Opinión · Otras miradas
Sobre los injertos capilares de Albert Rivera y la ideología de Ciudadanos
Senador de Unidos Podemos por Gipuzkoa
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A pesar de que 64 primaveras me contemplan ya, y aun cuando he asumido los claros que dominan en la poblada cabellera que antaño disfruté, no puedo negar que sigo siendo un hombre coqueto. Y tras contemplar el paso del tiempo cada mañana frente al espejo, no puedo evitar mirar con detalle la frondosidad capilar de aquellos varones que más recurrentemente aparecen en los medios de comunicación. Alucino con el vigor de la melena de mi querido Pablo Iglesias, aún cuando reconozco que en materia capilar el campeón es, sin ningún género de dudas, Carles Puigdemont. No es difícil, ni siquiera para el ojo inexperto, augurar que el ex president de la Generalitat y su leonino cabello afrontarán con éxito y buena salud los envites del tiempo. No obstante, en materia capilar, existe un gran interrogante: Albert Rivera.
Confieso que he tenido que repasar imágenes del líder de Ciudadanos en diferentes momentos de su no tan corta trayectoria política para poder elaborar una teoría que se sustente en los hechos. Y, después de mucho reflexionar y de hacerme a mí mismo preguntas de una insondable profundidad metafísica, he llegado a encontrar una hipótesis certera. Repasemos las preguntas y respuestas que me han llegado a conformar mi opinión.
¿Es posible que el Albert Rivera de hace tan solo unos años tuviera menos pelo que el Rivera que hoy día acumula apariciones en los grandes medios de comunicación? Sin duda. ¿Es también cierto que su cabello decrece y crece periódicamente? Es cierto, efectivamente, que cuando la cabellera de Rivera parece sucumbir a la alopecia, en tan solo cuestión de días el vigor de sus cabellos recobra milagrosamente toda su presencia. ¿Puede un simple cambio de peinado propiciar este cambio tan evidente? Rotundamente no. Durante años utilicé esta tradicional técnica y nunca me dio tan buenos resultados. ¿Costea Ciudadanos los tratamientos capilares del señor Rivera? Aunque no podemos dar respuesta fiable a esta pregunta, sí podemos llegar a la conclusión que semejante medida supondría, en términos políticos, una decisión más que acertada.
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Ciudadanos es esa formación que, hurtando votos a derecha e izquierda, se ofrece al país como recambio de los dos grandes partidos sobre los que se ha cimentado el turnismo parlamentario desde 1978. Ciudadanos se oferta como un partido nuevo y cuya única misión histórica es la regeneración democrática de nuestras instituciones. Impoluto, aseado y moderado como él solo, su promesa de eterna juventud saltaría de inmediato por los aires si la alopecia ganara esa batalla que se libra sobre el cráneo de Albert. Frente a la imagen cada día más decadente, caduca y obsoleta que ofrece M. Rajoy, Albert Rivera es ese joven resplandeciente, ese yerno ideal, al que toda familia española querría sentar a su mesa. Me deleita incluso imaginar a Rivera en plena Nochebuena, poniendo paz a la clásica discusión política con una frase ganadora: “Esto no es cosa de derechas o de izquierdas, y no tiene que ver con la ideología, cuñado”.
Sobre la ideología de Ciudadanos se ciernen tantos o más interrogantes que sobre la naturaleza del cabello de su líder. Un buen día, en el Congreso de los Diputados nada más ni nada menos, Patricia Reyes acusaba al PP “introducir en el Código Penal una figura que va contra el principio de reinserción”, manifestando su oposición a la prisión permanente revisable. Tan solo unos meses después, y cuando la muerte del pequeño Gabriel copaba portadas de periódicos y abría informativos, Ciudadanos rectificó y su propio líder sentenció que “no se puede derogar la prisión permanente revisable hasta que no se resuelva el recurso pendiente en el Constitucional”.
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El pasado 6 de marzo, dos días antes de la huelga feminista que paralizó nuestro país, Inés Arrimadas anunciaba que su partido no secundaba las movilizaciones porque estas se convocaban contra el machismo, “pero también contra el capitalismo”. El 9 de marzo Albert Rivera viraba el rumbo de su partido, definía la convocatoria como “histórica” y “un éxito de todos” y se declaraba “encantado de liderar las reivindicaciones” feministas. De la noche a la mañana, sin el menor tapujo, como definirte en tus propios estatutos un día como “partido progresista” para, justo a la mañana siguiente, adoptar la ideología “liberal”.
Más recientemente incluso, con todo lo relativo al máster en diferido de la señora Cifuentes, Ciudadanos ha vuelto a brindarnos un maravilloso ejemplo sobre su sempiterno proceso de mutación política. Primero, Albert Rivera ponía en duda que la información publicada por “un medio digital” pudiera tumbar a la presidenta de la Comunidad de Madrid. Unos días después el señor Aguado, que también parece haberse realizado injertos capilares sobre su frente, nos brindaba como solución al problema de la regeneración democrática la creación de una comisión de investigación sobre el mencionado máster. Un día más tarde pedía la dimisión de Cifuentes. Y ahora el partido de Albert Rivera amenaza con apoyar la moción de censura impulsada por el PSOE y que será apoyada por Podemos. Coherencia naranja en estado puro.
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Mi tesis es que Ciudadanos construye su ideología de la misma manera que repuebla la cabeza de Albert Rivera o de Ignacio Aguado, a golpe de injerto. Un día estoy contra la prisión permanente revisable, pero, si dos días los vientos soplan en una dirección diferente, se cambia de posición. El feminismo un día es una cosa de radicales que quieren destruir España y el capitalismo y, tras el éxito de la convocatoria realizada por numerosos colectivos y protagonizada por las mujeres de nuestro país, Rivera se autoencumbra como líder de las reivindicaciones.
A priori, esto de Ciudadanos parece un gran invento. Pudiera parecer que su ideología es una suerte de lienzo en blanco sobre el que dibujar trazos según más convenga. Ciudadanos construye su programa político como quien realiza injertos en un cráneo despoblado y castigado por la calvicie. El problema, no obstante, es que Ciudadanos sí tiene una ideología que, injertos aparte, termina por quedar al descubierto. Es una ideología que se trasluce, por ejemplo, cuando el bueno de Albert Rivera propone una rebaja de impuestos a los mileuristas, obviando que están exentos del pago, y los define como “clase media trabajadora”. Hay quien, tal vez por un instante, pueda llegar a sospechar que el proyecto político de Ciudadanos se sustenta sobre la idea un país cuya prosperidad se sustenta en la precariedad de quien cobra un salario con el que no se llega a fin de mes.
El problema de Ciudadanos, no obstante, puede llegar a ser aún mayor. Esos injertos artificiales, realizados tanto sobre la cabeza de Rivera como en el programa político de Ciudadanos, empiezan a supurar. Es un tufillo que en forma de bofetada nos golpea nuestro sentido del olfato. Ante la corrupción endémica que azota a un PP atrincherado en las instituciones, Ciudadanos, no dispuesto a apoyar un cambio de gobierno, propone a la ciudadanía que se ponga una pinza en la nariz para no oler la pestilencia que nos rodea. Si el partido de Albert Rivera llega un día a gobernar nuestro país, no sería ni mucho menos descabellado que nos propusieran colocar esa pinza en nuestras narices para conjurar la ranciedad y el mal olor que inundaría nuestro país.
Algunos nos miramos cada mañana al espejo y seguimos reconociéndonos. Dudo que Albert Rivera pueda decir lo mismo.
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