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Elecciones EEUU: ¿aprueban las redes sociales en su lucha contra la desinformación?
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Tras las elecciones presidenciales de 2016 en EEUU, las redes sociales –especialmente Facebook- estuvieron en el punto de mira por su capacidad para haber distorsionado la campaña en favor de Trump. En esta nueva cita electoral no querían que sucediera algo parecido y, con ese objetivo, se prepararon por anticipado para cerrar el paso a la desinformación. No contaban, sin embargo, con que el mismísimo presidente (en funciones) de los EEUU, Donald Trump, fuera quien disparara la campaña de mentiras falsas con su tuit alzándole como vencedor antes de finalizar el escrutinio y acusando a los demócratas de fraude electoral.
Durante esta campaña, las principales plataformas han intentado no servir de instrumento para la manipulación, evitando ser altavoz de paparruchas electorales y tratando de parar en seco el flujo de información falsa, etiquetándola en muchos cosas como datos no verificados o de dudosa credibilidad. Tanto Facebook como Twitter han realizado un uso intensivo de esta última fórmula desde el día de las elecciones; no sólo eso, sino que en los feeds de noticias han advertido de cómo el recuento de votos no había concluido.
En los días previos, además, las redes sociales han priorizado la identificación de los difusores de desinformación o, incluso, de mensajes violentos. De este modo, quienes divulgaban las estrambóticas teorías de la conspiración QAnon vieron cómo sus cuentas se prohibían en Facebook o cómo en Twitter su alcance era minimizado. En esta misma línea, la compañía de Mark Zuckerberg también eliminó a grupos que habían convocado eventos que terminaron por ser violentos cuando se celebraron.
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Son muchas las instituciones académicas que están analizando el comportamiento e impacto de las redes sociales en este proceso electoral (la Escuela Kennedy de Harvard, la Universidad de Stanford…), destacando acciones llevadas a cabo, impensables en 2016, como que Instagram llegara a deshabilitar las búsquedas por hashtag, Facebook hiciera lo mismo con sus recomendaciones de grupos políticos o Twitter redujera el número de publicaciones con información errónea.
Parecía que todo estaba controlado hasta que llegó Trump y desató la mayor ola de desinformación de toda la campaña, confirmando los peores temores de los Servicios de Inteligencia: el peor ataque cibernético es la desinformación que pone en cuestión la integridad del mismo proceso electoral. Y el presidente fue quien lo hizo.
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Las desinformaciones que dan por hecho un fraude en el escrutinio de Pensilvania corrieron como la pólvora por las redes sociales y las páginas web de la derecha. Como aliadas (involuntarias) de esta desinformación, las aplicaciones de mensajería instantánea contribuyeron a la viralidad de las mentiras. Facebook no impidió que se compartieran y comentaran las mentiras de Trump, pero en su favor hizo uso de las etiquetas de advertencia anteriormente mencionadas, algo inédito en esta red social.
Quizás uno de los casos más alarmantes es el de YouTube (propiedad de Google), que se negó a bloquear un vídeo en el que se afirmaba sin pruebas que el partido demócrata estaba cometiendo fraude electoral y que Trump era el ganador legítimo. Otro es el de la denostada por Trump TikTok, de la que al día siguiente de las elecciones, Media Matters aseguró que estaba permitiendo la difusión de desinformación, hasta el punto de que sólo el 4 de noviembre se habían topado con una docena de ejemplos con más de 200.000 visitas combinadas.
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La valoración de las acciones por parte de las principales redes sociales para frenar la manipulación y la desinformación en un proceso tan crucial como las elecciones presidenciales de EEUU seguramente irá por barrios, en algunos casos, incluso, tachándola de amenaza para la libertad de expresión. Lo que en cualquier caso parece innegable es que el modo de actuar respecto a las elecciones de 2016 ha dado un giro copernicano y, para quienes se oponen a las fake news y sus efectos perniciosos para la democracia, sin duda ha supuesto un avance frente a lo vivido hace cuatro años.
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