Opinión · Otras miradas
Doña Sofía, la influencer destronada
Periodista remasterizada y trabajadora de @pikaramagazine
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Doña Sofía acarició un día a mi padre. Habían reventado las escuelas de mi pueblo y la Casa Real tuvo a bien invitar a las criaturas supervivientes a pasar unos días en Madrid. Es una anécdota muy recurrente en mi familia porque, como es de suponer, no estamos muy acostumbrados a codearnos con la realeza. Alguien de ¡Hola! fotografió el momento en el que Doña Sofía desplegó sus alas de reina para agarrar la cara de mi padre entre sus manos. Él ya era un preadolescente, pero le costó desarrollar. En la foto parece un niño indefenso y ella, una gran reina. Así es Doña Sofía: una mujer que parece. La gente somos lo que dice de nosotras Google en las primeras páginas de resultados: ella, alguien que sufre deslealtades, escarnios y cuernos ante una opinión pública que se mueve entre el lamento y la burla. Hace bien de reina, claro: pasiva y silenciosa, elegante y hortera, pasada de moda y dispuesta a todo por mantener el decoro ante su familia completamente disfuncional ya para el conservadurismo. Servir a España debe ser terriblemente cruel. Doña Sofía es una vieja reina, de esas que nacen en cunas de plata y son acunadas por mujeres pobres. Bueno, ella que fue la primogénita, igual sí fue mecida en algún día por sus padres primerizos: Federica de Hannover y Pablo I de Grecia. Pablo, por cierto, también se llamaba el mío.
Sofía ha vivido pocas polémicas protagonizadas en exclusiva por ella. Ha tenido, sin embargo, un papel secundario en muchas. Desde la mismísima Transición, al divorcio de su primogénita o la entrada en prisión de su yerno. Aceptó Sofía, no sabemos con qué gusto, algunas pequeñas transgresiones en su familia. Siempre fiel a la Corona. Siempre, al fin y al cabo, fiel al poder. Porque es habitual que se hable de su figura en relación a su papel de madre y esposa más o menos abnegada. Sofía representa esa mujer, el ángel del hogar, el ideal de la domesticidad, que tan bien define a la mujer del siglo XIX y que se desarrolló, sobre todo, en el mundo anglosajón. Mujeres que se dedicaron activamente a la crianza de sus criaturas, a la caridad y a las labores sociales mientras eran otras mujeres, a las que el trabajo asalariado no les permitía jugar a ser buenas personas, las que atendían realmente las necesidades de las familias. Cuántos verdaderos ángeles habrá habido en la Zarzuela. Sofía parece inocente: “Sí, la familia, siempre la familia. Bueno, y poder ser útil para el país. Eso sí que es una cosa que me gusta y trabajar. Seguir trabajando”, decía en unas declaraciones. Pero, claro, si tu familia es la Familia Real podría parecer más interesada que tierna la intención.
Ella quiere poder, contribuir al jaque mate. No lo necesita, pero lo quiere. Ella, que nació en Grecia, pero se considera 100% española, ha dedicado su carrera profesional a seguir siendo poderosa, a hacer política de esa que no sale en los periódicos, pero que se recoge en la prensa rosa. Esa política, considerada de segunda, que marca también el ritmo político de la sociedad. Las luchas a las que ha dedicado su atención, desde la lucha contra el Alzheimer a la prevención del consumo de drogas, han respondido siempre a intereses políticos que trascienden, sin ninguna duda, la buena voluntad de Sofía. ¿Quién dijo que la caridad era sinónimo de inocencia? Sofía era influencer mucho antes de que naciera Dulceida. Algo gana, de alguna manera, por ceder su imagen a proyectos, empresas o causas sociales, de esas que llevan a cabo grandes fundaciones privadas. Habla poco, pero se deja fotografiar mucho. Su huella ecológica está por las nubes con tanto viaje a conocer a gente pobre y lee discursos que otros han escrito por ella. Trabaja con empeño por mantener el statuo quo y, sobre todo, para mantenerse privilegiada. No tiene nada de inocente, ni de ilusa, ¿tanto nos cuesta asumir que algunas tenemos buenas tragaderas? Es una gran embajadora, sí; un gran escaparate de valores retrógrados.
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Los discursos sobre su rol de mujer pasiva, silenciosa y silenciada, se suceden; se niega su voluntad política, los intereses ideológicos por los que trabaja. Hace unos años, Pilar Urbano publicó el libro La Reina muy de cerca, en el que la periodista trataba de trazar la línea ideológica de Sofía a través de varios encuentros que tuvo con ella. Supongo que a nadie le pilló por sorpresa, a pesar del gran revuelo que causó la publicación, que tiende a la homofobia, está en contra del aborto y de la República. Está en su sitio. En aquel famoso libro, además, no titubeaba ante una posible abdicación: “Abdicar, ¡nunca! El Rey no abdicará jamás. A un Rey sólo puede jubilarle la muerte”, decía entonces. Pero abdicó su marido y, encima, ahora, quiere desaparecer del mapa. Abdicó él y se jodió ella, más disciplinada en esto del activismo retrógrado. Seguirá, seguro, haciendo lobby, pero ahora responde ante los intereses una nueva marca: la que conforman su hijo y su nuera. La segunda temporada, promete.
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