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Para que defienda la vida

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Open Arms

Fabiola Barranco (@FabiolaBarranc1)

Mecí su cuerpecito mojado, tembloroso. Helado. Le canté en silencio como una nana: “no te mueras, pequeño, aguanta”. Apreté la mano de su madre, con el único afán de hacerle llegar todo el amor que en ese momento mi cuerpo podía emanar. Ella no me soltó, pero permanecía inmóvil, en shock. Con salitre en la piel y la ropa rasgada, dejando al descubierto unos pechos incapaces de alimentar a ese bebé de apenas unas horas en este mundo y que ya se debatía entre la vida y la muerte.

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A bordo del Open Arms, aquella noche del 21 de diciembre de 2018, en la que dejé a un lado mi libreta, quedó grabada para siempre en mi memoria. Salí y Sam. Madre e hijo. Supervivientes del mar, de las fronteras, del infierno libio, de las atrocidades del ser humano que se blindan en los despachos que trazan las políticas migratorias.

Sin embargo, el 27 de mayo de 2020 esos recuerdos se avivaron como la leña al fuego. Justo al filo entre la noche y el día, sentía por primera vez el cuerpo mojado de mi hija sobre el mío. No era salirte, sino el flujo de mi vientre que aún protegía su piel. No desprendía el frío de una noche de invierno a la intemperie, sino el calor más dulce que jamás haya sentido y en el que creo que me refugiaré hasta mi último aliento. No nació en una playa Libia, con su madre a punta de pistola obligándola a subir a un bote de goma para naufragar en el mar; sino en un hospital público de Madrid, rodeada de profesionales que velaban por nuestra salud. No fue envuelta en una manta ajena, sino en los abrazos de su padre.

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Siempre dije que en el futuro le contaremos a Iria, mi hija, cómo vivimos la espera de su llegada, en mitad de una pandemia mundial que tanto ha agitado el tablero de nuestras vidas. Pero también conocerá la historia de Sam para que nunca más se repita. Para que jamás reprima el impulso combativo allá donde atisbe injusticias. Para que condene las fronteras. Para que defienda la vida.

Open Arms

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