Opinión · Otras miradas
Remedios feministas en el post 8M
Responsable de Comunicación de IU
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Hay momentos políticos que no caben en una evaluación. O mejor dicho, hay momentos políticos que no pueden evaluarse al día siguiente, ni a la semana. Con la huelga feminista y este 8M ya “histórico” a muchas nos ha venido a la memoria aquel 22 de mayo de 2011, post 15-M, en la que algunas voces se atrevían a afirmar, con cierto desprecio, que “eso de las plazas” solo había servido para asegurar la victoria de la derecha. Tal vez con este 8M, como con aquel 15-M, tenemos que dejar pasar unos cuantos meses, o años, para conocer la magnitud del impacto a nivel de país y el posible cambio de paradigma.
Lo que si se puede señalar ya son algunos de los desafíos que el feminismo ha puesto encima de la mesa con esta huelga, y para los que, en la mayoría de los casos, ya ha encontrado remedio.
El primer desafío podría ser el de evitar la disolución de la fuerza conseguida, y su consiguiente desilusión. Como toda gran movilización, el obstáculo siguiente se salta siendo capaces de unir los hilos de lo recorrido con los de lo recogido, y de tejer el feminismo sabe mucho. Si algo caracteriza a ese movimiento social (y teoría política) es su capacidad de hacer red allí donde va. El movimiento feminista, horizontal en su ADN, ha roto no solo la monotonía de las grandes ciudades, sino que ha llegado hasta el último pueblo de este país. ‘Aquí hay más gente que en las fiestas del pueblo’ es ya una frase para apuntar en la evaluación del impacto del 8 de marzo. Esa red de mujeres organizadas, activadas en su empeño de mostrar que ellas también paraban, seguirá funcionando.
El segundo desafío tal vez sea la reacción neomachista. Albert Rivera no se equivocó el 8 de marzo al salir él y no Inés Arrimadas. La extrema derecha a la española lleva dando vueltas con esto del feminismo desde que la huelga marcó agenda. Son el partido de los cabreados, especialista en alimentar el odio y capitalizarlo. Frente a una posible salida neomachista, al estilo más trumpiano, la apuesta debe seguir siento más pedagogía feminista. Ni esto es una batalla contra los hombres ni las soluciones mejorarán solo la vida de las mujeres.
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Por último, y tal vez el desafío más complejo: la disputa del sentido. Si algo ha destacado esta huelga es la dimensión económica de la opresión de género. Las mujeres que han salido lo han hecho porque con sus múltiples vidas y trabajos visibles e invisibles no les queda tiempo, porque no llegan a fin de mes, porque la pensión no les da para ellas y para sus hijos, porque en las aulas los recortes amontonan a los alumnos o porque quieren poder cuidar y que sus compañeros también lo hagan, o por lo contrario. Las mujeres han salido, entre otras cosas, denunciando que su cotidianeidad está llena de precariedad y pobreza. Y han dicho, sin decirlo, que este sistema económico las vuelve locas. Y que así, pues no.
Nancy Fraser, en El capitalismo y los cuidados, pone el foco en la contradicción capitalista de la reproducción social, esa que se mueve entre la necesidad del trabajo reproductivo de las mujeres, y su simultáneo rechazo por parte del mismo sistema económico que lo necesita, y cuya principal consecuencia es la conocida como crisis de cuidados. Para ella parte de la explicación de la potencia del feminismo reside en que esta crisis de cuidados es uno de los espacios de nuestras vidas en los que el capitalismo financiarizado actual golpea con más fuerza.
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En ese sentido, lo que esta huelga feminista nos enseña es que, al igual que el propio sistema económico está en constante mutación, también lo están sus tensiones y consecuencias. Ya no es solo que las tareas de cuidados pasen de las mujeres blancas que se han incorporado al mercado de trabajo a ser tareas cubiertas por otras mujeres migrantes. En la huelga feminista también se ha dicho: somos todas tan precarias y tan cada vez más pobres (en un contexto cada vez más caro) que ni nos planteamos pagar para que cuiden de nuestras hijas.
Por eso, entre otras cosas, la crisis de cuidados no va solo de quién se encarga de las tareas domésticas, o de que queramos un reparto más simétrico de cada tarea, y ni siquiera de que éstas se valoren más o menos, sino de que la vida (para la inmensa mayoría) está cada vez más lejos de ser digna. Por eso las reivindicaciones feministas se entienden tan bien con las reclamas protagonizadas por las pensionistas: en la mayoría de los casos son las personas mayores las que ponen su pensión y su tiempo al servicio del cuidado de toda la familia.
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Los remedios suelen ser cosa de mujeres. Y los remedios sirven para reparar daños. Frente a los desafíos en el post 8 de marzo, sigamos con las fórmulas y los remedios feministas. Lo que la huelga nos ha traído en forma de debate ciudadano se debe materializar, desde lo micro a lo macro, en nuestro día a día, en cambios sociales y culturales y en políticas públicas, recursos y legislación. La demanda ha quedado clara y tiene que hacerse real: la sociedad está pidiendo un cambio y hay que construirlo en común.
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