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Opinión · Dominio público

El caso de Juan Carlos I: Monarquía o República

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Un hombre con una bandera de la República, durante la manifestación contra la Monarquía, tras la huida de España de Juan Carlos I. REUTERS/Javier Barbancho

Pensando, también, en Paco Frutos y en Julio Diamante, dos amigos personales quienes partieron recientemente y muy de seguido, pero que no están demasiado lejos, seguro

Parece evidente que los más recientes movimientos que están teniendo lugar en la Monarquía que en España hay, responden a una estrategia del propio Régimen Monárquico actual (usaré esta denominación, pues es algo que excede con mucho a la llamada Casa Real, implicando a otros poderes políticos, económicos, y también mediáticos). Digo esto sin obviar la labor de concienciación que viene sosteniendo el republicanismo en nuestro país desde hace años. Sin dicha labor, hubiera podido el mencionado régimen, tratar de poner sordina (tal hizo durante largo tiempo), en torno al Rey.

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Pero sin subestimar cuanto de forzado tiene el movimiento de Juan Carlos I de Borbón, es preciso (para quienes vemos en la III República la forma mejor de organizar nuestro país sin exclusiones; entero) analizar la parte calculada (y mucho), que existe en los últimos acontecimientos.

El 6 de agosto, Televisión Española emitía un extenso reportaje sobre la figura de Juan Carlos. Es un trabajo el cual, juzgando desapasionadamente, debe ser calificado de hagiografía. En paralelo, se refuerza el conjunto de voces que nos recuerdan que el excomisario Villarejo “es un corrupto” y Corinna Larsen una persona “despechada”. Ambas cosas pueden ser ciertas. Pero se olvida que la investigación abierta, antes en Suiza que en España, lo fue por una Fiscalía. No se inicia un procedimiento de estas características (que implica a un exjefe de Estado, bien que aún no haya imputación) simplemente por habladurías y maledicencias.

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Tenemos entonces, por quienes defienden la Monarquía, dos dinámicas, que se complementan: una, resaltar los “grandes servicios” de Juan Carlos I “a España”. Dos, hacer hincapié en la “poca credibilidad” del Sr. Villarejo y la Sra. Larsen. Un tercer vértice en la estrategia defensiva, ha consistido y consiste en poner “la institución” (la propia Monarquía) “por encima” de la persona. Esto, lógicamente, por si acaso; una especie de “seguro de vida”.

Llama poderosamente la atención que en estos días, en los platós televisivos, estamos viendo, sobre todo, a personas quienes defienden (en su perfecto derecho, claro está), la continuidad monárquica. Muy pocas (y también por ello, a mi entender, meritorias), son las personas que en esos espacios de gran difusión, se atreven a decir que la III República es una opción viable para España. Llama la atención, por cuanto entre la ciudadanía es muy alta (según algunos estudios, incluso mayoritaria), la preferencia por un régimen republicano para nuestro país. Debemos colegir (nadie se ofenda), que la mayoría de esos platós no reflejan fielmente, en este asunto, el pulso social.

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Entre quienes, en estos medios, argumentan a favor de mantener la Monarquía, destacan sobre todo los que declaran ser (o sentirse), republicanos, pero por razones las cuales exponen, se inclinan por que la forma de Estado siga siendo monárquica. Esta tipología (por supuesto, y siempre, respetable) resulta, a mi entender, la decisiva para entender por qué España no es todavía una República, cuando la sociedad está, comprobablemente, madura para ello.

Una opinión se repite por parte de estas personas: “no es el momento de abrir el debate Monarquía-República”. Un somero análisis nos demuestra, sin embargo, que es mantra viejo. Lleva usándose desde la muerte de Franco. Cabe preguntarse: si cuando indicios sólidos ponen en cuestión la honestidad de quien no sólo era Rey, sino “el” Rey; aquel en cuya persona misma se justificaba, por quienes lo hacían, el no haber restaurado la legalidad republicana a la muerte del dictador, optándose por mantener en la Jefatura del Estado a quien el propio Franco designó para ello; si la persona quien por sí misma (recordemos cuando muchos decían “no soy monárquico, pero sí juancarlista”) parecía justificar tamaña anomalía histórica (el no recuperar la República quitada con violencia), ha resultado, Juan Carlos I, no ser cuanto se nos dijo; entonces… ¿no es tampoco todavía el momento para hablar de la III República española, para plantearla seriamente como una opción legítima? ¿Cuándo será pues?

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Ocurre, que si los hechos hacen sonrojar a nuestro país ante el mundo (como bien se ha apuntado), sonrojan, sobre todo, al establishment. Pues, de confirmarse los indicios, la pregunta no sería tanto por qué lo hizo, como por qué se permitió. Una pregunta, ciertamente, incómoda para todo el establishment de nuestro país. Porque… ¿puede afirmarse sin rubor que es nueva la sombra de la corrupción monárquica? Se sabía, pero se callaba. Muchos callaban…

No quisiera, sin embargo, que esto se interprete como un reproche sin más. No es tiempo de reproches. Pero sí de posicionarse claramente. Con todo respeto, creo que es un error pensar que la “institución” (monárquica) está au-dessus de la mêlée de la persona quien la encabeza. Mejor digamos, creo yo, personas. Pues la monárquica no resulta una institución como otras; la Monarquía no puede dejar de ser lo que es: la patrimonialización familiar de un puesto público. A partir de ahí ha surgido, surge, y surgirá siempre, la corrupción. Siempre.

Tampoco parece tener mucho sentido que se nos diga, como se nos dice, que “hay que hablar de los problemas que preocupan de verdad a los españoles”. Como si la forma del Estado no importase; no influyese en todo. Asombra escuchar esto, como se escucha, en boca de profesionales de la política. Personas perfectamente preparadas quienes saben bien que, precisamente en la política, todo está conectado. No puede desligarse un modo de organizar el Estado, del rumbo general de la sociedad. De la economía, de los precios, del bienestar social… En otras palabras: si hay corrupción en la Monarquía, repercute (indefectiblemente), en el bolsillo de los españoles y de las españolas. Esto lo sabe la gente y por eso se habla (mal que les pese a algunos), de la Monarquía y de la República.

Dejo para el final el rebatir, cortésmente, a quienes defienden la III República (bien está), pero como “un horizonte”; algo para “generaciones venideras”. Sin acritud, digo que eso es rehuir la propia responsabilidad histórica en el “aquí” y en el “ahora”. La República, sí, pero siempre para un futuro indefinido, resulta (con perdón), también muy déjà vu. Los republicanos y las republicanas de este país, conocemos también esa canción. Y (con perdón), no nos vale. Hemos visto morir a demasiados compañeros, compañeras, históricos, en la eterna espera. ¿Cuánto más, Srs. y Sras.? La deuda con la bandera española tricolor; la deuda de España con su República, lleva pendiente desde 1975 (yo mismo nací en ese año). Creo que va siendo hora de saldarla…

Si la opinión pública, reitero, está preparada para la III República. ¿Por qué parecen no estarlo todavía gran parte de la política y de los mass media? ¿A qué se teme? El miedo a devolverle a España su República quitada a la fuerza, es un miedo inducido por cuarenta años de franquismo (el responsable de quitarnos la República) y mantenido por cuarenta años de Monarquía. Va siendo hora de perder ese miedo. La ciudadanía lo está perdiendo, como se ve. Más lentos van otros poderes. Harían bien en acompasarse.

Que la ultraderecha sea, como lo es y lo demuestra en estos días, imperturbablemente monárquica, tiene lógica: la Monarquía fue la apuesta política de la dictadura franquista para no ser encausada criminalmente. Hay una razón de peso ahí. En otros ámbitos que no son ese tan específico, a mí me cuesta ver razones consistentes, aunque respeto a quienes creen tenerlas. Una cosa sí digo: la Monarquía no es para España garantía de estabilidad, de bienestar, ni de unidad. Todo lo contrario. Que el secesionismo irredento se frote las manos gracias a la Monarquía, está igualmente en la esfera de lo lógico. Si la unidad de nuestra tierra dependiese de la familia real, estaríamos perdidos. Pero no depende, por fortuna. De nosotros y de nosotras, sí. España merece un futuro venturoso, próspero, feliz. Puede tenerlo con su bandera roja, amarilla y morada. Que refleja su diversidad.

Recuerdo que Carlos París me presentó a Luis María Ansón. Eran amigos. En el Ateneo presidido por París, había (como siempre hubo y siempre habrá), monárquicos y republicanos. Conviviendo civilizadamente. Lo que no había entonces y hay ahora, son personas (en máximas labores directivas), quienes se decían “republicanas” y abrieron la puerta a Falange de las JONS. Ese tipo de “republicanos” (que no son republicanos), no los había en aquel gobierno ateneísta del cual me honra haber formado parte. Pero vengo a decir (departí muy brevemente con el Sr. Ansón y me dio la impresión de ser alguien quien cree con sinceridad en sus argumentos), que tal vez no esté lejano el día en que republicanos sinceros, podamos convencer a monárquicos también sinceros, antes que a “juancarlistas” de ocasión, ahora “felipistas”. Dicho ello, creo que los republicanos y las republicanas debemos explicar nuestros planteamientos a todos, honestamente.

Una cosa me parece cierta, y es que el debate Monarquía-República ya está aquí. En la sociedad. En la calle. Podrá intentarse cerrar en falso, podrá ignorarse. Habrá, seguro, quien juegue a ello. No pasará la Monarquía definitivamente a la historia en nuestro país sin haber quemado todos sus cartuchos. Mas algo ha cambiado para siempre en estos días y ya nada será, a este respecto, como antes.

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