Opinión · Otras miradas
Contra ellos
Periodista
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La frase que más me he oído en 2018 y lo que va de 2019 ha sido “ten cuidado”, o lo que es lo mismo, “cuida lo que dices, a ver si te va a pasar algo”. ¿Qué algo? ¿Qué significa que me pueda pasar algo? ¿A qué se refieren?
Más allá de mi agradecimiento ante tanta preocupación por mi seguridad, me parecía siniestro que en una democracia que creíamos “sana” como la española, las personas de bien piensen que me puede pasar algo. Y digo me parecía, así en pasado, porque ya empiezo a tener la certeza de que todo esto está basado en la intimidación, la extorsión, el chantaje y la violencia ligada al Estado. Las personas de bien opinan que ese algo que me puede pasar es fruto de mis opiniones, del hecho de exponerlas públicamente. O sea, de mi trabajo. Su temor retrata el estado de las cosas en este país.
Claro que algunas cosas menores me han sucedido, alguna multa-mordaza, alguna amenaza de muerte a mis hijos y múltiples a mí, miles de insultos en internet y en ciertos diarios digitales, algún escupitajo o empujón por la calle y un día que un tipo me intentó pegar con su casco de motorista en el Paseo de Recoletos. Todas estas cosas implican cierta gravedad, sin duda, pero hemos llegado a tal punto que incluso las he acabado normalizando.
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Su verdadero peligro no es que sucedan, no es el hecho mismo, sino que sean consecuencia de mi trabajo. Yo no dirijo una banda de traficantes ni un hatajo de extorsionadores, no pertenezco a una trama corrupta, no evado impuestos, no tomo decisiones que puedan afectar a la vida de la gente ni me dedico al vandalismo callejero.
Yo sencillamente digo y escribo lo que pienso. A veces a cambio de un dinerito (se llama trabajo) y otras muchas sin remuneración y porque me da la real gana. Lo hago, sí, contundente y vehementemente, pero eso me viene de fábrica.
Sin embargo, algo ha cambiado en todos estos asuntos desde el momento en el que las derechas múltiples, que son machistas, xenófobas, racistas, misóginas y tendentes a apropiarse de lo público, empezaron a ventilar esa idea de “sin complejos”.
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Ellos llaman “sin complejos” al hecho de reconocerse abiertamente machistas, xenófobos, racistas, misóginos. Y al hecho de mentir, también abiertamente, o de robar, o sea quedarse con el dinero público, que son nuestro capital, el que cada mes nos arrancamos del riñón para que las cosas comunes funcionen.
“Sin complejos” y “cuida lo que dices, a ver si te va a pasar algo” son términos antagónicos, pero no antónimos. Entiendo que las personas que me advierten no opinan que lo que yo digo sea mentira. Muy al contrario, suelen opinar lo mismo que yo. Con la diferencia de que no lo dicen, no lo escriben, no lo expresan públicamente. O sea que en lugar de decir lo que piensan, optan por avisarme del peligro que supone hacerlo.
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El “sin complejos” de las derechas misóginas y racistas, cazadoras y contrarias a lo público me repugna porque es violento y planta cara a los valores sobre los que hemos construido una idea de sociedad (respeto por la diversidad, por lo público, por el feminismo y por cualquier opción sexual). Va construyendo la idea de que oponerse a ello es valiente, es gracioso, es una forma de representar a aquellos que lo piensan pero no lo decían. Basta que un dirigente rebuzne “los gitanos roban” para que un montón de ignorantes que pensaban algo parecido se atreva a decirlo en voz alta. Por supuesto que una parte de la sociedad alberga pensamientos contrarios a la decencia, sin embargo, el consenso de la mayoría de quienes no lo hacen ha resultado, hasta hace poco, razón para no enunciarlo. Y lo que no se enuncia no existe, no cunde.
Hasta hace poco. Ya no.
Ahora parece que son muchos, muchísimos, los infames, los misóginos, los violentos, los graciosamente viles, los destructores de la concordia, los que rebuznan. Sin embargo, son una minoría. Parecen multitud porque no se callan, parecen omnipresentes a causa de la difusión de la idea del “sin complejos”. Han decidido echarse a esparcir su basura en redes, medios de comunicación y algo que llaman “programas políticos” o “idearios”.
Propongo que les plantemos cara expresando nuestras opiniones, las de la mayoría decente, respetuosa, que pelea cada día por trabajar en la medida que le dejen, por una sociedad más justa e igualitaria. Somos mayoría, esto es así. Mayoría pacífica frente a un barullo de flatulencias violentas.
Propongo que no nos callemos. Que todos, que todas, expresemos pública y constantemente lo que pensamos. Contra ellos, sí, contra ellos.
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