El desconcierto

Urkullu y la mayoría perdida de Sánchez

Pedro Sánchez intentará llegar al otoño de 2019 sin convocar elecciones generales, si el Lehendakari Urkullu logra recomponer la mayoría parlamentaria que en junio le llevó a la Moncloa. Solo si Ajuria Enea convence al Palau de San Jaume sobre la conveniencia de cerrar filas ante el fuerte vendaval autoritario de las tres derechas, el presidente del Gobierno contará con muchos menos obstáculos para continuar siéndolo casi una docena de meses más. Son los aliados parlamentarios del PSOE, mucho más que los propios socialistas divididos, los que animan estos días a Pedro Sánchez a superar sus vacilaciones, titubeos e indecisiones sobre si revestirse con el sudario rojigualda que le ofrecen Casado, Rivera y Abascal.

Andalucía con los resultados inesperados de sus urnas ha dejado noqueado a Sánchez. Aturdido y paralizado, se ve tentado por el 155 como único instrumento que cree válido para recuperar el casi medio millón de votos andaluces perdidos en las urnas autonómicas. Tanto que incluso va más allá que Rajoy, puesto que éste optó por dicho artículo después de una declaración de independencia, mientras que el Presidente del Gobierno incluso lo baraja ahora tras varios cortes de carreteras y unas declaraciones muy insensatas del president de la Generalitat. Como si fuera el cuarto mosquetero de la triada Casado, Rivera y Abascal, arremete contra aquellos que votaron su moción de censura ante la insoportable corrupción del PP.

Si Urkullu no lo remedia, recomponiendo la mayoría parlamentaria progresista, Sanchez habrá optado por el suicidio, pensando, eso sí, que de esta forma su caída electoral en las elecciones generales será mucho menos dura. Un mal cálculo, pero si lo fuera bueno tampoco serviría de mucho, dado que sin recomponer la coalición electoral que le sostuvo, ¿cómo podría gobernar? La realidad muestra que frente al bloque de las tres derechas, basado en una  alternativa involucionista, o se recompone un bloque democrático o Pedro Sánchez pasará a ser, probablemente, el presidente más breve desde la transición de la historia parlamentaria española, superando la marca de Calvo Sotelo.

Con el agua al cuello, Pedro Sánchez todavía delibera si acogerse al flotador que le tiende Urkullu o subirse a esa barca de Caronte que es el 155, acompañado de los tres fúnebres remeros que la conducen, Casado, Rivera y Abascal. Si la Fiscalía General hubiera cambiado la tipificación del delito de rebelión para los presos políticos catalanes, a la vez que la prisión provisional para quienes no pueden ser calificados de ninguna manera como delincuentes, Pedro Sánchez no estaría a punto de naufragar. Existe una gran contradicción entre el hecho de mantener en prisión a aquellos líderes políticos con los que buscas dialogar y además los presentas como a la fracción buena de los malos soberanistas. Sánchez debiera ser más osado, al estilo de aquel que proclamaba hablar catalán en la intimidad y ahora maneja desde las bambalinas el tridente de las tres derechas.

Si José María Aznar, cuando le interesó, llegó a presentar a ETA como el Movimiento Nacional de Liberación Nacional Vasco, ¿por qué demonios la izquierda española nunca se atreve a defender el derecho a decidir que, por ejemplo, Camerón aplicó en su momento en Escocia? Es cierto que la derecha carpetovetónica no está a la altura de las necesidades históricas del estado español, pero no lo es menos que la izquierda carece aún de un proyecto que defienda la unidad democrática de España. Mucho peor aún. Las tres derechas son coherentes con la España centralista de Franco, mientras que las izquierdas brillan por su incoherencia al no proponer un proyecto de España plural. Cataluña no sería ahora el grave problema que es, si el presidente Zapatero hubiese sabido, podido o querido defender el Estatut del 2005 que prometió defender.

Urkullu no puede hacer más que lo que está haciendo, como mucho retrasar un año las elecciones, porque en cuanto se abran las urnas, si Pedro Sánchez no vence a sus compañeros de Ferraz que esperan con impaciencia su caída, la sociedad española se verá obligada a elegir entre el original franquista de las tres derechas de Casado, Rivera y Abascal y la  mala copia que ofrece la izquierda. Ya se ha visto el resultado en Andalucía, no andará muy lejos el que salga de las urnas españolas. O toda la izquierda reflexiona sobre todas las derivadas de una España plurinacional, o la derecha impondrá, esta vez electoralmente, la España uninacional. Si Iñigo Urkullu fracasa, se hará realidad el pronóstico de su compañero Aitor Esteban sobre los días oscuros que se avecinan sobre la política española. Aquellos que suelen acompañar siempre la victoria de los "nacionales".

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