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Opinión · Otras miradas

¡Votemos, coño!

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Tengo miedo al resultado de las elecciones del domingo y tengo miedo a más cosas en la vida, pero es la primera vez que me asusta un resultado electoral español.

Mi miedo no es como el de esas señoras mayores gallegas, de pañuelo en la cabeza y medias negras tupidas en verano, que vi  llorar en mítines de Fraga por pavor a que volvieran los rojos, como si fueran el mismísimo demonio. A lo que temo, en principio, es a que todo se embarre más todavía, a que las posibles soluciones –tan difíciles– se vayan aún más lejos y también a que los pocos consensos hermosos que se habían implantado en España desde la vuelta de la democracia salten por los aires, como han saltado en esta campaña electoral.

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NO, no me alegro de que los franquistas hayan salido de sus guaridas por más que su aparición haya fragmentado y radicalizado a la derecha, empujando al centro hacia la izquierda. Me da pena que se haya perdido un consenso social tan bonito, como era el de que los franquistas calladitos y en sus casas o en la portada del HOLA! pero sin mentar al viejo.  Era lo mínimo que nos habíamos dado y el mínimo que hemos perdido para vergüenza de muchos y regocijo de unos pocos.

Otro consenso hermoso dinamitado ha sido el que puso de acuerdo a todos los partidos políticos en un pacto contra la violencia machista y que igualmente ha volado por los aires, en pocas semanas, para desgracia del feminismo y de tod@s. Por no hablar de el pacto tácito antiracismo, anti–islamofobia y anti otros cánceres malignos para cualquier sociedad demócrata, que creíamos prácticamente curados.

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Varios ciudadanos eligen las papeletas en un colegio electoral. EFE/Quique García

Pasada la campaña, llega la hora de la verdad y me acuerdo de la política menos política que conozco. Entrevisté a Manuela Carmena pocos meses después de que fuera elegida alcaldesa y, delante de una cámara de televisión con la lucecita roja encendida, me dijo que no cree en los programas electorales, ni siquiera en el suyo (por mucho que hubiera sido elaborado y ratificado por la militancia), y que nadie debería creerlos. Con la naturalidad que la caracteriza afirmó, ante miles de espectadores, que en las campañas electorales hay que mostrar unas líneas ideológicas y unas intenciones claras con las que hay que ser honestos, pero que no se puede ni dar ni pedir más;  que la realidad y las circunstancias encontradas suelen ser las que mandan y que, en los gobiernos, esa ley no escrita también es la que más manda. Esta vez, las líneas ideológicas y las intenciones de todos están muy claras. Así que:

Votemos por responsabilidad, por vergüenza torera,  o por vergüenza a secas o por tapar nuestras vergüenzas, por asco y aunque sea con la nariz tapada, por amor de Dios o por la gloria de tu madre, por rebeldía o por la poca rebeldía que nos queda, por no darlo todo por perdido, por España–coño–, por esa otra España o, incluso, por Portugal, por arreglar de una puta vez esta desmemoria que nos trajo hasta aquí, por no perder la esperanza ahora que va a caer la Aguirre, porque sí, por volver a intentarlo, por amor propio y ajeno, porque no pase lo peor, porque no ganen los malos, porque es mejor una izquierda mediocre que una derecha desbocada, por tantas tantas cosas… Y también por respeto a los muertos y a los vivos y a las muertas, por la memoria del dolor, porque el circo mediático y de las redes no lo pueda todo, porque España no nos duela más de lo que ya nos duele y no se ponga más fea todavía, porque aunque Sánchez no huele del todo bien, la derecha huele a podrida y porque, aunque a Iglesias también le hayamos visto sus plumeros y haya hecho un enorme circunloquio de varios años para volver a la moderación que Errejón siempre le recomendó, es el único que va a tirar hacia la izquierda, hacia esa izquierda de la que el PSOE se aleja en cuanto el poder le llega. Así que votemos, también, por el beneficio de la duda:  todavía no se ha despejado la incógnita de si ese tándem puede darnos cambios o al menos  mitigar lo ya perdido y parar la sangría.

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Y al votante de derechas le digo (por más que a la izquierda nos alegre que la diestra se parta en mil pedazos, y por más que los más fachas puedan ser menos peligrosos consiguiendo muchos escaños que consiguiendo pocos y decisivos), que lo piense bien antes de agarrar su papeleta, que no resucite a nuestros peores fantasmas porque creo que la derecha también tiene vergüenza y su vergüenza, esta vez, puede salir muy mal parada.

Estas elecciones marcarán un antes y un después y las recordaremos dentro de muchos años. Así que, querido votante del partido que seas, mejor  que nadie te pueda reclamar, ni siguiera tu inconsciente, que lo que suceda lo haga sin ti y sin tu voto. Mánchate las manos de democracia. Hazte responsable de las decepciones que vengan, no dejes que te las elijan otros. Porque el sol sale cada día, sí, pero hay futuros más oscuros que otros y, aunque siempre hay que votar, en esta votación podemos cruzar o hundirnos en nuestro propio nuevo Rubicón, ese río italiano de aguas rojas que dio nombre a los cruces peligrosos.

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