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Opinión · Otras miradas

Algo peor que el veto parental

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Aula de un colegio. E.P./Oscar Cañas

Estas semanas donde se ha hablado tanto del veto parental, se ha escrito sobre el acoso o la disminución de charlas feminista y LGTBI en los colegios tras el auge de Vox.  Esto es lo que se ve ahora, pero antes ya nos advertían docentes y formadores de que las cosas estaban cambiando. He recibido en el último año, antes de que la propuesta del veto parental saltara a los medios, muchos mensajes de profesoras y profesoras donde me alertaban que esas charlas o sus propias clases ya no eran las mismas.

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Una profesora de Murcia que impartía clases de feminismo a adolescentes, me trasladaba esto en octubre:

“El año pasado ya empecé a notar cambios, pero a la vuelta del verano fue tremendo. Son los mismos alumnos los que repiten el discurso de Vox, que tienen totalmente interiorizado y cada  vez me cuesta más trabajo. Antes recibían estos talleres como algo positivo, de pensar sobre las relaciones, sobre amor… Ahora lo reciben mal de primeras, tanto los chicos y las chicas. Te contestan con frases hechas que han escuchado, y en estos partidos han encontrado la justificación de sus declaraciones. Me da tristeza y miedo. En los centros concertados he tenido que dar explicaciones y enfrentar a grupos de familia que han cuestionado mi trabajo de forma muy desagradable”.

Como ella me han escrito más docentes de otros niveles. Un profesor de Derecho en la universidad me escribió: “Van a ser los jueces, fiscales, abogados del mañana y me llegan a las aulas ahora cuestionando todo. Me vuelven a hablar de denuncias falsas, les enseñas los datos oficiales y te los niegan porque sí. Hay de todo, como siempre, pero en los debates en clase antes el alumnado se preocupaba por otro enfoque, por mirar por los derechos de las personas más vulnerables, buscar soluciones… Pero ahora es que se sientan y me cuestionan directamente la ley de Violencia de Género. Y es terrible, porque lo han aprendido desde hace tiempo y a esas edades, personas tan adultas, es muy difícil hacerles cambiar. Es una nueva generación de machistas”.

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En unos términos parecidos compartió su experiencia como profesor Octavio Salazar, en una conferencia que impartí hace poco en Córdoba. Algunos dirán que no cabe alarma, pero son síntomas, son cambios que los equipos docentes están detectando, una voz de alerta de que están ocupando la batalla del discurso. En adultos y en adolescentes, que además se han criado con una generación de Youtubers misógina y que han hecho vídeos para ridiculizar a las mujeres.

El peligro de una situación así es que se crean mujeres del mañana que o serán víctimas sin asumirlo o que ni siquiera ayudarán a otras víctimas que pidan ayuda. El peligro es que de una situación así se crean hombres machistas, porque ninguno nace siendo machista, es aprendizaje, es cultura… y ahora están haciendo ese aprendizaje a marchas forzadas con mensajes de todos lados. Es así como se crean a los maltratadores y agresores. Una terapeuta que trata con agresores machistas en las cárceles me decía que todos, como características comunes, niegan las consecuencias de la violencia y ponen la responsabilidad en ella. Que toda la dinámica es mantener el control sobre ellas y no tienen habilidad para resolver conflictos de forma no violenta, que cuando tienen un conflicto no lo enfrentan y lo acumulan. “Son bombas de relojería andantes. Todos reconocen haber violado a sus mujeres no por deseo sexual sino por imponer también en el sexo el dominio y que esto se hace cuando yo quiero y de la forma que yo quiero”, me comentaba. Pero también me daba fe a la esperanza: “Todos los que hacen el programa de terapia cambian de forma favorable y la reincidencia es inferior en proporción a los hombres que no hacen esa terapia. Reeducar a maltratadores es valioso. Lo clave es trabajar sus mecanismos de defensa, los mitos del amor, trabajar los celos, y luego la reeducación emocional, controlar la tristeza, la frustración, la dependencia, la inseguridad, su baja autoestima, la empatía…”

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Las terapias en la cárcel son importantes, pero más importante son esas charlas. Aún más valioso es que ese mensaje de gestión de las emociones, de visión del amor y del sexo llegue a las aulas antes que a la cárcel porque cuando llegan ahí el daño ya están hecho. 

La ley de Violencia de Género ya recogía que la prevención estaba en la educación y no se llegó a aplicar nunca. Estas charlas en colegios e institutos son las que plantan la semilla para que la violencia y el odio no se extienda, para evitar agresiones, para evitar que lleguen convertidos en agresores a las cárceles. Podemos llenar las cárceles de agresores pero si no hay educación previa, se saturarán y las agresiones seguirán estando ahí, sin parar.

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Por eso hay algo peor que el veto parental, y es que hay una generación que ya lo lleva incorporado. No hablan sus padres, hablan por sí mismos. Sus padres en casa ya los han educado en el machismo. Las películas, los medios de comunicación o los libros que han leído ya los han educado en el machismo. Por eso es tan importante la escuela pública, como espacio para recibir un mensaje de apertura y de respeto a los derechos humanos para contrarrestar todo este otro efecto.

Ya hay algo peor que el pin parental, y es que chicos y chicas están llegando a las aulas con el mensaje machista y homófobo ya aprendido, asimilado e incorporado. Y eso es más complicado de contrarrestar. Actuemos antes y rápido, porque su discurso ya está instalado.

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