciendo? Parece claro que ninguno. La economía de maximización del beneficio privado, la única comprensible para los grandes sectores capitalistas, no puede asumir una auténtica conversión orientada al beneficio social, ni puede tampoco garantizar la seguridad, porque no son, en ningún caso, sus objetivos. El terremoto de Yebra, que se ha quedado en anécdota, no es sino la historia de un riesgo inasumible en un mundo que cada vez más será “el mundo de las muchas crisis” -Jorge Riechmann dixit– y en el que lo nuclear tiene que desaparecer, bajo el riesgo de que lo que desaparezca sea la posibilidad misma de una vida buena para las mayorías.

NOTAS

[1] (http://www.europapress.es/castilla-lamancha/noticia-gobierno-aprueba-unanimidad-villarcanas-cuenca-acoja-atc-20111230153521.html)

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