Opinión · Dominio público
Largo Caballero: de la reforma a la “revolución”
Licenciado en Historia y doctor en Ciencias Políticas
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Se cumplen 75 años de la muerte de Francisco Largo Caballero, el dirigente más importante de la historia del PSOE y la UGT por su trascendencia política y sindical en el período más revolucionario de España en la Edad Contemporánea -1931 -1937-. A pesar de no ser una referencia de actuación para ambas organizaciones en la actualidad, pues reivindican en mayor medida la memoria de Prieto, e incluso de Azaña, que la suya, fue el máximo dirigente del movimiento obrero español durante la Segunda República. Encarnó las posiciones políticas más a la izquierda en ambas organizaciones que, junto a la CNT, eran las únicas con influencia de masas con las que el movimiento obrero se enfrentó a la Patronal, las estructuras del Estado y los partidos de derecha y ultraderecha: en 1933 sindicalmente, cuando la UGT en unidad de acción con la CNT triplica el número de huelgas de los dos años precedentes, protagonizados casi en exclusiva por la CNT; en 1934 políticamente, proponiendo desde el PSOE la creación de Alianzas Obreras con el resto de partidos y sindicatos de la clase trabajadora para preparar la revolución socialista; y en 1936 revolucionariamente, cuando la militancia de la UGT junto a la de la CNT forman Comités Obreros y Milicias Armadas que colectivizan la producción industrial, agraria y los transportes en las zonas en que han derrotado el golpe de Estado fascista del 18 de julio.
Aunque el PSOE lleve décadas eludiendo el significado revolucionario de los años treinta -como siempre ha hecho el estalinismo y la mayoritaria bibliografía burguesa-, reduciendo su contenido político y social a la lucha entre la democracia y el fascismo, como si el golpe de Estado no hubiese sido derrotado en la mitad del país por la clase obrera con las armas en la mano junto a sectores del ejército que no se sumaron al golpe, la figura de Largo Caballero adquiere relevancia histórica por representar las contradicciones de unas organizaciones reformistas -PSOE y UGT- que se fracturan y dividen en una situación revolucionaria, fruto de la presión del movimiento obrero en el interior de ellas mismas. La polarización social se traslada al Partido, dando lugar tanto al afianzamiento del reformismo socialdemócrata de colaboración con la burguesía -Indalecio Prieto-, como de ruptura y propuestas revolucionarias contra el capitalismo -Largo Caballero-. De esta forma, la memoria de Largo Caballero no es solo la de su figura política y sindical, sino la de toda una época que a través de él expresa su contradicción fundamental: en una situación revolucionaria la actuación reformista siempre es derrotada por la reacción, aunque esté recubierta de lenguaje revolucionario.
La posición política de Largo Caballero hasta 1931 es la clásica del pensamiento socialdemócrata, que plantea hacer reformas y no la revolución, hasta el punto de colaborar el PSOE con la dictadura de Primo de Rivera donde él es Consejero de Estado. La llegada de la Segunda República, fruto del conflicto social y político de 1930 cuando se produce el mayor número de huelgas desde 1923 y aumenta la presión política por los movimientos republicanos de la pequeña burguesía urbana con el Pacto de San Sebastián al que suma el PSOE, Largo Caballero aplica el reformismo socialdemócrata desde la dirección del Ministerio de Trabajo, cuando el PSOE forma Gobierno con la burguesía liberal tras la caída de la Monarquía en 1931.
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La confianza del PSOE y de Largo Caballero en la capacidad legislativa desde el Gobierno para transformar la realidad social y laboral del país es manifiesta: “Los ideales inmediatos que los socialistas españoles quisiéramos ver realizados por nuestra República son tres: Democracia política (…) paz internacional (…) y justicia social” (El Socialista, 5 de junio de 1931, p. 1) Sin embargo, durante los años de Gobierno del primer bienio republicano, los planteamientos reformistas de Largo Caballero para mejorar las condiciones laborales, salariales y sociales de los trabajadores, obtiene más voluntad legislativa que resultados prácticos. La Ley de contratos de Trabajo -negociación colectiva, derecho de huelga y vacaciones-; la Ley de Jurados mixtos -para frenar la imposición patronal en las relaciones laborales se equilibra con representantes sindicales-; la Ley de términos municipales -que impide a los empresarios contratar fuera de la zona por ser trabajadores más baratos a costa de los locales más reivindicativos-; así como el decreto del 3 de julio de 1931 que establece la jornada laboral de 8 horas, hace de su ministerio el de mayor valor social para la clase trabajadora de toda la Segunda República, habida cuenta del estrepitoso fracaso de la Reforma Agraria. En efecto, a pesar de significar avances y conquistas para los trabajadores en la disposición gubernamental entre 1931 y 1933, en la mayor parte de los casos, sobre todo en el campo, ni los empresarios ni las fuerzas de orden público permiten su aplicación, lo que lleva a enfrentamientos en las zonas rurales con la muerte de trabajadores a manos de la Guardia civil y de Asalto –Castiblanco, Arnedo, Casas Viejas, etc.
Como reconoce el propio Largo Caballero, una vez desalojado del Gobierno en 1933 por decisión de la burguesía republicana con la que choca permanentemente -Alcalá-Zamora y Azaña- y sobre todo cuando a los pocos meses la coalición de derechas gana las elecciones al ir el PSOE fuera de coalición con los republicanos por sus diferencias políticas en el Gobierno -muy penalizado electoralmente por la configuración en escaños del Congreso de los Diputados-, expone: “Yo no tengo gran fe, y ahora menos que nunca en que dentro de una democracia burguesa se puede hacer el socialismo (…) una república burguesa no es suficiente para su emancipación económica (…) por la transformación de esta república en el orden económico y hacerla socialista”. Julio de 1933 discursos en el cine Pardiñas de Madrid y la Escuela de verano de Torrelodones, (Discursos a los trabajadores, pp. 41-50,51).
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Aunque el PSOE mantiene un número de votos similar en 1933 que en 1931 -1.7 millones- y sigue siendo el partido con mayor apoyo electoral, no solo queda fuera del Gobierno, sino que ve cómo la Derecha hace añicos las reformas que había realizado los dos años anteriores. A esto se añade el recrudecimiento que la lucha social adquiere con la mayor oleada de huelgas laborales y salariales en 1933. “Nosotros dentro de un régimen democrático, republicano y burgués, podemos aspirar a mejorar un poco la condición política y social de la clase trabajadora, a mejorarla (…) pero la modificación completa, la transformación de la estructura social, no; eso tiene que ser hecho por la clase trabajadora en el poder (…) nuestro partido, ideológicamente, tácticamente, es un partido revolucionario”. Octubre de 1933, (Discurso a los trabajadores, pp. 98-99).
Después de la derrota electoral de 1933 admite: “En las campañas que he realizado por España (…) he podido ver que a los trabajadores se les ha caído la venda de los ojos y saben que la República, en el orden económico, es exactamente lo mismo o peor que la monarquía”. 14 de enero de 1934 conferencia en el Restaurante Biarritz, (Discurso a los trabajadores, p. 157). En ese mismo acto de la Federación del Arte de Imprimir, que es donde se inicia la campaña por la revolución socialista para hacer frente al nuevo Gobierno de Lerroux con el apoyo de la CEDA, y ante la victoria de Hitler el año anterior con la aniquilación del movimiento obrero organizado en Alemania, propone: “Lo primero que tendremos que hacer es desarmar al capitalismo ¿Cuáles son las armas del capitalismo? El Ejército, la Guardia Civil, los Guardias de asalto, la policía, los Tribunales de justicia (...) en la conciencia de la clase trabajadora, hay que dejar grabado que, para lograr el triunfo, es preciso luchar en las calles con la burguesía, sin lo cual no se podrá conquistare el poder”. (Discurso… pp. 158-159).
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De enero a octubre de 1934 Largo Caballero no deja de argumentar la necesidad de organizar la revolución de manera insistente: “A los tres años de República yo declaro que no he visto nunca una situación peor para la clase trabajadora (…) hay que crear un ejército revolucionario que pueda enfrentarse a nuestros enemigos (…) en el orden militar preconizo, pues, el criterio del armamento general. Con el económico, la socialización de la tierra y de las industrias”. (El Socialista, 21 de abril de 1934, p.1). Sin embargo, durante los nueve meses que transcurren hasta la Revolución de Asturias, la creación de las Alianzas Obreras es más formal que real, pues el PSOE solo pretende que se adhieran los demás bajo su dirección, quedando desarticuladas en la práctica como demuestra que la huelga general campesina del verano de 1934 fuese desconectada de los trabajadores urbanos, pendiente Largo Caballero de que la iniciativa para la revolución la tomara el Gobierno si incluía a la CEDA en él. Cuando Lerroux lo lleva a cabo el 4 de octubre, se convoca Huelga general revolucionaria en toda España por el PSOE y la UGT y, salvo en Asturias debido a la única Alianza Obrera de marzo entre la UGT y la CNT, no hay nada organizado en ninguna otra parte del Estado. Por ejemplo, Madrid estuvo paralizada por la mayor huelga general de su historia durante nueve días, sin que ocurriese nada. De hecho, a Largo Caballero lo detienen en su casa y estará un año en prisión no por lo que hizo en la huelga general de 5 de octubre, sino por lo que había ocurrido en Asturias.
En 1935, durante las negociaciones para acordar el programa del Frente Popular –Gobierno liberal sin partidos obreros, que solo apoyen parlamentariamente para legislar un programa similar al del primer bienio reformista más la amnistía a los presos de Octubre-, está diseñado entre Azaña e Indalecio Prieto, dejando fuera los planteamientos de Largo Caballero, que desde la cárcel lo aprueba con la salvedad de disponer de su propio ideario en la campaña electoral. De esta forma lo explica a comienzos de 1936, apenas un mes después de salir de prisión: “Antes de la República, nuestro deber era traerla, establecida la República, nuestro deber es traer el socialismo (…) la República burguesa hay que transformarla en una República socialista, socializando los medios de producción”. (El Socialista, 14 de enero de 1936 pp. 3 y 4).
Una vez constituido el Gobierno liberal tras la victoria electoral de febrero de 1936, Largo Caballero en un mitin el 10 de abril dice: “Los partidos proletarios han entrado en el Frente Popular dispuestos a cumplir con toda lealtad nuestro deber, pero sin renunciar a nuestras ideas. (El Socialista, 11 de abril de 1936, p. 3). Sin embargo, entre los meses de febrero y julio, cuando se produce el mayor número de huelgas de la Historia de España y la mayor parte de ellas son ganadas por los trabajadores a la Patronal -tanto de mantenimiento del empleo como de subidas salariales-, lo que provoca la reacción de la CEDA, Falange, Renovación española y movimientos reaccionarios en el Ejército, con una polarización social superior a la de 1934, a diferencia de entonces el PSOE de Largo Caballero, que cuenta con el apoyo político de la UGT y las Juventudes Socialistas, no propone ninguna táctica de orientación revolucionaria, ni retomar las Alianzas Obreras, sino que apoya “críticamente” el Gobierno burgués desde fuera de él.
La contradicción abierta entre la acción de un gobierno de la burguesía liberal dirigido por Azaña, y el planteamiento verbalmente revolucionario de una parte del mayor partido obrero por Largo Caballero, es una constante política entre febrero y julio de 1936. Una de sus expresiones más visibles se produce en la celebración del 1º de mayo en la manifestación de Madrid, con cientos de miles de trabajadores marchando por el Paseo del Prado, entre los cuales desfilan 139 secciones sindicales de la UGT de 14 Federaciones de industria, y donde no asiste ningún miembro del gobierno. El manifiesto editado para la manifestación por la Agrupación Socialista Madrileña el 24 de abril, reclama: “40 horas semanales, nacionalización de la tierra, banca, transportes y monopolios…” al mismo tiempo que defiende al Gobierno liberal, cuyo programa no incluye ninguna de estas reivindicaciones “… para la rápida realización del Programa del Frente Popular”. (El Socialista, 26 de abril de 1936 p. 1).
Mientras la clase obrera hace la revolución social para frenar el levantamiento fascista, Largo Caballero se suma al sector del PSOE de Prieto y al PCE en la defensa del inoperante e incapacitado Gobierno de la burguesía liberal, como reconoce el propio Azaña en su Velada de Benicarlo. El 18 y 19 de julio de 1936 la clase trabajadora derrota el golpe de Estado en la mayor parte de las grandes ciudades y zonas latifundistas, aglutinando algunos sectores militares que no apoyan el golpe, protagonizado por la militancia de la CNT y la UGT -más de dos millones de trabajadores afiliados sindicalmente- que colectiviza la producción en fábricas, campos y transportes, al mismo tiempo que desarticula las estructuras del Estado con la creación de Milicias armadas que sustituyen al Ejército, y Comités obreros en la organización de la producción y distribución. Sin embargo, Largo Caballero en lugar de ponerse al frente de la acción revolucionaria de la clase trabajadora, incluyendo la de sus propias bases de la UGT, vuelve a ser inoperativo. Al igual que en 1934, todo el discurso revolucionaria de Largo Caballero no pasa de las palabras a los hechos, ni siquiera cuando la clase trabajadora hace en la práctica lo que él defiende en mítines y artículos. Solo de esta forma, la ausencia de poder político alternativo al Gobierno liberal para organizar la revolución en marcha, deja a éste la posibilidad de recomponer progresivamente el Estado burgués, empezando por reconstruir un Ejército regular sin connotaciones revolucionarias para una lucha exclusivamente militar contra el fascismo.
Cuando el 20 de agosto de 1936 el Gobierno liberal llama a 10.000 soldados reservistas de años anteriores para crear una fuerza militar al margen de las Milicias armadas de los trabajadores, que son quienes habían derrotado el golpe fascista hacía un mes, Largo Caballero protesta: “Pensar en otro Ejército para sustituir a los que actualmente luchan y que en cierto modo controlan su propia actividad revolucionaria, es pensar en términos contrarrevolucionarios”. (Claridad, 30 de julio de 1936, p. 1.) Sin embargo, cuando dos semanas más tarde Largo Caballero preside el nuevo Gobierno de la República el 4 de septiembre con la entrada de ministros del PSOE y el PCE, procede a anular las Milicias armadas y crear un nuevo Ejército regular sin comportamiento revolucionaria, como proponía el estalinismo. De hecho, con el nuevo Gobierno de liberales, socialdemócratas y estalinistas, comienza progresivamente el desmantelamiento de las Milicias armadas, de los Comités obreros, y se liquida el proceso de incautaciones de los medios de producción a la burguesía industrial y agraria. El objetico es enfrentarse al fascismo en una confrontación exclusivamente militar, anulando el proceso revolucionario. Desde septiembre 1936 a Mayo de 1937, la Presidencia del Gobierno por parte de Largo Caballero -que además compagina con la de Ministro de la Guerra- es la pérdida del factor revolucionario en la lucha contra el fascismo sin resultados militares, cuando el nuevo Ejército regular de la República no obtiene más que derrotas en la sustitución de las Milicias y Comités revolucionarios, que solo resisten en Barcelona hasta que el Estado republicano dirigido por el estalinismo las aniquila -sucesos de mayo de 1937-. A pesar de su falta de alternativa política al estalinismo y caer bajo su influencia, donde Moscú tarda meses en enviar -vender- armas a la República burguesa y no ayuda a los Comités y Milicias revolucionarias, no deja de chocar con el PCE por lo que dimite como Presidente del Gobierno ese mismo mes. Largo Caballero tendrá la dignidad de ir a declarar en el juicio al POUM el verano de 1937 en contra de las calumnias y falsificaciones estalinistas que pretenden convertir en contrarrevolucionarios a los revolucionarios, negando todas las acusaciones del PCE contra Andreu Nin y el POUM.
La relevancia histórica de procesos y acontecimientos no solo sirve para conocer el pasado, sino también como experiencia para comprender el presente: “¿Qué hace hoy el capitalista? Ejerce una dictadura contra la clase obrera. Y para cubrir las apariencias exclama: ¡es que vivimos en un régimen de democracia…! ¿En un régimen de democracia? Eso es una falsedad porque los trabajadores en un régimen capitalista carecen de libertad para exponer y hacer triunfar sus ideales pacíficamente (…) la clase capitalista crea una fuerza pública ¿para ir contra los burgueses? No, para ir contra los trabajadores, como ha venido haciendo la República (…) ¿Quién tiene en la actualidad el Ejército, la Prensa, los Bancos, la Magistratura, los Medios de producción y de cambio? Los tiene la clase capitalista y al tenerlos no hace más ejercer una dictadura contra el proletariado”. Aunque parezca un análisis político de izquierdas sobre la realidad actual en el Estado español, fue escrito por Largo Caballero a finales de 1933. Discursos pronunciados en torno a las elecciones generales del 19 de noviembre al 3 de diciembre de 1933 (Discursos a los trabajadores, pp. 124-128.).
Aunque el PSOE actual representa el mismo partido que en los años de la Segunda República, y sigue siendo la organización donde se expresa la mayor parte de la clase trabajadora electoralmente, en mayor medida que por la composición de clase de su militancia y dirección, así como de su actuación en las instituciones del Estado, sin embargo, es una organización diferente en su contenido socialdemócrata y reformista. Mientras el PSOE desde su fundación hasta la Segunda Guerra Mundial -como el resto de la socialdemocracia internacional-, es un partido que tiene como objetivo político la emancipación de la clase obrera respecto al yugo del sistema capitalista y la necesidad de luchar por el socialismo de manera reformista y por lo tanto no revolucionaria, es decir, que pretende conseguir sus objetivos por medio de cambios legislativos desde la gestión gubernamental en la transición del capitalismo al socialismo de manera pacífica, -siguiendo la táctica y estrategia política de Bernstein y Kautsky, en lugar de la de Marx y Engels-, el contenido socialdemócrata del reformismo desde 1945, acentuado en los años setenta y dominante de manera absoluta en el siglo XXI, se remite exclusivamente a reformas parciales dentro de los límites del sistema capitalista, sin plantear ni teórica ni políticamente la necesidad de cambiar la sociedad por el socialismo.
De esta forma, la socialdemocracia ha comprado los argumentos de la burguesía y sus brazos mediáticos, políticos y académicos en la identificación del estalinismo con el socialismo, justificando así que el capitalismo “es el sistema menos malo”. Largo Caballero es el hilo conductor desde la dirección de una organización socialdemócrata en su transformación hacia postulados revolucionarios, que no son llevados a cabo por ser una organización reformista, a pesar de la actuación revolucionaria de sus propias bases militantes. El proceso dialéctico en su persona expresa el propio del contexto histórico, debido a jugar un papel crucial y contradictorio en los momentos decisivos de una situación revolucionaria parcial (octubre de 1934 en Asturias) y otra general (julio-agosto de 1936 en la mitad de la península).
Por este motivo la figura de Largo Caballero no tiene en el PSOE y la UGT actuales mayor relevancia política y sindical que su recuerdo histórico como Ministro de Trabajo que implanto en España la jornada de 8 horas en 1931, y como Presidente del Gobierno de la República al inicio de la Guerra civil en 1936 dirigiendo la lucha militar contra el fascismo. Por el contrario, su posición revolucionaria entre 1933 y 1934, ni es resaltada ni es apoyada por ningún sector de ambas organizaciones.
Sin embargo… la Historia continúa.
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