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Opinión · Cuarto y mitad

Del "las miembras" a "les hijes"

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En 2008 la entonces ministra de Igualdad, Bibiana Aído provocó una gran polémica al saludar a los “miembros y las miembras” del Parlamento. Años antes también Carmen Romero había levantado la furia de los vigilantes de la corrección lingüística al hablar de “jóvenes y jóvenas” en 1997, y más recientemente Irene Montero volvió a llamar la atención al hablar de “portavoza”. Estas expresiones –todas ellas gramaticalmente incorrectas y que yo tampoco voy a utilizar ni voy a recomendar que nadie utilice– fueron guiños que pretendían hacer visibles a la mitad de la humanidad –las mujeres– que habían permanecido ocultas a lo largo de la historia. Como se ha podido comprobar, no se han integrado al habla cotidiana, salvo en contextos en que se quiera alardear de un activismo feminista más que cuestionable.

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Hay una corriente de pensamiento que cree que basta con cambiar la lengua para modificar la realidad, y que el lenguaje crea la realidad. La corriente contraria es la que defiende que la realidad preexiste y que lo que hace falta es buscar la manera de definirla. Un ejemplo: la violencia contra las mujeres ha existido siempre, pero solo en época reciente se ha encontrado la palabra para referirse a ella. Tampoco fue problemático maltratar a los menores en casa y hoy es un delito, como lo es la violación dentro del matrimonio, que tampoco existió durante siglos. Las prácticas sociales pueden no ser percibidas como problema en un momento dado, pero existir existen.

Yo soy de las que creen que la realidad existe independientemente de nuestra voluntad, y que empecinarse en querer transformarla solo con cambiar la lengua es un empeño inútil. En la Academia a esto se llama resignificación de términos. ¿A cuantas mujeres se las insulta al grito de ¡trabajadora sexual! ?

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La diferencia entre estas incorrecciones gramaticales referidas al principio –casi enternecedoras– y la utilización que la Ministra de Igualdad hizo días atrás al referirse a “hijos, hijas, hijes, niño, niña, niñe” es que en este caso no es una incorrección gramatical  por prurito militante, sino que se trata de introducir una neolengua que pretende redefinir la naturaleza humana. Muchos solo lo ven como una extravagancia, y otros lo entienden como un uso de lenguaje transinclusivo, pero lo cierto es que la terminación -es (al menos en español), propone la disolución del masculino y femenino para sustituirlo por un supuesto neutro donde se situarían todos aquellos que no se identificaran con una cosa o con la otra. En roman paladino, niñes presupone que existen unas criaturas que ya desde su más tierna infancia se consideran trans, y que por tanto existe un género, una esencia innata, que se manifiesta en el cuerpo equivocado.

Siguiendo con la misma lógica, Irene Moreno debería continuar diciendo amigues, madrileñes, médiques,  etc.  Existe el problema de las palabras que hagan su plural en -es, como trabajadores. No pasa nada, como ya ha sugerido alguna escritora porque en catalán existe el mismo problema, se propone pedir prestada al italiano la terminación i para estos plurales. Asunto resuelto: trabajadori, españoli, estudianti.

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Ustedes pensarán que deliro, pero la neolengua ya se está implantando hasta en los prospectos médicos o en los productos higiénicos: personas menstruantes, personas gestantes, vulvaportantes, personas con cérvix, (para no emplear mujeres pues invisibiliza a los transfemeninos); leche humana (para no usar leche materna, pues invisibiliza a los hombres transmasculinos); orificio delantero (por vagina), etc.

Así que, ciudadanes, a la escuela a aprender el abc para poder nombrar al nuevo mundo que nos espera. Aquí les dejo la guía Sexo más seguro para cuerpos trans para que tomen el primer contacto (echen un ojo a la página 5). Como la guía es para “personas trans y género expansivo”, supongo que todes podemos sentirnos incluides pues el género fluye en su infinita variedad.

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