Opinión · Otras miradas
¿Qué gay no se ha tirado a un chico de Abascal?
Funcionario de prisiones, escritor y periodista
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Miquel Iceta ha hecho unas declaraciones en Barcelona en las que teme que esta derecha desbocada, que ya pacta y gobierna, le vuelva a meter en el armario. Una persona muy querida por mí me ha soltado: qué pesado está Iceta, que se vuelva a meter de una vez. A esta persona la acompañé en aquellas manifestaciones primeras en las que gays y lesbianas convocaban a menos de trescientas personas. Salíamos desde la puerta de Alcalá: una pequeña columna, ¡muy combativa, esa es la verdad! Mili, la de la librería Berkana, se acordará de aquellos años casi épicos.
A esta persona tan querida por mí, la vieron agarrada a una pancarta por TVE: éramos tan pocos: valientemente y con una hermosa sonrisa, casi demoledora, iba confirmando a quien le preguntaba después las razones de su presencia en la movilización.
¿Qué le ha pasado pues?
Como vecino de Chueca desde hace más de dos décadas, fui testigo privilegiado, activo participante y sufridor también, de las macro manifestaciones que marcaron después al barrio y a Madrid entera: millones de hombres y mujeres pidiendo libertad: ese entusiasmo y valentía colectiva facilitó todo y, finalmente, la carroza del PSOE, la de Zapatero, la que ostentaba la aún caliente ley de matrimonio homosexual, era aplaudida a su paso el día del Orgullo con verdadero fervor.
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Después de que una ominosa caterva de obispos se echara a la calle contra esa ley, al PP no se le veía ni se le esperaba, y eso que Terenci Moix, hablando de su experiencia como gay, ya había soltado aquella genialidad en la SER: “¿quién no se ha acostado con un chico del PP?”.
Los años que siguieron ya sabemos lo que sucedió: los más combativos e ideologizados del movimiento LGTB, como Jesús Generelo, lo advertían: esto no va solo de que la ley permita a los gays salir a la luz del día en igualdad de derechos, sino que esta fuerza de movilización se irá por el desagüe si no se usa para cambiar a modo la sociedad.
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Efectivamente, conforme pasaban los años, ya con la ley en marcha, las cosas se normalizaban: Chueca libremente votaba en masa por aquel partido que representaba a los que durante siglos les persiguieron por su condición sexual, los mismos que les tuvieron asfixiados en ese armario al que Iceta no quiere regresar: Esperanza Aguirre, Aznar o Gallardón una y otra vez arrasaron en mi barrio.
Es por lo tanto normal que Iceta tenga miedo. Lo deberían tener quien quiera tener una vida emocional plena, que en Chueca es sumamente fácil llevar, pero que más allá de los límites de la calle del Barquillo, o de Madrid, en pueblos y ciudades pequeñas se enfrenta con un problema de repulsa y hasta de violencia, como no paran de denunciar los colectivos del movimiento LGTB.
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Con la irrupción de VOX se ha removido la tripa de este país. El PP les sigue como un perrillo asustadizo y les lame solícito los callos de los pies. Quieren que España se limpie y piensan que para conseguir esa profilaxis es imprescindible volver a meter al diferente en un cuarto oscuro: cambiando por ejemplo el nombre de la ley, ¡unión civil!, para que estos invertidos no piensen que son dignos españoles que se pueden matrimoniar. Ese es el primer paso regresivo para llevar de nuevo al homosexual a la noche de urinario, y a la lesbiana a la invisibilidad total.
En el fondo, lo que tienen las mesnadas de VOX es un problema de identidad sexual. En sus mítines desborda no solo la estulticia de sus ideas, sino una tensión erótica palpable y no resuelta.
Por eso es tan eficaz la iniciativa de anular a besos las bravuconadas de los muchachos de Abascal. Les desconcierta y agita esa muestra abierta de afecto LGTB. Les desarma (a ellos y ellas) por completo: ¡es como besar a la rana del cuento!, pues ante esos ósculos maravillosos apuesto a que muchos ultras sienten su ser transformado, como que su mente y su bragueta abandona de una vez los torturadores límites de un armario en extremo rígido.
Así que más pronto que tarde, ante los micrófonos de una radio y recreando las geniales palabras de Terenci Moix, alguien susurrará voluptuoso con una sonrisa de democrática placidez, ¿qué gay no se ha tirado a un chico de Abascal?
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