Opinión · Otras miradas
Macarras de billar de barrio
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Durante varios años fui socio del Madrid Billar Club, adscrito a la Federación Española de Billar. Nunca pasé de ser un jugador mediocre, pero como en la mesa de al lado solía tener al campeón del mundo, Avelino Rico, me hacía la ilusión de haber alcanzado la excelencia en este diabólico juego, que desafiaba incluso la mente de Mozart.
Los buenos jugadores – y había muchos por allí – intentaban jugar para dejar una posición difícil al adversario, pero siempre después de haber intentado hacer la carambola. El macarra de billar de barrio – y no estoy pensando solo en Rafa Hernando – juega en cambio, en cuanto no tiene el punto a huevo, a no quedarse (los franceses lo llaman jouer la carotte). Es decir, simula que tira para hacer el tanto, cuando en realidad lo único que pretende es mover su bola para que el rival lo tenga aún más jodido. Hay una renuncia deliberada a jugar para ganar y un empecinamiento obtuso en ponérselas putas al otro a cualquier precio.
Creo que este símil billarístico ilustra bien cómo concebimos la política en España. El anuncio del Muy Imputable Pablo Casado, de votar en contra de la ampliación del techo de gasto, es una buena muestra de este estilo barriobajero. De los más de 5.000 millones extra que el nuevo Gobierno ha conseguido en Europa, se pueden beneficiar todos los españoles: socialistas, peperos en libertad e incluso peperos a la sombra, pues ¿quién dice que no se puedan usar esos eurillos de más para mejorar las instituciones penitenciarias donde languidecen algunos de los saqueadores de dinero público más ilustres del solar patrio? Casado, sin embargo, se opone cerrilmente a ello, solo para demostrar ante La Caverna que por fin ha llegado a Génova 13 el chico duro con el que Aznar lleva teniendo sueños húmedos desde que Rajoy prescindió de su tutela y de su tutía.
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Pocas semanas antes de su fallecimiento (noviembre de 2011), le pregunté a mi padre qué haría el PP al llegar al poder.
–Estos hijos de puta – me dijo – han trabajado tanto y de modo tan irresponsable para hundir el barco y desahuciar a Zapatero, que ahora que se tienen hacer cargo de él, no van a ser capaces de reflotarlo.
Sus palabras resultaron proféticas, pues aunque es cierto que los indicadores de la economía que preocupaban en Bruselas han mejorado de forma manifiesta, la derecha lo ha conseguido a un precio intolerable. La clase media ha vuelto a la pobreza, los millonetis tienen aún más pasta que antes y la crispación en Catalunya ha llegado a límites inmanejables. Cuando Rajoy presume – como antaño lo hizo Aznar – de su milagro económico (hemos superado una crisis económica sin precedentes, España está creciendo de forma fuerte, equilibrada y sostenible) parece un cirujano con el mandil empapado de sangre, presumiendo de haber salvado al paciente después de haberle amputado las cuatro extremidades.
Esta semana me preguntaban en el programa Tot es mou de TV3 si el viraje a la derecha del Muy Imputable era solo una estrategia ventajista para acabar con Soraya en las primarias, o si a imagen y semejanza de Donald Trump, que se ha mantenido tercamente en sus trece tras ocupar la Casa Blanca, el nuevo Presidente intentará ganar las elecciones con un programa que parecería retrógrado incluso en la época de los Reyes Católicos. Mi respuesta fue que como los partidos no buscan defender el interés general, ni se rigen por principios morales, sino que se comportan (¡Viva Maquiavelo!) como empresas privadas en busca de la maximización de su propio beneficio, todo va a depender de lo que digan los sondeos de opinión durante los próximos meses. Los dividendos son los votos, y si un producto no funciona, se lo retira del mercado y santas pascuas.
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A los hechos me deprimo: ese gran defensor de la vida que es el Partido Popular se comió con patatas la ley del aborto de Gallardón, no porque le pareciera aberrante, sino porque hasta sus propios votantes la consideraban una monstruosidad digna del Dr. Mengele. Por tanto, dado que uno de los puntos fuertes del programa del Muy Imputable es volver a la ley del 85 (a la que también se opusieron los peperos en su día con uñas y dientes) y que esa ley resulta hoy ya viejuna hasta para Celia Villalobos, es bastante verosímil que el fundamentalismo opusino de Casado se quede en agua de borrajas. No por falta de ganas, sino por mero oportunismo político.
Y dado también que Soraya, la del PP, que ahora va de moderada, ayudó a Federico Trillo a redactar el feroz recurso de inconstitucionalidad contra la ley de plazos del 2010, es altamente probable que no tenga el menor problema para integrarse en las fundamentalistas huestes del delfín de Aznar.
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Y juntos, café para dos, redactando un recursillo a medias, seguirán destrozando el noble arte del billar, que para mí es como decir de la política, jugando de forma mezquina, previsible y aburrida a no quedarse, solo para joder al otro. Si Einstein levantara la cabeza:
El billar es el muy notable arte de pensar por anticipado. No es solo un juego, sino un deporte muy exigente, que requiere buena dosis de energía, el pensamiento lógico de un jugador de ajedrez y la mano firme de un concertista de piano.
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