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Opinión · Otras miradas

La sonrisa de Vox

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Las elecciones del 10-N arrojan un resultado escalofriante: el partido ultraderechista Vox refuerza su presencia parlamentaria de manera incontestable. La formación de Abascal ha duplicado sus escaños, se ha quitado de en medio a un competidor en la carrera por representar a la España en Marcha, y mira ahora hacia el PP como la próxima víctima de su determinación patriota. Casado no debe de estar muy contento a pesar de haber salvado a su partido de la catástrofe, porque Vox ha sonreído y España le ha devuelto la sonrisa. Es el triunfo de la derecha Joker.

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Varias son las razones que explican su éxito. La fundamental quizá sea coyuntural, puesto que las elecciones se han celebrado con el conflicto catalán en carne viva y con la momia de Franco recién exhumada. Pero hay cuestiones más de fondo, tanto estéticas como políticas, económicas o filosóficas. Sin olvidar la proyección mediática que se le ha concedido al partido verde, así como la legitimación institucional que le han aportado sus pactos regionales con Ciudadanos y PP.

En cuanto a las razones estéticas, Vox ha sabido manejar como nadie las herramientas de la tecnopolítica: discursos simples pero efectistas, una imagen cuidada, un aparato audiovisual impactante que mezcla elementos tradicionales con otros hípermodernos, el uso pertinaz de las redes sociales y grupos de Whatsapp… Además, son hábiles adaptando el discurso a las circunstancias, aprenden de sus errores y muestran un carácter desacomplejado que a una buena porción del electorado conservador le resulta atractiva.

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Gran parte de esa imagen se apoya en su sonrisa, una mueca algo impostada y temblorosa, mezcla de rabia contenida y arrogancia manifiesta, que denota ingenio sin disimular del todo su inseguridad. Es una expresión a la vez grandilocuente y victimista que se tuerce agresivamente, con los dientes apretados, cuando interpela a sus muchos enemigos. De esos gestos emanan sus dos motivaciones políticas, la que defiende la integridad de España frente al agravio separatista, y la que reniega de los consensos democráticos “progres” atacando las leyes de violencia de género y de memoria histórica, la acogida de menores inmigrantes y la actividad docente laica y “posmoderna”. La sonrisa de Vox desea la extinción de su adversario, mientras abraza la muerte como quien saluda a su fatal destino.

En el empeño de recuperar una España pura y limpia que nunca fue, ni siquiera bajo el franquismo, Vox ve amenazas por todas partes, y descarga sobre ellas su frustración. Con esos ataques logra conectar con una parte de su electorado, aunque el eje principal es y seguirá siendo el valor superior y casi metafísico de la unidad patria, capaz de dar sentido a toda una vida. El Viva España y Viva el Rey llenan la boca e inflan el pecho, descargan el espíritu y elevan la frente, no requieren de pensamiento ni crítica, y únicamente exigen la pasional entrega a una misión histórica. Vox logra así desplazar el conflicto social que genera la crisis económica hacia una afrenta cultural a la España imperial y sus símbolos, y aquí su sonrisa logra conectar con las clases obreras en defensa de la nación alcanzando su máxima expresión de regocijo: que vivan las cadenas.

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Pero el proyecto de Vox también llega a clases medias y altas, y obedece a razones económicas que además explican su alianza con PP y Ciudadanos. Su plan se sustenta en la doctrina neoliberal de la apertura a inversiones extranjeras, eliminación de impuestos y devaluación de salarios, drástica reducción del gasto público y de la administración estatal, abaratamiento de los despidos y privatización de pensiones, sanidad y educación. La fe inquebrantable en la patria se combina con una creencia ciega en los mecanismos del “libre mercado”, y aquí la sonrisa de la derecha Joker se convierte en la del listillo, la del audaz especulador, la del evasor de impuestos.

Y así llegamos a sus razones filosóficas, que resumen las muecas anteriores en la singular mezcla de una voluntad de poder entendida como conquista y dominación, de un ser-para-la-muerte al servicio de la patria, y de un estilo cínico que no tiene reparos en usar la mentira para degradar al contrario. Es la sonrisa del nihilismo, la de quien no defiende más que la bandera y su dinero, cargada de la determinación que le otorga una causa superior que desprecia a todas las demás. El votante de Vox encuentra de esta forma certidumbre y convicción, aunque sea a partir del vacío de su propuesta, basada únicamente en aplastar a su enemigo mientras multiplica sus ganancias.

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Todas estas razones, y sus sonrisas correspondientes, dan fundamento a las tres formas clásicas de legitimidad política que en Vox confluyen de manera genuina: la tradicional (con la promoción de la Hispanidad), la carismática (en la figura de sus líderes) y la racional-legal (por la defensa de la unidad de España y la supuesta eficiencia de su modelo económico). Aunque lo más relevante de Vox es haber logrado articularlas apelando a un sentir comunitario más allá del Estado, el mercado y el individuo, generando con ello una fuerte sensación de pertenencia que viene a llenar un vacío social y existencial en el contexto de crisis territorial, económica e institucional que atravesamos. Un comunitarismo que Podemos, su partido antagonista, no pudo o no supo construir, atrapado en el laberinto populista y su máquina de guerra electoral.

Por eso hoy Vox sonríe y su España le devuelve la sonrisa, mientras la derecha Joker se pasea sin complejos por los platós de televisión. Aunque resulta evidente que el abrazo de Sánchez e Iglesias les ha borrado, al menos temporalmente, la sonrisa de la cara.

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