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Opinión · Dominio público

Las parejas en el siglo XXI: la paradoja de la desigualdad en las relaciones íntimas

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Las relaciones de pareja son fruto de la combinación de una dimensión idiosincrática, reflejo de las historias particulares de cada uno de sus miembros, y de una dimensión social, reflejo del momento histórico, de la sociedad particular en la que se dan, del estatus socioeconómico de los miembros, etc. No obstante, las personas pocas veces son conscientes de ello y tienden a explicarse a sí mismas y a sus relaciones recurriendo únicamente a la historia personal. Desde ahí, cada relación es única y diferente, fruto de las particularidades de cada pareja. Sin embargo, si ampliamos el foco para incorporar la dimensión social a la comprensión de las parejas encontramos un hilo conductor: las relaciones de intimidad entre hombres y mujeres presentan una apariencia de igualdad, mientras que son profundamente desiguales.

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Las parejas actuales se mueven en una sociedad que transmite sistemáticamente el mensaje explícito de que la igualdad está consolidada, mientras que la realidad muestra una desigualdad acusada (número de horas dedicadas a las tareas de la casa, excedencias laborales por cuidados, presencia en puestos directivos, etc.). En las relaciones de intimidad, encontramos esta misma situación: la mayoría de parejas presupone que su relación es igualitaria, mientras que los hechos concretos muestran una enorme desigualdad, especialmente respecto al ejercicio del poder. Según la RAE, el poder es la “autoridad para mandar, dominar o influir sobre los otros”. A modo de ejemplo, describimos algunas situaciones habituales. Según nuestra experiencia profesional como terapeutas de pareja, es habitual que las mujeres en relaciones heterosexuales mantengan relaciones sexuales no deseadas en alguna ocasión. Es decir, el hombre tiene el poder (en muchas ocasiones, sin ni siquiera tener que pedirlo abiertamente) para hacer que una mujer haga algo que de forma espontánea no habría hecho y que tiene una implicación emocional elevada. Contrariamente, las mujeres no logran que el hombre realice cambios ni siquiera mínimos para atender sus necesidades individuales o relacionales, ya sean estos enviar un mensaje para decir que no vendrá a cenar, descongelar la cena para la noche, meter la bata en la mochila de los niños, levantarse temprano los fines de semana cuando hay niños pequeños, etc. La mujer, asumiendo que está en una relación igualitaria, insiste en sus peticiones, argumenta a favor del cambio, se enfada, etc. Si nos quedamos en lo superficial, las peticiones de la mujer son tan concretas que fácilmente la colocarán en la posición de alguien exigente, pero, si atendemos a estos ejemplos dentro de la pauta de relación de la pareja, adoptan un significado diferente, ejemplifican la ausencia de poder de las mujeres en la relación. Se produce así una paradoja, ya que quien ostenta el poder (el hombre) se siente débil, sometido, como un mayordomo obligado a obedecer para tener un poco de tranquilidad, mientras que quien no tiene ningún poder (la mujer), se percibe y es percibida por el otro como controladora, mandona, histérica y siempre insatisfecha. Para explicar esta paradoja, tenemos que recurrir a la socialización diferencial de hombres y mujeres. Los hombres siguen socializados en el YO, lo que supone la valoración de su autonomía y libertad, situándose en el “yo hago”, “yo decido”, “yo cojo lo que necesito”. Las mujeres siguen socializadas en el OTROS, lo que implica la valoración de las relaciones y el amor, moviéndose en el “dar al otro (incluso adivinando lo que pueden necesitar)”, “preguntar al otro” y “pedir al otro”. Esto tiene enormes implicaciones en las relaciones de intimidad. El hombre percibe las peticiones de la mujer como una pérdida de su autonomía y, ante eso, sólo le queda obedecer, es decir, atender a la petición de la mujer como una orden impuesta, o rebelarse, es decir, no atender abierta o encubiertamente la petición de la mujer. Por otro lado, ante ambas respuestas, la mujer se siente poco entendida, porque ambas transmiten que la necesidad detrás de la petición concreta no es vista, y oscila entre insistir en su petición y minimizar su propia necesidad justificando la negativa del otro.

Las relaciones de pareja pueden ser un espacio de crecimiento para ambos si existe la posibilidad de transitar voluntariamente entre el YO (las propias necesidades y deseos) y el OTROS (las necesidades y deseos del otro). Para ello, las mujeres tienen que poder hacerse cargo de lo que ellas quieren. Dejarán de sentirse “no vistas” cuando puedan coger libremente lo que quieren, sin mendigarlo. Los hombres tienen que poder hacerse cargo de las necesidades de otras personas. Dejarán de sentirse “sometidos” cuando integren que la verdadera libertad es poder elegir y actuar en consecuencia, priorizando en unas ocasiones la propia necesidad y en otras las ajenas. De esta forma, las parejas tendrían la oportunidad de construir una relación que aporte bienestar y les permita crecer también individualmente. La igualdad no es el punto de partida, sino el de llegada.

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