Tierra de nadie

Acuerdo o dimisión

Atrapados en una de las famosas paradojas de Zenón, el PSOE y Unidas Podemos se plantearon llegar a alguna parte en su propósito de que hubiera Gobierno, pero antes de eso debían recorrer la mitad del camino, y antes la mitad de la mitad, pero no llegaron ni a la octava parte abrumados por la infinitud de metas intermedias. Es lo que pasa cuando uno no se mueve y el otro está completamente quieto y la explicación de por qué en la Grecia clásica nadie salía a pasear por la tarde si había sopa caliente en la cena.

No es ninguna broma, sin embargo, que por obstinación, tacticismo, desconfianza o porque no puedan ni verse, que era la explicación que el actor José Sacristán daba ayer a la inquina personal entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, se aboque al país a la tercera convocatoria electoral en menos de seis meses para que volvamos a elegir a los mismos incapaces y, posiblemente, en las mismas circunstancias. Y que por ese camino que no parece tener fin nos dejemos meses de inacción y cerca de 200 millones de euros que costarán los comicios y que, en buena lógica, habría que irles descontando de la nómina en lo que les queda de vida y en las siguientes si las tuviesen.

Transcurrirá la semana a expensas de un milagro en el que nadie cree porque las llamas de Pentecostés ya no se posan sobre ninguna cabeza sin achicharrar a los infortunados, lo que nos condenará a seguirles el juego de un relato que los dos ya han perdido. No habrá un único culpable de la repetición de elecciones sino dos, algo que sería bueno recordar al ir a depositar la papeleta en la urna o cuando nos quedemos en casa viendo la tele. Ya fuera porque se cumplieran los vaticinios de las encuestas o, más aún, porque no se cumplieran, Sánchez e Iglesias no deberían continuar ni un minuto más al frente de sus respectivos partidos.

De hecho, su retirada debería producirse antes incluso de la cita electoral para no consumar la tomadura de pelo que supone tener que elegir entre los mismos candidatos y los mismos programas que en el pasado mes de abril. De no hacerlo antes, los escenarios posteriores aconsejarían también su jubilación anticipada, salvo en el improbable caso de que Ciudadanos cambiara el rumbo y decidiera pactar con los socialistas, en cuyo caso a quien habría que jubilar sería al gallo naranja del campanario por ser tan veleta.

Descartada una mayoría absoluta del PSOE, algo que ya ni sueñan los seguidores más acérrimos de Morfeo, tanto en el caso de que la izquierda perdiera el Gobierno porque las derechas sumaran o en el de que se calcaran escaño arriba o abajo los resultados actuales y se repusiera el vodevil, los responsables del disparate estarían obligados sin dilación a hacer las maletas. Se dirá que queda una última posibilidad: que el PP, siguiendo el ejemplo del PSOE con Rajoy, se abstuviera para facilitar la investidura y evitara por sentido de Estado una tercera ronda en la barra electoral. Y entonces habría que recordar a Sánchez su negativa a aceptar votos gratis por la inestabilidad en la que quedaría el futuro Gobierno en minoría.

No hay justificación posible para que dos partidos con una amplia coincidencia de programas dilapiden la oportunidad de ponerlos en marcha o nos hagan perder tiempo y dinero porque sus principales dirigentes no se soportan. En política, tal y como se ha repetido en los últimos días, no se está para hacer amigos sino para cumplir lo prometido a unos votantes que ya se han pronunciado alto y claro. Si no son capaces de asumirlo, que dejen paso a otros que, sin ser tan listos, sepan escuchar cuando se les habla y comprender lo que se les dice.

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