Opinión · Dominio público
Cambio… ¿dentro de un orden?
Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid. Autor de 'El populismo a debate' (ed. Rebelión)
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(En torno a la entrevista a Íñigo Errejón: “La reforma más importante es introducir orden”)
Iñigo Errejón es uno de los dirigentes políticos e intelectuales progresistas más sugerentes de este momento. Sus aportaciones son siempre un motivo de reflexión, especialmente en estos momentos de bloqueo político y necesidad de una clarificación discursiva y estratégica para el cambio político y después de un año de su alejamiento de la primera línea expresiva. Más allá de una valoración más general y detallada, estos son solo unos comentarios rápidos a cuatro de sus ideas expresadas en la citada entrevista editada en diario Público (4-4-2018), en relación con su propuesta de orden, la pertenencia nacional y la soberanía popular, el sentido del populismo y la hegemonía institucional.
En primer lugar, ¿qué sentido tiene apropiarse (y resignificar) significantes utilizados por la derecha con un significado definido como ORDEN frente a desorden neoliberal?. Está bien intentar adjudicar el desorden (popular, social y territorial) al poder neoliberal o conservador y exigir protección pública y seguridad vital (orden) para la gente común y sus vidas. El problema es que ese significante está asimilado cultural y políticamente a las derechas en cuanto reflejo y gestión de autoridad institucional, élites y estructuras sociales dominantes con el resultado de la subordinación popular (ordenada) e impuesta bajo el imperio de la actual hegemonía institucional liberal-conservadora.
Por tanto, cuando menos, es una referencia ambivalente, de doble sentido, si no se especifica bien su carácter y su función en este contexto determinado. Como bien se dice, hay que definir un horizonte claro con un contenido de certidumbre vital para la mayoría social. Pero ello significa definir el modelo socioeconómico e institucional, los objetivos estratégicos y el proceso relacional. Lo podemos definir siguiendo el programa político de las fuerzas del cambio para esta legislatura, en el que el autor tuvo un papel destacado: cambio democrático-igualitario y transformación progresista del sistema económico-institucional dominante que alumbre una democracia social y económica, más justa, solidaria… y segura para la sociedad. Habría que desarrollar más su sentido político-cultural de avance cívico: la idea fuerza de cambio (de progreso) frente a continuismo (liberal-conservador) (y más allá del slogan “Sonrisa de país”).
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En el texto no está claro si la prioridad por el orden subsume, desplaza o complementa esas ideas fuerza de cambio de progreso y democracia social, aunque en el ámbito ideológico-cultural aparece como una nueva alternativa. En todo caso, habría que precisar qué condiciones hay que ordenar (o regular), para quién se reclama (los de abajo y su precariedad) y frente a quién (privilegiados de arriba y su orden y dominación), así como cuándo y para qué (para el proceso de activación popular y conquista institucional y/o gestión gubernativa); son aspectos que se citan pero que quedan en un segundo plano.
En la tradición política convencional se han utilizado otras expresiones para definir horizontes de una sociedad más justa e integrada, que son menos problemáticas: (socioliberales) cohesión social, seguridad social, bienestar público u orden (garantías) democrático, así como una ‘idea fuerte de bien común’ (aristotélico) o el ‘ideal republicano’ (ilustrado) (que cita); por no utilizar la tradición democrática de las izquierdas y su modelo de sociedad: justicia social, democracia social avanzada, Estado de bienestar, derechos y garantías sociales y laborales, sociedad libre e igualitaria...
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Existen también otras referencias ambivalentes como estabilidad o consenso político muy valoradas mediáticamente pero ligadas al concepto de orden hegemónico del poder establecido y la supuesta neutralidad institucional, y no siempre encaminadas al bienestar social.
Además, la palabra orden (nuevo) está asociada históricamente a la doctrina nazi-fascista (frente al desorden democrático-liberal y de las izquierdas de entreguerras) y a los regímenes autoritarios o conservadores. Y la está rescatando la nueva derecha extrema europea.
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Estamos ante una fuerte pugna político-cultural. La necesidad de un proyecto alternativo definido, de un modelo socioeconómico e institucional diferenciado del bloque de poder dominante, es clara. Pero los esfuerzos de la resignificación de orden pueden ser baldíos o contraproducentes.
Es verdad que la gente necesita orden (seguridad) en sus vidas, no un sistema económico e institucional autoritario o una normalización política basados en el orden hegemónico actual, es decir, obediente al poder establecido y sin oposición cívica o conflicto sociopolítico. O sea, es imprescindible una fuerte participación ciudadana, el respeto a la diversidad y el pluralismo y una democracia fuerte que garanticen el bien común o el bienestar social de las mayorías populares. Pero antes que la continuidad del actual orden (institucional y económico-laboral), se necesita cambio (social y político).
La consecuencia de priorizar el orden, aunque sea solo en el campo cultural, es que se difumina el objetivo y la dinámica del ‘cambio’… del orden institucional real existente por un nuevo reequilibrio o transformación del poder… a un nuevo sistema más justo, libre… y ‘seguro’. La realidad del poder y la dominación es dual. No vale una expresión satisfactoria para ambas partes en conflicto. Su significado está vinculado socialmente a la experiencia popular de su sentido político para la mayoría ciudadana, reaccionario o de progreso.
La tarea política alternativa, por tanto, sería construir una dinámica y experiencia de cambio, una práctica relacional confrontada con las élites dominantes que generan subordinación, desigualdad, explotación y precariedad, es decir, destrucción, conflicto, desarraigo o desorden popular. Y, además, dotarse de una justificación discursiva y una ‘nominación’ clarificadora de un nuevo modelo social. Sin que el motor constructivo sea un ‘horizonte’ ambiguo, sino una experiencia compartida que avance hacia un objetivo con un significado claro para los intereses y demandas cívicas y un sentido democrático-igualitario.
La segunda idea problemática es asociar lo populista con la dinámica hacia la PERTENENCIA NACIONAL, no de clase, popular o cívica que aparecen en segundo plano. Inicialmente, construir pueblo frente a las élites es una polarización democrático-popular anti-oligárquica similar a la lucha de clases o el conflicto social. Ahora se pasa de esa idea previa hacia una posición de pueblo-nación, transversal entre las capas populares con los grupos de poder (de la nación) y sin adversarios.
Frente al individualismo extremo, el desarraigo social y la subordinación en las estructuras sociales tradicionales es imprescindible reforzar los vínculos sociales, el sentido de pertenencia e identidad colectiva y el talante democrático e igualitario. Los lazos comunitarios no necesariamente derivan hacia dinámicas nacionalistas. No obstante, en el texto el momento populista se justifica por el ascenso de los movimientos nacionales. Y la alternativa es la soberanía popular en una Europa renovada (y ecológica) basada en un New Deal (nuevo trato o contrato social).
Aquí las respuestas se quedan cortas respecto a dos cuestiones cruciales. Una sobre las tendencias principales: la cogobernanza o integración solidaria y democrática en la construcción de la UE, embarcada en la recomposición de una nueva élite dominante europea (bajo hegemonía alemana y de las derechas) con las tensiones, acomodos y reajustes inevitables, pero con el horizonte de una democracia débil y poco social y solidaria. Otra sobre la alternativa de una democracia social avanzada o, como mínimo, de una Europa más justa, solidaria, democrática e integrada, superadora de los nacionalismos excluyentes y del cosmopolitismo (o europeísmo) ingenuo y subordinado al núcleo de poder liberal-conservador.
Pero, desde el punto de vista fáctico, ¿la realidad y la tendencia dominante es el fantasma del populismo? Por otro lado, hay también un embellecimiento de la construcción nacional: “Hay algo potencialmente popular y democrático en la reunificación de las pertenencias nacionales”… aunque es fundamental el matiz 2): ‘instituciones para preservar el pluralismo político’.
En tercer lugar, está bien diferenciar y definir la pugna entre dos populismos distintos, aunque Errejón resalta su diferenciación por su esencialismo o constructivismo, no tanto por su sentido político: reaccionario y democrático-progresista. Podríamos hablar de populismo de derechas y de izquierdas (Ch. Mouffe), o de populismo de clases dominantes y clases dominadas (E. Laclau); aunque también existen populismos centristas-liberales, nacionalistas (o estatistas) y de extrema derecha (o autoritarios) y extrema izquierda (o soviéticos)… Así, el populismo no es una ideología ni una orientación política sustantiva definida, y es compatible con (casi) todas ellas.
El POPULISMO es, sobre todo, una lógica política de polarización, sin definir el sentido y la estrategia política de los dos campos contrapuestos. Por ello debe ir acompañado de una orientación estratégica, una vinculación sociopolítica y una dinámica relacional específicas. Así, hay que hablar de populismos en plural, muchos contradictorios entre sí por su carácter sustantivo. Esa lógica de confrontación de dos actores –nosotros/ellos-, sin precisar su sentido político (progresista o reaccionario) no debería ser el eje principal clasificatorio de las tendencias político-sociales. El incentivo es dar por supuesto que es la tendencia ganadora en la historia y que refuerza la representación de ese campo. Pero es débil para legitimar un liderazgo o una teoría transformadora por lo sustancial, su carácter democrático-igualitaria.
No obstante, en cuarto lugar, aun con ese elemento parcial de recomposición de la representación política, que no del poder económico, el interrogante es el presente y futuro inmediato de la HEGEMONÍA institucional y política. Pero la tendencia principal en Europa no es la desaparición o la posición subalterna de la representación ‘tradicional’ liberal-conservadora, con los nuevos apoyos centristas o socioliberales, y su pérdida de hegemonía institucional a favor de otros actores (populistas, de un tipo u otro). Y la respuesta (parece) es que no, al menos a corto plazo y aunque se difumine la continuidad del poder establecido y haya reequilibrios diversos.
Por tanto, sí existe una amplia deslegitimación popular de las clases políticas dominantes, incluso del propio proyecto europeo, y es evidente su necesaria recomposición apelando al pueblo (y/o la nación), o sea su relegitimación; pero el núcleo dominante de la UE y su proyecto neoliberal se están reforzando.
Para seguir con el principio de realidad, la dinámica principal parece que va más bien por la consolidación del bloque de poder establecido europeo y su representación política en torno a la tradicional y renovada élite dirigente: Merkel -hegemónica- con acompañamiento de SPD y Macron; es decir el gran centro-derecha y la subordinación nacional y de clase del resto de élites periféricas y del sur, incluido la socialdemocracia, con su ambivalencia ante su encrucijada. No obstante, la mayor subordinación y contención es hacia sus mayorías ciudadanas, sus demandas y las fuerzas democráticas y de progreso. Y ello aun con la presión, por un lado, del populismo de derecha extrema, las dinámicas disgregadoras, autoritarias, xenófobas y nacionalistas, que pugnan por un reacomodo, y por otro lado, de la necesaria activación del bloque progresista, alternativo o de izquierdas que necesita un horizonte (un modelo y una estrategia) más preciso y sólido.
Las fuerzas del cambio son insuficientes hoy para garantizar una alterativa institucional, especialmente gubernamental y europea. Hay que transformar la situación masiva de desigualdad y precariedad y evitar la consolidación de la involución social y democrática. La alternativa de progreso y cambio democrático exige firmeza y cooperación para desplazar la hegemonía institucional de las derechas. Pero dos no cooperan si uno no quiere, o impide un acuerdo equilibrado o exige un sometimiento a la otra parte. Es uno de los nudos a desatar y el dilema de la dirección socialista: gran centro continuista (naranja) o acuerdo de cambio de progreso (morado). El cambio debe ser sustantivo, aunque sea limitado y lento. Y puede desarrollarse mejor en el ámbito municipal y autonómico. El avance progresista en ellos será la condición para abordar mejor la prueba de fuego de cambio gubernamental. Bienvenido sea el comienzo de este debate estratégico.
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