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Opinión · Otras miradas

Cuatro cosas que el votante debería conocer antes del 4 de mayo

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Isabel Díaz Ayuso, en Alcorcón. David Fernandez (EFE)

Las elecciones madrileñas parecían sentenciadas bajo la mayor trampa narrativa de los últimos tiempos: reducir la cita electoral de una de las comunidades claves para el devenir del país a una elección entre terraceo o gulag. Uno, que ya lleva dos décadas atento a la política española, ha visto de todo, pero este nivel de desvergüenza y credulidad había roto mis expectativas. Sin embargo pasó algo: la irrupción de Pablo Iglesias en campaña. Sí, su efecto inicial no fue el esperado, pero el odio que despierta entre la parte más reaccionaria y peligrosa de nuestra sociedad es tal que los ultras, que comenzaron acosando sus actos electorales y metiendo fuego a sus sedes, han llegado a la amenaza terrorista, con todas las letras, pese a que para la prensa liberal-conservadora, cuatro balas no merecieran ni una portada. La señora de Vox, lejos de guardar la ropa, sacó su lado de patrona energúmena en el debate de la SER. Ayuso ha permutado la libertad rebozada por el coco venezolano. En algo tiene razón, como bien ha apuntado el historiador Giaime Pala, nuestra derecha se ha vuelto caraqueña.

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Cómo bien ha expresado Iglesias la clave de este cambio dramático a mitad de campaña, que ha puesto a temblar a las señoronas del barrio de Salamanca, a los ejecutivos de la Castellana, a las princesitas de Puerta de Hierro y a los rentistas del triángulo central del ruedo ibérico, no ha sido su decisión de abandonar un debate, sino que la indecencia autoritaria y violenta de los ultras se ha visualizado de forma tan clara que, es posible, la derecha pierda Madrid el próximo 4 de mayo. El cambio no significaría sólo un relevo más en Sol, ni siquiera acabar con 25 años de ejecutivos populares en Madrid, sino dos elementos claves: quebrar el proceso de involución reaccionaria y, posiblemente, acceder a demasiados secretos sobre la corrupción que ha sido sistémica en estas últimas décadas. Quizá antes de votar, de abstenerse, ustedes deberían tener cuatro cosas claras. Justo las que les voy a contar en este artículo.

1. Lo que Ayuso quiere es sentarse en la Moncloa.

Cabe recordar que estas son unas elecciones anticipadas. Pese a que es potestad de un Ejecutivo convocar a las urnas dentro de los plazos previstos, resulta extraño que una presidenta que tenía una mayoría amplia, sumando a sus escaños los de Ciudadanos y Vox, se arriesgue a una cita electoral en un momento de tanta volatilidad. La excusa, si la memoria les alcanza a mitad de marzo, fue la moción de censura en Murcia. Ayuso adujo que su socio de Gobierno, Ciudadanos, pensaba votar, junto con el lado progresista de la Asamblea, una moción de censura. La realidad es que los naranjas madrileños nunca tuvieron tal intención: para más señas ver la cara de estupefacción y voz tambaleante que Ignacio Aguado, ese comercial inmobiliario metido a vicepresidente, mostró esos días.

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Ayuso sabía que su presidencia no peligraba, pero vio la coartada en el jaleo murciano para hacer algo que su maestro de marionetas, Miguel Ángel Rodríguez, se llevaba oliendo desde el pasado otoño: deshacerse de un socio en línea decadente como Ciudadanos y contar con uno mucho más acorde, los ultras de Vox. El ejecutivo de Ayuso se había demostrado incapaz en la gestión estival de la pandemia, su plan de sabotear al Gobierno central en cualquier asunto sanitario se le había empezado a volver en contra. Arrimadas parecía decidida a acercarse a Sánchez y Casado a alejarse de Abascal. La emperatriz de Sol quedaba fuera de juego.

Estas elecciones anticipadas no pretenden tan sólo revalidar a Ayuso por dos años escasos, tienen por contra un par de claves ocultas. La primera es obligar al errático Pablo Casado a tomar la vía trumpista de Ayuso: populismo y entendimiento con los ultras. ¿Se han preguntado por qué Casado, como el resto de líderes nacionales del PP, está prácticamente ausente de la campaña madrileña? Saben que una derrota les puede poner contra las cuerdas, saben que con una victoria su destino es similar. Miguel Ángel Rodríguez lo que busca es llevar a Ayuso a la Moncloa, y con ella al proyecto de involución reaccionaria del que la han convertido en lideresa. Ustedes van a votar para constituir la Asamblea de Madrid, pero de su voto dependerá que en las próximas elecciones nacionales no nos estemos jugando nuestras libertades democráticas.

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2. Los ultras dominan la derecha madrileña.

Quizá lo de caracterizar a Vox como fascistas les puede parecer una exageración. Sí, evidentemente Vox no es un partido fascista de los años 30, pero es que no estamos en los años 30 del siglo XX, sino en 2021. Es curioso que mientras que mientras que el comunismo se utiliza, como si estuviéramos en la América de McCarthy, de etiqueta punitiva se exige una estricta precisión politológica para caracterizar a la extrema derecha. La misión de Vox, quédense con esta cuestión esencial, es conducir el miedo y la incertidumbre en vez de hacia la protesta social hacia el conflicto racista. Y sí, azuzar el conflicto del penúltimo contra el último para evitar que la injusticia social capitalista sea cuestionada es una característica indisoluble de los fascistas.

De momento, desde la aparición de Vox, en este país la agenda pública social ha sufrido un retroceso. La razón es que las energías que se gastan en combatir cada una de sus mentiras, intoxicaciones y sabotajes a la esfera pública, se pierden en discutir no sólo cómo salir de la crisis de la pandemia, sino en qué dirección hacerlo. En un momento esencial donde nos jugamos cómo aplicar los fondos europeos, cómo reindustrializar España, cómo fortalecer unos servicios públicos que se han demostrado esenciales para atajar la pandemia, todos esos temas están siendo opacados por el peligro real que supone el deseo indisimulado de cercenar nuestras más elementales libertades democráticas.

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La cuestión es que los ultras en Madrid no llevan sólo la bandera de Vox. Ayuso, el sector que representa dentro del PP, tiene una agenda tan radical como la de Abascal, tanto que Madrid es uno de los territorios donde Vox vive a la sombra de los populares. Resulta significativo que, por ejemplo, Noelia Núñez, la joven presidenta del PP de Fuenlabrada, luciera en su despacho una bandera de Gadsden, la misma utilizada por los asaltantes al Congreso estadounidense en enero. Miguel Ángel Rodríguez bebe directamente de Steve Bannon, el primer ideólogo de Trump, utilizando el arsenal retórico de los ultras norteamericanos. Que el conocido tertuliano falangista Eduardo García Serrano declarara que Isabel Díaz Ayuso perteneció a las juventudes falangistas nos da otra muestra de que el PP de Madrid está dominado por un conglomerado que no es precisamente democristiano.

3. Contexto golpista.

No podemos olvidar este último año y medio ya que con la coartada de la pandemia se han cruzado demasiadas líneas rojas que en una democracia consolidada deberían estar nítidamente claras. La primera es el respeto al resultado de las elecciones, algo que desde el primer momento tanto Casado como Abascal no hicieron calificando en el debate de investidura de enero de 2020 al Gobierno progresista como ilegítimo. En febrero, el mes previo a que el coronavirus destapara su desastre, PP y Vox se dedicaron a agitar el debate público con amenazas ilusorias como los menas, la ocupación o el adoctrinamiento en las escuelas. A partir de que estallara la pandemia, la necropolítica se adueñó del hemiciclo: justo cuando más necesitábamos una actitud constructiva la oposición reaccionaria vio la oportunidad de tirar al Gobierno “socialcomunista”.

El problema, lo que hay que recordar, es que no fue tan sólo una actitud de miserabilidad parlamentaria, sino que entre abril y junio de 2020 pudimos asistir a movimientos opacos entre los que hay que contar la inquietante “Operación Albatros” y una connivencia entre medios, judicatura y cuerpos de seguridad para emboscar al Gobierno en una suerte de guerra jurídica y agitación de cacerola cayetana que pretendía, como así pidieron insistentemente algunos importantes firmas de la prensa conservadora, un Gobierno de concentración nacional. Y Ayuso fue parte esencial de la jugada, dejando desatendidas sus obligaciones como presidenta, mientras que amenazaba: “Cuando la gente salga a la calle, lo de Núñez de Balboa les va a parecer una broma”.

Si con esto no fuera suficiente, durante todo 2020, mandos retirados del Ejército se dedicaron a suscribir manifiestos y firmar cartas, algunas con destino a la Zarzuela, con el mismo objetivo que la trama civil que hemos esbozado en el párrafo anterior. Lo del chat en los que se pedía “fusilar a 26 millones de hijos de puta” fue tan sólo la anécdota chusca de un seísmo antidemocrático y vestido de uniforme que ha tenido sus réplicas en diferentes episodios donde hemos visto una infiltración de la ultraderecha en las fuerzas armadas. Lo cierto es que en el mismo año en que se han cumplido 40 años del golpe del 23F, el periodista que publicó la carta de Tejero fue el mismo que publicó por primera vez el panfleto Albatros, tendente a crear un clima pro-golpista en despachos, cuarteles y redacciones. No es sólo Monasterio montando el número en un debate, es una larga lista muy preocupante a la que la ciudadanía debe contestar el 4 de mayo.

4. Elogio a la política útil.

Todo este clima tiene como único objetivo sabotear el desarrollo normal de la política en España una vez que se constituyó un Gobierno que por primera vez en 80 años estaba integrado, además de por el PSOE, por ministros de Unidas Podemos. Que ayer domingo se lanzara en redes una campaña ultraderechista camuflada en descontento popular pidiendo a la gente que rompiera su voto, la conspiranoia en torno a las vacunas o los disturbios de noviembre contra las medidas sanitarias tienen la misma naturaleza: crear un clima irrespirable en la que los más vivos hablen de polarización cuando, realmente, lo único que existe es un destrozo de las más elementales normas de convivencia por parte de la derecha.

También el que no se hable de cómo Ayuso se negó a recibir ayuda del Ejército dos días antes de que este tuviera que intervenir en unas residencias cuyo Gobierno abandonó a su suerte: ni fueron medicalizadas ni se permitió el traslado de los usuarios enfermos a los hospitales. No quieren que se hable del inexistente programa de vivienda social de la Comunidad de Madrid, comunidad con unos alquileres disparados donde los rentistas, columna vertebral de la reacción, hacen su agosto. Eso sí, Ayuso, la cual sólo ha sido capaz de sacar adelante una ley se acordó de ellos y los fondos buitre: fue una nueva ley del suelo para favorecer la especulación. Tampoco se habla de que Madrid es la penúltima autonomía en inversión sanitaria por habitante o la última en inversión por alumno pero donde las universidades privadas brotan como esporas.

En estas elecciones también se vota por todo esto y por mucho más. Se vota, o se debería votar, pensando en que la línea del experimento ultraliberal madrileño, aquello de que lo público es ineficiente y la sociedad inexistente, tal y como nos decían desde Esperanza Aguirre hasta Ayuso, ha sido claramente desmentida por la realidad: bastaría con haber tenido los ojos abiertos en este último y terrible año. Cada digno aplauso a las ocho de la tarde debería convertirse en una papeleta, debería ser la advertencia de que el tiempo del recorte a los derechos sociales se ha terminado, de que con nuestra libertad, esa que se escribe en mayúsculas, no se juega.

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