Opinión · Otras miradas
Lectura difícil
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En todo el mundo, una de cada siete personas vive con una discapacidad, es decir, aproximadamente mil millones de personas. Seguramente tengas algún amigo o familiar con algún tipo de discapacidad. Probablemente sea tu caso. Sin embargo, no es un tema que se vea reflejado lo suficiente ni en la agenda política ni mediática ni social.
Las personas que vivían en instituciones durante los primeros meses de la pandemia, han sido y son particularmente vulnerables, como ha demostrado el elevadísimo número de fallecimientos en hogares de atención residencial. Y aún así, seguimos sin prestarle la suficiente atención al asunto, más allá de los números.
Según el Comité Español de representantes de Personas con Discapacidad (CERMI) se han vulnerado derechos desde que comenzó la pandemia. Entre otros, señalan que “el confinamiento ha causado situaciones perturbadoras para las personas con trastorno del espectro del autismo y para las personas con discapacidad psicosocial, además de la falta de recursos de rehabilitación esenciales en la autonomía de este grupo”. Seguro que todos recuerdan cómo algunos niños y niñas salían a pasear con sus padres o madres, marcados con un brazalete azul para no ser señalados e insultados desde los balcones. Tenían que ser señalados para dejar de serlo.
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En un estudio británico con entrevistas realizadas a personas con discapacidad se analizó el impacto del COVID-19, y las medidas tomadas y desveló cómo la vida cotidiana de estas personas se ha visto dañada durante la pandemia. Las personas describieron cómo su atención médica y su apoyo habían empeorado de manera significativa. Se les cancelaron las sesiones de rehabilitación. Los intentos de reproducirlos mediante videoconferencia o teléfono no se percibieron como exitosos. Se cancelaron muchos chequeos anuales, aumentando el riesgo de que se pasen por alto problemas médicos prevenibles.
Además, se habló de cómo las barreras se hicieron aún más infranqueables. Las personas con problemas de audición hablaban de las dificultades que causaban las mascarillas y las transparentes para leer los labios han sido muy escasas, lo que deja a estas personas excluidas del mundo hablado. En cuanto a la infancia, al principio también se tardó en responder a las necesidades educativas especiales, tal y como relatan.
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Los participantes de esta investigación describieron cómo la pandemia y las medidas de protección habían llevado a una mayor dependencia de su familia y otros cuidadores. Primero fue el cierre o suspensión de los centros y servicios de día. Después, algunos de los preguntados explican que se sentían ansiosos por tener demasiada gente entrando en sus propios hogares y querían reducir el contacto. Muchos, prefirieron finalmente depender de los miembros de la familia.
Muchas de nosotras nos relacionamos en estos aislamientos intermitentes a través de zoom u otras aplicaciones de videollamada. De esta forma, tratamos de suplir las carencias sociales y afectivas a las que nos vemos sometidas con la pandemia. Sin embargo, según este estudio británico, las personas con discapacidad se enfrentarían a una brecha digital que es dos veces más grave que la que enfrentan las personas sin discapacidad.
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Tampoco hubo una interpretación rutinaria en lenguaje de señas de las reuniones informativas del gobierno del Reino Unido, dejando así fuera a miles de personas del acceso a la información. En nuestro país, en los primeros momentos de la crisis, ninguna de las comparecencias de las y los portavoces de salud pública fue accesible para las personas sordas, con discapacidad auditiva y sordociegos. No se han adoptado medidas de accesibilidad cognitiva para que estos comunicados lleguen, en condiciones de igualdad, a las personas con discapacidad intelectual o del desarrollo, como la lectura fácil o el empleo de sistemas alternativos y/o aumentativos de comunicación.
Añadir que el teléfono de emergencias 112, dispositivo que ha sido determinante en la atención a las urgencias sanitarias, no ha estado adaptado para personas sordas y sordociegas. A algunos no nos cogían el teléfono por el colapso, pero otros no tenían ni opción de comunicarse.
También las personas con discapacidad son uno de los grupos más perjudicados laboralmente por la pandemia. La situación actual “destruirá empleo de las personas con discapacidad, acortará sus oportunidades para acceder a la vida laboral y se proyectará sobre los espacios de empleo protegido como son los centros especiales de empleo, afectados por expedientes de regulación de empleo y con menos demanda de producción debido a la crisis”, incide el CERMI. De hecho, la contratación se situó casi un tercio por debajo del año anterior en Catalunya, después de caer un 33,2% en 2020.
Por ir terminando, una sociedad democrática no es solo la que vela por derechos como el de libertad de expresión, tan atacado en los tiempos que corren; una sociedad con calidad democrática debe velar también por las más vulnerables, poner sus vidas en el centro, e incluirlas en todas las facetas de la vida. No dejar a nadie atrás también pasa por eso, por no dejar atrás a las más invisibilizadas.
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