Opinión · Otras miradas
Nuevos liderazgos
Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid
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Pablo Iglesias, hasta ahora líder de Podemos y representante del espacio político confederal de Unidas Podemos-En Comú Podem, abandona la política institucional. A modo de homenaje por su valiosa aportación al cambio político progresista es momento para una reflexión sobre algunos puntos controvertidos de su trayectoria, con la vista puesta en la conformación de nuevos liderazgos, fundamentales para la nueva etapa que comienza.
En primer lugar, hay que destacar que, junto con su formación política, se ha atrevido a impugnar el poder establecido y plantear una profunda transformación social y democrática, representando los intereses y demandas de las clases populares, una democratización del sistema político e institucional y una articulación confederal de la plurinacionalidad del Estado. Y ello, con firmeza y honestidad.
Ha sido un símbolo que expresa la crisis del bipartidismo gobernante y la configuración de un nuevo sistema político más abierto y plural, con el reconocimiento de las fuerzas del cambio de progreso. Ha representado la apuesta de una dinámica progresista transformadora, iniciada hace más de una década ante la gestión regresiva y autoritaria de las élites dominantes del bipartidismo anterior.
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Todo ello ha sido imperdonable para los diferentes grupos del poder establecido y sus diferentes agencias terminales, desde las cloacas policiales-mediáticas hasta los grupos de poder institucionales y económicos. La relación de fuerzas ha sido desigual y con enormes desventajas. Las medidas de acoso personal y mediático y de aislamiento político han sido sistemáticas y manipuladoras. Han dejado entrever la poca calidad democrática y de respeto al pluralismo existentes, no solo en las derechas, sino también en distintas instituciones poderosas e influyentes, incluida la connivencia o la “puesta de perfil” de muchos sectores políticos, esperando conseguir ventajas diferenciales en la pugna partidista, desde un corporativismo cortoplacista y en detrimento de la defensa compartida de la democracia y el pluralismo político y expresivo.
Desde el nacimiento del conglomerado político de las fuerzas del cambio (2014/15), expresión de un amplio y profundo proceso de indignación social y democrática del lustro anterior, y su inicial liderazgo de Podemos como fuerza articuladora, el poder establecido lo ha interpretado como adversario a batir y ha porfiado en la liquidación de esta dinámica transformadora y crítica, de su expresión político-institucional como fuerza influyente y su liderazgo representativo.
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No es momento de hacer un balance detallado de esta etapa fundamental para el cambio político en España. Al calor de la salida de su máximo dirigente, Pablo Iglesias, es hora de hacer una reflexión autocrítica para mejorar ese papel representativo y simbólico y corregir limitaciones, deficiencias y errores para los nuevos liderazgos. Algunos de ellos ya los analicé en torno a la segunda Asamblea Ciudadana de Podemos, a primeros de 2017 (Vistalegre II), donde se confirmó su brecha política y orgánica: “Dilemas estratégicos de Podemos” y “Podemos: Aprender de los errores”. Una valoración más extensa de las debilidades de sus fundamentos teóricos la explico en el libro “El populismo a debate”. Solamente, sin ánimo de ser exhaustivos, cabe citar dos insuficiencias que tienen trascendencia para el futuro inmediato: el voluntarismo político y la capacidad integradora desde el respeto al pluralismo.
El voluntarismo político
El primer defecto, el voluntarismo político, está combinado con sus muchas virtudes: iniciativa política, flexibilidad táctica, firmeza transformadora, perspicacia analítica, resiliencia frente a la adaptación posibilista... Tiene que ver con insuficiencias sobre el sentido de la realidad, la infravaloración de las relaciones de fuerzas sociales y políticas, la prevalencia de la acción discursiva o la comunicación para construir dinámicas sociopolíticas, la prioridad por la acción institucional sin vertebrar una amplia articulación social. Está relacionado con otro debate histórico todavía irresuelto: la inadecuación de un modelo de Partido, como aparato electoral y soporte de la acción institucional, infravalorando el arraigo social, la activación popular y los vínculos fuertes, con la debida autonomía y respeto, con las dinámicas asociativas del campo social, más allá de intentar su representación en la acción político-institucional.
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Son insuficiencias no solo personales, sino que afectan, en mayor o menor medida, al núcleo dirigente inicial (incluido a Íñigo Errejón y su máquina -centralizadora- de guerra electoral) y a la mayoría de las direcciones partidarias de las izquierdas transformadoras y radicales de estas décadas. Tienen que ver con prejuicios teóricos y limitaciones prácticas derivadas de las inercias ideológicas, la dificultad de un debate constructivo y una buena cultura democrática y participativa, así como de la insuficiente inserción social y de activación cívica de base de la mayoría de responsables orgánicos.
El modelo de partido-movimiento, prácticamente, no ha existido. Han dejado mucho que desear un pensamiento crítico realista y una deliberación colectiva profunda y sistemática. Las tareas urgentes, particularmente de campañas electorales y gestión institucional, han dejado de lado las tareas importantes: definir un perfil transformador unitario, garantizar mayor cohesión política dentro de la diversidad y favorecer una mejor conexión con la ciudadanía crítica.
La articulación unitaria y plural
La segunda insuficiencia también está interrelacionada con otras cualidades como la honestidad personal, el compromiso moral o la actitud participativa y democrática, comparativamente mejor que la mayoría de otras élites partidarias. Se refiere a los límites de las capacidades para la articulación unitaria y democrática de representaciones complejas y diversas.
Uno de sus aspectos, su hiperliderazgo, ha sido de los más combatidos y descalificatorios. Su crudeza ha tenido que ver con su función real y simbólica de representar una dinámica transformadora contra el poder establecido y diferentes capas privilegiadas que han reaccionado con especial virulencia. Estilos de liderazgo desmedidos y comportamientos personalistas están generalizados, más en esta época comunicativa y de simbolismos individuales. No hay más que reflejar, por ejemplo y salvando las distancias, las actuales campañas de Díaz Ayuso o la propia Mónica García, que han promocionado su propia imagen como referencia central de una propuesta política legítima, pero polarizada por el específico talante personal.
No obstante, aparte de su sesgo particular y los avances comparativos respecto de las experiencias partidistas anteriores y de otras fuerzas políticas y sociales, ese liderazgo también refleja los límites organizativos colectivos de esta etapa para formar una coordinación coral y unitaria, que no excluye funciones diferenciadas y de protagonismo representativo y mediático, con sus equilibrios, reconocimientos y contrapesos democráticos y participativos. Más allá del tono particular de cada cual, más suave o más fuerte, constituye una limitación colectiva respecto de la necesaria cultura democrática, de respeto al pluralismo y la capacidad integradora para articular representaciones colectivas unitarias y complementarias en el marco de una agrupación política amplia y diversa, con distintas sensibilidades y corrientes, además de plurinacional.
Son dos aspectos fundamentales que corregir y madurar para la nueva etapa donde la dirección de Podemos y del grupo confederal, incluyendo a IU y En Comú Podem, tiene la tarea de ser un factor proactivo en la conformación de un conglomerado más amplio y diverso del espacio del cambio progresista, con nuevas bases de cooperación con Más País y otras fuerzas soberanistas y de izquierda.
Nueva etapa de cooperación del espacio del cambio de progreso
Se abre una nueva etapa tras las elecciones catalanas y madrileñas, con la recomposición de las fuerzas políticas de las derechas y las izquierdas, la amenaza de involución social y democrática, el reto de la gestión, principalmente del gobierno progresista de coalición, de la respuesta a las fuertes desigualdades sociolaborales, de género, territoriales y medioambientales y el plan de modernización económica e institucional; y todo ello, con la perspectiva del próximo ciclo electoral (generales, municipales y autonómicas) del año 2023, si no hay anticipaciones.
La perspectiva común de las diferentes corrientes a la izquierda del PSOE debería ser fortalecer una dinámica diferenciada de la socialdemocracia clásica y sus dependencias del poder establecido, conformar un campo político compartido y unitario, con unas bases sociales y una identificación configuradas durante esta década de experiencia democratizadora y por la justicia social, que he definido como nuevo progresismo de izquierdas con fuerte componente ecologista y feminista.
Para terminar, voy a mencionar un aspecto particular: la diferencia del marco electoral y los desafíos políticos en Madrid y en el conjunto de España, particularmente para las elecciones generales. Ha sido positiva la experiencia de los acuerdos mínimos de no agresión para evitar un clima competitivo problemático entre Más Madrid y Unidas Podemos que perjudicase las expectativas de ambas formaciones en las elecciones del 4M. Cada cual ha desarrollado su perfil propio, sin afectar a los resultados prácticos de su representación respectiva, que ha mejorado, aunque se haya fracasado en el objetivo compartido de un gobierno alternativo de izquierdas, fruto, en parte, de la estrategia perdedora del socialista Gabilondo.
No obstante, esa prioridad por mantener una identidad específica, cuando hay grandes puntos programáticos y de proyecto compartidos, es contraproducente ante la constricción de la distribución electoral, al menos en 44 provincias que no llegan a diez escaños, y salvo en Madrid y Barcelona. Es decir, hay que pretender la efectividad en la representación electoral e institucional, superando esa restricción representativa que penaliza la división en dos candidaturas progresistas diferenciadas del PSOE. O sea, el perfil propio o el interés partidista cortoplacista debe ser negociado para garantizar una representación efectiva y equilibrada, de forma coaligada, del conjunto del conglomerado del espacio común del cambio de progreso.
Es la enseñanza principal para mejorar las capacidades unitarias y de respeto al pluralismo con un liderazgo compartido y un proyecto común, que es el reto mal gestionado en este lustro pasado y que es esencial para conformar un proceso más justo, igualitario, solidario y sostenible medioambientalmente.
Es la moraleja de esta experiencia histórica en defensa de un proyecto común de país. Este ciclo iniciado hace una década, lo quiere clausurar prematuramente el poder establecido, mientras se ha demostrado en Madrid que goza de buena salud, superando con ventaja entre ambas formaciones al propio Partido Socialista. La competencia por la prevalencia particularista en la orientación política y las posiciones institucionales de cada sensibilidad deben estar subordinadas al interés compartido por consolidar y ensanchar ese espacio y esa representación.
Y, además, esa cooperación sería favorable para otra dimensión estratégica fundamental: ser capaces de conectar y promover los procesos populares de activación cívica, dentro de una dinámica transformadora de progreso, que consoliden a largo plazo las propias bases sociales del cambio con un plan social y democrático alternativo. La salida de Pablo Iglesias, como él mismo ha dicho, puede favorecer el acometer esa tarea ineludible. Es momento de nuevos liderazgos capaces de afrontar los desafíos venideros.
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