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Opinión · Otras miradas

Una historia inacabada

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Como tanta gente de su generación, mi abuela no hablaba de política. Siempre la recuerdo diciendo que ella era de “quien le daba de comer”. Hace apenas unos años, poco antes de fallecer, estando en mi casa tomando una taza de chocolate, se quedó mirando una enorme fotografía de un soldado republicano, una reproducción de Agustín Centelles que reposa tranquila en uno de los rincones de mi salón. Me sorprendió con un “¿sabes cariño?, la República fue una cosa muy buena. Yo aprendí mucho en la escuela. Fue un buen momento para todos”. Y continuó disfrutando de su taza de chocolate, ajena a mi asombro y emoción.

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Mi abuela, que jamás hablaba de política.

A pesar de que mantuvieron silenciadas a varias generaciones, los hechos demuestran que la semilla de ese otro país termina por germinar en las esquinas, emerge. Hay una certeza de que parte de ese legado se ha transmitido de forma cuidada, con valores de lo pequeño y de lo cotidiano. Una fina lluvia de muchas abuelas y abuelos ha llegado hasta nosotras hoy.

Desde luego, eso lo corroboran acontecimientos que rescatan espíritus que parecían dormidos y establecen curiosas conexiones de eventos históricos aparentemente inconexos. Estos días de aislamiento y de distopía nos han servido también para mirarnos como pueblo y reconocer lo que somos. Sentimos una tristeza infinita por las personas afectadas, muchas con rostro conocido. Un profundo dolor con las cifras. Sentimos consternación porque nuestro horizonte son los azulejos de nuestra cocina, a lo sumo el paisaje cotidiano de nuestras ventanas. Nuestros límites se estrechan, nuestro espacio de confort se acorta. Lo que antes ni se escuchaba, se convierte en un acontecimiento.

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Y está la solidaridad, la de las trabajadoras que nos sostienen, la de quienes aplauden y sienten un infinito orgullo por la sanidad publica. También la disciplina de un pueblo que asume desde la noción de comunidad que debe estar aislado, porque la vida es lo mas valioso y en esta historia sabemos que solo el pueblo salva al pueblo. Y descubrimos con asombro, porque tenemos tiempo de escuchar las cadencias más soterradas, que la música de fondo de muestro país no ha cambiado tanto a pesar de que hayan transcurrido décadas.

¿Acaso no se levantó el pueblo de Madrid para defenderse del fascismo? ¿Acaso no fueron las luchas vecinales y sindicales las que nos trajeron derechos? ¿Acaso no fue la resistencia al franquismo la que trajo la democracia? ¿O la juventud indignada la que alumbró al 15M?

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Y ahí siguen también los odiadores. Los de hoy esgrimen casi el mismo relato de los franquistas que en otro tiempo se levantaron contra el Gobierno legítimo del pueblo español. Se cubren de banderas y de patria, pero nos venden al mejor postor. Lo hicieron durante lo peor de la crisis financiera, aplicando recortes sobre lo que es de todas, los servicios públicos, para pagar las facturas de la banca. Votan contra decretos que protegen a los y las trabajadoras, buscan apoyos y financiación entre sus aliados de la extrema derecha internacional, dirigen ejércitos de bots para diseminar bulos y noticias falsas. Y, sobre todo, cuentan la historia de nuestro país como una historia de vencedores y vencidos, escondiendo que a quien pretenden derrotar, es el pueblo.

Pero, ¿qué pasaría si en realidad no nos hubieran derrotado tanto como pretenden? A pesar de sus cunetas, de su odio, de sus familias colocadas a dedo hasta hoy, a pesar de una corona nombrada por el genocida y engordada con la corrupción, a pesar de su “atado y bien atado”.

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¿Qué pasaría si en realidad su odio se incrementara al ver que pese a 40 años de dictadura y otros 40 de amnesia, el pueblo español no es como ellos lo pensaron?

Esta es una historia inacabada, de esas que permanecen abiertas mas allá del tiempo, mas allá de las generaciones, de las que siguen supurando síntomas inexplicables imposibles de asociar con su causa por lo lejana que está en el tiempo. O, dicho de otro modo, es la herida mal curada que tiempo después se despereza con el otoño o la primavera.

Quizá, a pesar de todo, nuestra victoria haya sido conseguir trazar un hilo vivo indestructible hasta hoy, que sigue asociado al espíritu republicano y progresista. Servicios públicos, laicidad, igualdad, cultura, respeto por la diversidad territorial. En la República caben todas y caben todos.

A lo mejor, nuestra victoria se esconde detrás de la firme convicción de las palabras de Antonio Machado: “Sabemos que la patria es algo que se hace constantemente y se conserva sólo por la cultura y el trabajo. El pueblo que la descuida o abandona, la pierde, aunque sepa morir. Sabemos que no es patria el suelo que se pisa, sino el suelo que se labra”.

Es posible que, en medio de esta catástrofe, tengamos la oportunidad de ver germinar las semillas que guardaron con mimo nuestros abuelos.

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