Opinión · Otra economía
Tertulianos y competitividad
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Fernando Luengo, economista
Blog “Otra economía”: https://fernandoluengo.wordpress.com
@fluengoe
Hace poco escuchaba en la cadena SER al tertuliano Eduardo Madina, exdiputado del Partido Socialista Obrero Español, candidato derrotado a la secretaría general de este partido, ahora reciclado, como otros muchos dirigentes políticos, a una empresa privada, en calidad de director de la unidad de análisis y estudios de Kreab España (las puertas que unen los grandes negocios y la política, girando sin cesar).
Pues bien, escucho a este señor defender con convicción la necesidad de mejorar los estándares competitivos de la economía española para superar la crisis actual y salir reforzados de la misma. No es el único. Otros muchos opinadores -de cualquier tema que se ponga a tiro, pues de esta actividad obtienen suculentos ingresos- se suman a esta opinión, que es presentada como una verdadera declaración de principios.
Todavía resuena en mis oídos su "profunda" argumentación: esta bien redistribuir, hay que hacerlo y el gobierno lo está haciendo más o menos bien, pero ahora toca ponerse las pilas, hay que afrontar con rigor el reto de la competitividad. Parar el golpe con el llamado “escudo social”, para que a continuación la economía, la de siempre, la imperecedera, tome el mando. ¿Izquierda, derecha? No, sentido común, pragmatismo sin ideología.
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El debate sobre la internacionalización de los mercados, la inserción externa de las economías y las estrategias competitivas es, sin duda alguna, complejo y no admite simplificaciones y mucho menos eslóganes tan del gusto del universo donde se mueven los tertulianos. Un debate que ahora, en medio de una convulsión económica que, al mismo tiempo, es estatal y global, es más necesario que nunca.
Se apela a la necesidad de ganar competitividad cuando precisamente una de las dimensiones fundamentales de la crisis económica y social, de la actual y de las precedentes, es precisamente la problemática asociada a la competitividad. En un sentido muy diferente a quienes, cuando ponen el foco en la economía española y, en general en las que ocupan posiciones rezagadas, tan sólo ven un déficit competitivo que hay que corregir a través de un impulso modernizador, creo necesario contemplar otra perspectiva que, en mi opinión, debe estar en el eje de la reflexión: nuestra economía -en un sentido más general, la dinámica económica capitalista- debe superar la lógica competitiva. La que empuja a presionar a la baja los salarios y a que los trabajadores compitan entre sí, tanto en los segmentos productivos tradicionales como en los más modernos; la que obliga a abrir las puertas de las economías a los capitales extranjeros introduciendo regulaciones específicas para atraerlos y aumentar su rentabilidad, al precio de erosionar los derechos laborales y medioambientales y las finanzas públicas; la que favorece las deslocalizaciones y relocalizaciones empresariales; la que genera una relación depredadora con la naturaleza; la que está en el origen de desigualdades sociales, territoriales y productivas; la que supedita lo público al imperio de los mercados y a las grandes corporaciones privadas; la que impone la competencia frente a la cooperación; la que se encuentra instalada en la lógica de crecer, crecer y crecer, como si esa hoja de ruta todavía fuera transitable y no estuviéramos en la antesala de un colapso civilizatorio.
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Esta compleja problemática, que es consustancial al capitalismo, tanto en los periodos de recesión como de auge, no puede abordarse en clave de “reforzar la competitividad”, ni tampoco apelando a las manidas recetas de la competitividad buena frente a la mala, la estructural frente a la coyuntural, la que va de la mano de la innovación y el cambio tecnológico, la que aporta más sofisticación y valor añadido. Trabajar en esas coordenadas es reproducir los males que, precisamente, hay que superar.
¿Revisar en profundidad nuestro patrón productivo (y también el de consumo, transporte, urbano…)? Sí, una tarea inaplazable, urgente, en el contexto de una reformulación, que tiene que ser radical, de los pilares básicos de nuestro modelo económico, en el convencimiento de que las recetas al uso, las viejas y las nuevas, no sólo no funcionan sino que son parte del problema.
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La redistribución de renta, riqueza, recursos, trabajos es una pieza clave de la nueva economía -no sólo debería ser parte del referido escudo social- que debería emerger de la crisis, a la que se opondrán con todas sus fuerzas los defensores del actual orden de cosas. Una oposición que es al mismo tiempo dura y primitiva, defendiendo a capa y espada sus privilegios -exigiendo mantener en cuarentena los derechos laborales o recibir el dinero público sin ninguna contrapartida-, o más sutil, apelando a la aplicación de políticas económicas -en clave, por ejemplo, de mejora de la competitividad- que favorezcan los intereses corporativos.
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