Otras miradas

Cómo el negocio de la música cambió de dueños y alumbró un nuevo consumidor

Sergio Andrés Cabello

Profesor de Sociología, Universidad de la Rioja

Hace unas pocas semanas, el periodista Diego A. Manrique aludía en su columna de El País a la publicación en la página web odiomalley.com de los datos de ventas de discos en España. Las cifras, desconocidas hasta la fecha, aunque tampoco resultaron ser una gran sorpresa, mostraron cómo se podía ser número 1 con apenas 1.500 copias vendidas en una semana. Con 200, entrabas entre los veinte primeros y, con 50, entre los 100.

Estos indicadores son la muestra del hundimiento de la industria y de la transformación de la manera que tenemos de consumir música, debate que viene generando una gran cantidad de bibliografía, artículos en los medios generalistas y especializados, así como un ingente material en Internet, tanto a través de blogs como en las redes sociales.

De hecho, ya en 2013 realizamos desde la Universidad de La Rioja un estudio sobre los gustos y tendencias musicales de los estudiantes de esta institución, que mostró algunos de esos cambios.

¿Quién mató a la estrella de la radio?

La historia, contada en infinidad de ocasiones, es la de una industria que no supo adaptarse a las transformaciones tecnológicas o que se confió en exceso cuando, hasta comienzos del siglo XXI, todavía continuaban vendiéndose millones de CDs. Sin embargo, en menos de una década, Internet, las descargas y la piratería, la aparición de las plataformas de streamingy Youtube, entre otros, contribuyeron a la creación de nuevas formas de consumo.

"No olvides las canciones que cambiaron tu vida" (The Smiths).

Mientras que las generaciones anteriores habíamos crecido venerando el valor del formato físico, fuese el vinilo, el casete o el CD, muchos lo abandonaron rápidamente ante la posibilidad de conseguir el producto musical de forma gratuita o ante las nuevas formas de acceso. Esto indica que ese proceso no estaba muy asentado. En no pocas ocasiones, lo que se buscaba era el single o los dos o tres temas más populares, algo también muy legítimo, frente a la obra en su conjunto. En cuanto a las generaciones más jóvenes, ya imbuidas en un entorno tecnológico, para ellas, la accesibilidad era el fin.

Pero no sólo estaba cambiando la industria musical en cuanto a la producción y distribución. Los gustos musicales se fragmentaban y se volvían más eclécticos, en gran medida gracias a la revolución tecnológica. La accesibilidad total en la forma de consumo de la música, en cualquier momento y lugar, rompió también con el formato álbum. Se escuchan canciones, especialmente a través de Internet y Youtube, como ya señalaban los universitarios y universitarias riojanas en nuestro estudio de 2013. Un consumo muy de "picoteo" o incluso de "usar y tirar". De esta forma, y como reflejo de otras transformaciones sociales, las fronteras entre los gustos se hicieron más porosas y todo entraba dentro de un mix diverso, mucho más accesible y legitimado.

Si en las décadas pasadas, y recordemos que la industria musical comienza a expandirse a partir de los cincuenta del siglo XX, era fácil estratificar y compartimentar a los aficionados a la música en función de categorías definidas que, en no pocas ocasiones, no llegaban a tocarse siquiera, la última década y media ha mostrado un eclecticismo institucionalizado en los gustos musicales. No quiere decirse que el mismo no se diese en el pasado, pero era menos explícito.

De esta forma, hoy en día ciertos análisis son más complejos porque no responden a categorías fijas desde hace décadas. Sin embargo, también es cierto que han caído muchos prejuicios y estereotipos.

La atomización del rock y del pop

Igualmente, la música también iba sufriendo transformaciones en su valor e importancia social, dándose situaciones un tanto disonantes.

Por ejemplo, el rock ‘n’ roll perdió buena parte de su relevancia en las últimas dos décadas, precisamente a medida que lo denominado "indie" o "alternativo" iba alcanzando el "mainstream". Desde el "grunge" a comienzos de los noventa del siglo XX, las escenas más rockeras se han ido atomizando y han contado con más visibilidad en los medios que popularidad social. El mismo camino ha seguido el pop, en no pocas ocasiones por delante en cuanto a popularidad, aunque menos valorado por una crítica que por momentos ha tendido a encerrarse en sí misma.

El ganador se lo lleva todo.

Internet tampoco ha sido la panacea que se prometía en el sentido de ofrecer nuevas oportunidades para los artistas y bandas emergentes, exceptuando casos contados. Así, el efecto es el contrario. Como cantaba el grupo sueco ABBA, "The Winner Takes It All" (en español: el ganador se lo lleva todo), ya que la clase media de artistas y bandas ha ido viendo cómo sus medios de supervivencia se han ido reduciendo. Puede que te vean mucho en Youtube pero, si en la primera semana de publicación de tu disco, te compran doscientas personas, la cosa está clara.

Yo estuve allí

Mención aparte, e ineludible en estas fechas, merecen los conciertos y festivales. Provocan uno de los debates más importantes en relación a la música, tanto en la forma como en el contenido: exceso de festivales, parte de ellos masificados, con algunas prácticas cuestionables y con perfiles de públicos diversos.

En ocasiones, da la impresión de que no pocos festivales y conciertos se han convertido en una especie de signo de estatus, "yo estuve allí", primando el evento social frente al valor de la música. Es un proceso que responde al signo de estos tiempos posmodernos, los de las "experiencias". Sí, son eventos colectivos, pero el foco está en la individualidad y tendría que profundizarse en los perfiles de las personas que van a estos conciertos y festivales.

La música sigue siendo muy importante, pero sus transformaciones son muy evidentes y están vinculadas a los cambios de nuestras sociedades. La accesibilidad a la música es total, comenzando por los teléfonos móviles. Estamos en un mundo en el que lo queremos todo ahora y más rápido, formas de consumo basadas en la cantidad y en la celeridad, picoteando aquí y allí.

En buena medida, el eclecticismo viene derivado de esta situación. Una canción, no me atrevo a decir "un disco", seguirá emocionando, tendrá un valor para sus oyentes, pero cada vez de una forma más individual que colectiva. Y es muy posible que este escenario se vaya acelerando más y más.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation

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